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Crudos reflejos autobiográficos Instalación, objetos, fotografía y dibujo. Tracey Emin. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 22 de febrero de 2009. El rasgo casi obsesivo, en cierto modo patológico, de la producción artística de Tracey Emin (Londres, 1963) es el autobiográfico, pero no en cuanto reconstrucción de un pasado y proyección de los recuerdos a fin de poder comprender mejor el mundo, de penetrar en su secreto profundo, que es lo que hace en una cierta parte de su obra Joseph Beuys, sino como necesidad compulsiva, casi biológica, de sacar fuera lo que se ha padecido, lo que se ha sufrido, incluso escupiéndolo, porque esa misma obscenidad, esa misma ausencia de principios morales que ha sido violentamente descargada sobre un tramo decisivo de la vida personal e intransferible de la autora, ella misma, casi involuntariamente, los descarga a su vez en sus creaciones, ajenas muchas de ellas a cualquier sentido del pudor o del buen gusto. Esos escrúpulos no van con Tracey Emin, una mujer que la vida, según se trasluce de multitud de sus piezas, ha maltratado en la edad crítica en la que está formándose la personalidad y el carácter. Además, otro dato importante es el contenido de las obras, atravesadas en mayor o menor medida por el tema del sexo, tratado, como puede comprobarse sobre todo en los monotipos de Family Suite (1994), de manera más que explícita, pero, al mismo tiempo, enmarañada, caótica, deliberadamente confusa, incluso salvaje. Es verdad que hay en algunas de las obras de Emin un lejano eco expresionista, tanto del Expresionismo histórico como de los «nuevos salvajes» alemanes de los ochenta, pero ella tiene una mayor urgencia, necesita unos medios más inmediatos, no se conforma con el resultado plástico. De hecho hay muy poco interés por lo estrictamente visual en la producción de Tracey Emin. Lo visual ha sido inmolado en beneficio de lo puramente material, orgánico, objetual, sin aditamentos esteticistas a lo Rauschenberg, sino con la impudicia y la brutalidad de un Paul McCarthy, sólo que si éste disecciona las neurosis colectivas, Emin disecciona su propia neurosis individual. Tampoco hay especialmente intencionalidad política en su propuesta, es decir, que sería forzado incluirla como una contribución al arte feminista, al menos ese arte feminista iniciado en los sesenta por Judy Chicago y por Laura Mulvey y continuado en el decenio siguiente por Mary Kelly y Martha Rosler, tan impregnado de ideología militante y de pensamiento marxista, a veces hasta de catecismo marxista. No es el caso de Emin, ni siquiera cuando emula la confección de colchas que inició Faith Ringgold cuando transformó el collage en sus colchas de historias de la vida de los negros norteamericanos, pues la artista británica no pretende hacer apología, no tiene la intención de desmitificar o destronar un determinado poder para colocar otro en su lugar, sino que se limita a dar cuenta de su experiencia, y para ello cualquier técnica, cualquier procedimiento es adecuado si cumple su propósito. De ahí la extraordinaria diversidad de esta muestra, en la que destaca especialmente una obra como Self Portrait (2005), curiosamente una logradísima pieza de arte povera que la autora, sin embargo, quiere dotar de simbolismo autobiográfico.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de febrero de 2009.
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