Fragmentos de la memoria

El pintor Carlos Durán reconstruye el paisaje de la ciudad de su memoria, haciendo uso de una multiplicidad de lenguajes.

Pintura. Carlos Durán.

Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 28 de mayo de 1998.

 

Tomada en su conjunto, como pura impresión visual y antes de entrar en cualquier consideración analítica acerca de los numerosos aspectos que ofrece, si alguna conclusión inmediata se desprende al contemplar esta reducida pero Carlos Durán. " Limonar 44 ", 1997. Óleo sobre lienzo. 117 x 100 cms. enjundiosa muestra de obra reciente de Carlos Durán (Málaga, 1949), es que en sí misma constituye una especie de declaración de principios, una  pormenorizada glosa de la firme convicción, relativamente poco frecuente en la actualidad, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, de que la periodicidad con que deben hacerse las exposiciones no sólo no es algo arbitrario y está reñida con la premura, sino que la existencia en su sucesión de un tempo propio es casi la única garantía de aportación lingüística reseñable.

Innovaciones que, sin embargo, y más todavía en un pintor fiel a sus orígenes y a su pasado como es Carlos Durán, no excluyen determinadas constantes. Entre éstas, presentes ya desde que realizase su primera individual en la galería Seiquer en 1979, muchas de las que distinguieron a la llamada neofiguración madrileña de los setenta, en la que el mismo Durán se inscribe y con cuyo núcleo de principales oficiantes mantuvo una estrecha relación desde mediados del decenio: reivindicación, en parte como reacción al intenso experimentalismo y conceptualismo que había caracterizado la producción artística española de los lustros anteriores, pero también como opción personal y puro goce estético, de los soportes, técnicas y problemas   —fundamentalmente los de dibujo, composición y perspectiva—   tradicionales de la historia de la pintura; interés por la arquitectura; consciente pluriestilismo formal y eclecticismo que integra diferentes procedencias (influencias de Gordillo, de los pintores del pop británico           —Kitaj, Allen Jones, Hockney—, Bacon y Balthus); subjetivismo de las nuevas simbologías empleadas y opacidad ideológica. 

Los casi veinte años transcurridos desde entonces han supuesto, naturalmente, una reflexión y maduración de los planteamientos iniciales, cuyo resultado se traduce ahora en atrevidas innovaciones sintácticas, muy evidentes, por ejemplo, en un cuadro como Las lágrimas de Eros (1985-1998), donde el repertorio de elementos de vocabulario, junto a la nueva función que adquiere en cuanto epítome de preocupaciones formales y obsesiones iconográficas anteriores, aparece velado por una enorme cortina en primer plano cuyos trazos gestuales son un rendido homenaje al expresionismo abstracto. En otros lienzos, caso de Interior y La saison dernière, ambos de 1998, el primero una visión subjetiva, elaborada con los datos que proporcionan la memoria y el recuerdo (de ahí la fragmentación, cambios de perspectiva y alteración del topos representado), del paisaje de Málaga en torno al estudio del pintor, trozos pintados de tela o simples manchas de color puro dificultan la percepción completa de la escena y proyectan una iluminación irisada, guiño irónico hacia algunos de los movimientos y tendencias que más admira el artista.

 

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 16 de mayo de 1998