|
La pintura de vanguardia en Málaga (1957-1998) ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS
Sólo
siendo muy generosos y flexibles en el uso de los términos «vanguardia» y «neovanguardia»,
es posible conocer y comprender la pintura de vanguardia
que se ha realizado en Málaga durante la segunda mitad del siglo veinte, al
igual que en la inmensa mayoría de provincias españolas lastrada por
innumerables limitaciones y dificultades, tanto desde el punto de vista
conceptual y teórico, como por la escasa relación de los creadores con los
principales centros de la producción plástica internacional y la inexistencia
de una burguesía culta e ilustrada interesada por los nuevos iconos de la
contemporaneidad artística. Sin embargo, con el mismo énfasis debe también
admitirse que el segmento temporal acotado no sólo no carece de atractivo, sino
que, en general, ofrece unos resultados concretos razonablemente dignos,
cualitativamente sostenidos y, en determinados casos, acrecentados con la
incorporación de las generaciones más jóvenes de los ochenta y noventa, a
pesar del riesgo que siempre entraña enjuiciar una producción sobre la que no
disponemos de suficiente perspectiva histórica. De
las cuatro etapas en que puede dividirse la totalidad del periodo, la primera se
inicia en la segunda mitad de los cincuenta, cuando unos pocos pintores malagueños
o extranjeros aquí establecidos se abren tímidamente a las corrientes artísticas
internacionales, caso de Jorge Lindell, el muniqués Stefan von Reiswitz y Enrique Brinkmann.
No obstante, en rigor, la etapa no adquiere nítidos perfiles hasta el decenio
siguiente, momento en que la primera generación, de manera inexacta llamada
durante mucho tiempo «generación del 50», de pintores malagueños
emparentados con los lenguajes contemporáneos empieza a madurar y definir los
diferentes estilos que distinguirán a sus miembros a partir de entonces. En
este sentido, hay fundadas razones de método que hacen muy difícil hablar de
la mencionada generación como de una «escuela malagueña» de pintura de
vanguardia, pues si bien el núcleo esencial de sus componentes oscila entre la
figuración, el informalismo y la abstracción geométrica, los estilos de cada
uno de ellos irán progresivamente singularizándose, en ocasiones con multitud
de añadidos y matices procedentes de otras tendencias, principalmente el
neosurrealismo, el pop y el
expresionismo, hasta hacer desaparecer aquellas características comunes que se
requieren para defender la existencia de un grupo estilísticamente homogéneo,
y eso por no referirnos a la notable ausencia entre sus protagonistas de una sólida
conexión entre ellos respecto a la discusión de problemas formales y teóricos.
Aunque, como en todas las ciudades relativamente pequeñas, y Málaga lo era en
aquellos años, surjan lazos personales y de amistad más o menos fuertes entre
algunos pintores, cada uno mantiene su propia individualidad y distanciamiento
estilístico frente a sus colegas, y ello a pesar, por poner el ejemplo más
relevante, de que el indiscutido prestigio de Brinkmann, el primero en definir
una poética próxima a la figuración fantástica, dejase sentir su influencia
a partir de finales de los sesenta, acentuada durante todo el decenio ulterior.
Los principales exponentes de esta primera generación, cuyos miembros están
todos ellos activos en la actualidad, son los siguientes: Lindell (informalismo
abstracto), Stefan von Reiswitz (neosurrealismo y neodadaísmo), Brinkmann (que de la
neofiguración informal y expresionista evoluciona hacia la figuración fantástica
y, desde 1992-93, hacia una abstracción cada vez más experimental), Francisco
Peinado (figuración expresionista, sazonada de elementos surreales de personalísimo
acento), Manuel Barbadillo (que del informalismo abstracto evoluciona, en 1964,
hacia una abstracción geométrica neoconstructivista a base de módulos y,
desde 1968, abrazará el uso del ordenador, instalándose en una pintura
decididamente cibernética compuesta por un riguroso vocabulario modular aún más
complejo), Eugenio Chicano (adscrito al pop,
al arte crítica y a la llamada Crónica
de la Realidad, es decir, siempre interesado en una síntesis icónica próxima
al lenguaje de los medios de comunicación de masas), Dámaso Ruano (quien de la
figuración inicial pasa a una abstracción en la que conviven los elementos
geométricos y los rasgos expresivos, cada vez más depurada y lírica) y Juan
Fernández Béjar (cuya minuciosa técnica está puesta al servicio de una
figuración atravesada de referencias oníricas y surreales). Otros
representantes de esta primera generación que también merecen señalarse,
aunque con una trayectoria irregular en ciertos casos, o bien con un abandono
posterior de los trabajos más experimentales de la época de juventud, son
Francisco Hernández, Gabriel Alberca, Pepe Bornoy, Pepa Caballero y José Díaz
Oliva. La
siguiente etapa, que comienza a perfilarse hacia finales de la segunda mitad de
los setenta, viene marcada por la irrupción en la escena malagueña de un
lenguaje inequívocamente vinculado a la denominada neofiguración madrileña,
nacida en torno a 1974-75 y que ejercerá una considerable influencia durante
casi todo el decenio de los ochenta. Frente al intenso experimentalismo y
conceptualismo de los sesenta y setenta, los artistas afines a la nueva
propuesta reivindican una recuperación de los soportes, técnicas y problemas
tradicionales de la pintura, primordialmente los que tienen que ver con el
dibujo, la composición y la perspectiva. Pero también se detecta un evidente
pluriestilismo formal, un pronunciado eclecticismo y un profundo carácter
subjetivista y privado de las nuevas simbologías empleadas. Carlos Durán,
directamente relacionado con el grupo madrileño, es sin duda el autor clave de
la etapa en Málaga. Junto a él, pero a cierta distancia en cuanto a la calidad
de los resultados obtenidos, hay que situar a José Luis Bola Barrionuevo,
asimismo con estrechos contactos con los oficiantes madrileños, Joaquín de
Molina, el único que mantendrá un diálogo crítico con algunos de los
pintores malagueños de la primera generación, Gabriel Padilla, José Seguiri,
Daniel Muriel, Chema Tato, José Ignacio Díaz Pardo y Antonio Herráiz. La
tercera etapa, correspondiente a la generación del periodo de consolidación de
las libertades, se puede dar por inaugurada hacia 1985, cuando algunos de sus más
conspicuos representantes exponen su obra en una colectiva del Colegio de
Arquitectos. Los problemas de método y de clarificación taxonómica que
presenta esta fase para el historiador son mayores que en las precedentes, pues
en ella se yuxtaponen e incluso superponen dos generaciones de artistas con
preocupaciones estéticas en muchos casos similares y con un intercambio lingüístico
más fluido, aunque razones de edad y un eclecticismo aún más rabioso en el
caso de la segunda aconseja la división propuesta. Al margen de la dificultad
que ofrece la inclusión aquí del colectivo Agustín Parejo School, Francisco
Santana y Diego Santos, muy activos desde finales de los setenta y principios de
los ochenta, pero que mantienen posiciones radicalmente distintas a las de los
neofigurativos mencionados en la etapa anterior, la nómina de los pintores de
esta tercera generación está integrada por Rafael Alvarado, Benito Lozano,
Chema Lumbreras, Enrique Queipo, Plácido Romero, Sebastián Navas, Rogelio López
Cuenca, Jorge Dragón, Paco Aguilar, José María Córdoba y Titi Pedroche. Los
años noventa se inician con la conclusión de un ciclo de unánime entusiasmo
que había caracterizado a la pintura española durante los felices ochenta. Los
componentes de la nueva hornada de pintores malagueños, pertenecientes a la que
en otro lugar hemos llamado «generación reflexiva», se distinguen por una
notable curiosidad y preparación intelectual, extendida a campos del
conocimiento como la historia, la filosofía, la estética y la ciencia, por una
tampoco desdeñable capacidad autocrítica, por la ventaja de gozar de una
independencia económica al margen de la práctica artística, y, en ciertos
casos, como ocurre con Joaquín Ivars y Jesús Marín, por disolver
conscientemente las tradicionales fronteras establecidas entre los géneros artísticos,
según certifica el uso que hacen de la instalación y del mundo de los objetos.
Además de los citados, también sobresalen Óscar Pérez, el único pintor
abstracto de su generación en Málaga, Pablo Alonso Herráiz, Luis Navarro,
Joaquín Gallego, Cristina Cañamero y Fernando Robles. Publicado originalmente en la prensa alemana con motivo de la exposición Artistas malagueños de hoy, celebrada en la Casa de Cultura de Dresde (Alemania) en junio de 1998
|