Un arqueólogo del inconsciente

Pintura, dibujo y objetos. Óscar Domínguez. Fuego de estrellas.

Sala de Exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 7 de febrero de 2010.

Con esas palabras tan atinadas calificó a Óscar Domínguez (Tenerife, 1906 – París, 1957) su amigo y crítico Patrick Waldberg, queriendo así subrayar su capacidad de fabulación y de inmersión en los océanos del subconsciente, que le convirtieron en uno de los más destacados representantes españoles de la poética surrealista. Si hay un rasgo que lo caracteriza por encima de cualquier otro es su afán insaciable de experimentación y de innovación, su continua búsqueda de formas desconocidas, hasta el punto de que algunos Óscar Domínguez. LES SIPHONS. 1938. Óleo sobre lienzo. 61 x 49,5 cm. TEA Tenerife Espacio de las Artes.críticos y estudiosos han señalado si ese espíritu no pudo lastrar en cierto modo la obra, debido a la falta de sosiego y de meditación sobre lo que emprendía. Eduardo Westerdahl, que le conoció bien, nos habla de su temperamento dionisiaco, de su sentido lúdico de la existencia, de su vehemencia y pasión, pero también de su destino trágico.

En esta espléndida muestra, constituida con los fondos del TEA Tenerife Espacio de las Artes, podemos asistir a su accidentada evolución, desde las convulsas imágenes surrealistas influidas por Salvador Dalí de los años treinta, hasta sus visiones apocalípticas y oscuras del final de su vida. La exposición, antes de los cuadros más propiamente surrealistas, también nos regala uno de sus retratos de finales de los veinte, con la estilizada figura femenina y una exacta armonía cromática. Pero va a ser en aquellos cuadros en los que se observe su desbordante imaginación, incidiendo en extraños aspectos como la acromegalia o gigantismo de la mano de su Autorretrato, o el enigma onírico de La boule rouge, o, sobre todo, la proximidad de los contrarios en el conocido Le dimanche, donde contrapone símbolos y donde hace un uso magistral del recurso de sugerir en vez de decir. De 1936 es el más célebre de todos los objetos surrealistas que realizó, Ouverture ou Paris, exponente de esa «crisis fundamental del objeto» a la que se refirió Breton y que supone extirpar el sentido funcional habitual y dotar al objeto de una función absurda e inservible. La presencia en el interior de esa diminuta cárcel de cinc del mango de un violín sin las clavijas y de un reloj de bolsillo, con su alusión al paso inexorable del tiempo, otorgan a este objeto una dimensión inquietante.

De los años treinta se exponen también un buen número de decalcomanías, una de las principales aportaciones técnicas de Domínguez al Surrealismo, comparables en importancia a los frottages de Max Ernst. Sobre un papel se coloca una determinada cantidad de gouache negro, embadurnando la superficie; a continuación se coloca otro papel encima, se aplasta con una ligera presión y se despega, dando como resultado un paisaje inverosímil. Otro de los elementos mágicos o totémicos de su obra es el drago de Canarias, ese árbol que forma parte indisoluble del imaginario colectivo de las Islas Afortunadas, especialmente en Les siphons, un cuadro de 1938 que casi nos introduce en su llamada pintura «cósmica», con esos torbellinos que le dan al cuadro un dinamismo vertiginoso. Además del simbolismo de algunos lienzos en los que vemos luchas atávicas de insectos, en 1940 hace una obra, El cometa, que por su gestualidad anuncia el Expresionismo Abstracto. Precisamente quiso exiliarse a los Estados Unidos, pero ante la imposibilidad de hacerlo en Marsella en 1941, acabó quedándose en París, donde se suicidó en 1957. A partir de 1941-42 la influencia de Picasso es decisiva. A pesar de que algunos han querido ver alguna influencia de la pintura metafísica, en realidad el malagueño lo absorbe por completo. Hasta desembocar en aquellas visiones como incendiadas de los años postreros que presagian el dramático final.

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 30 de enero de 2010