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El collage como modo integral de expresión
Pintura, escultura, dibujo y grabado. Max Ernst en la Colección Würth. Más allá de la pintura. Museo Picasso Málaga. C/ San Agustín, 8. Hasta el 1 de marzo de 2009.
La singular y al mismo tiempo destacada posición de Max Ernst (Brühl, Alemania, 1891 – París, 1976) en el panorama de la vanguardia histórica, deriva de su rebeldía, de su actitud profundamente antilógica y antivisual, de su ruptura violenta con todas las reglas, pero no para sustituirlas por otras, como en más de un sentido hacen el cubismo, el constructivismo o la abstracción geométrica, sino para destruir las normas definitivamente, para establecer un orden caótico, deliberadamente confuso y especialmente ambiguo en lo que se refiere al concepto de original, al carácter aurático de la obra de arte anterior a la época de la reproductibilidad técnica de la que hablaba Walter Benjamin, pues para Max Ernst no existe una distinción precisa entre original y copia, entre pieza única y reproducción gráfica de la misma. Como a tantos jóvenes artistas a partir del desencadenamiento de la Gran Guerra, Max Ernst abrazó desde su más temprana juventud el espíritu disolvente y antiartístico del dadaísmo, y, en términos generales, se mantuvo bastante fiel a él durante toda su dilatada vida. Eso, como ocurre con Marcel Duchamp, o con Francis Picabia, lo convierte en un creador incómodo, pues siempre hubo en Max Ernst un rechazo profundo de las formas de la tradición, una actitud equívoca, además de un espíritu experimentador e innovador. Ni siquiera cuando se acercó a los surrealistas en París a partir de 1923-24, a pesar del interés de André Breton por canalizar las energías de los miembros del grupo en torno a él, abandonó Ernst ese rechazo visceral a la presunta lógica de la realidad. En ese sentido, su despierta inteligencia no lograría moldearlo ni acomodarlo nunca a ningún convencionalismo estético. Y, sin embargo, no vaya a pensarse que Ernst no era un hombre culto, hondamente interesado en múltiples materias, desde la literatura, la poesía y la filosofía, hasta la biología y las ciencias de la naturaleza en general. Sus lecturas y autores preferidos eran muy diversos, y, como alemán, a pesar de su talante antiautoritario, sentía fascinación por la extraordinaria tradición cultural de ese gran país. El aspecto decisivo de la contribución artística de Max Ernst al lenguaje visual de la modernidad, y que esta estupenda exposición trasluce con meridiana y didáctica claridad, es el principio collage, que es, en el fondo, el elemento y la técnica que estructura toda su visión del mundo, un mundo fragmentado, atomizado, desestructurado, en el que poderosas fuerzas centrífugas entran en conflicto irresoluble con otras centrípetas, dando como resultado una cosmovisión desquiciada, ilógica, absurda, sin sentido, que, sin embargo, el espectador se siente impelido a interpretar, aunque ello le produzca impotencia y malestar, pues muchas veces no podrá encontrar un hilo racional que dé sentido a la composición. A diferencia de Georges Braque y de Pablo Picasso, para quienes el collage y el papier collé, como con gran agudeza ha señalado Werner Spies, se presentan como un elemento foráneo en el que es detectable una información que se refiere al mundo real, Max Ernst procede de tal manera, transforma de tal modo los materiales empleados, oculta tan concienzudamente su proceso de trabajo, que el resultado es una apariencia totalmente engañosa, donde no sólo no sabemos dónde se sitúa el origen del collage, ni dónde están las piezas originales y dónde las copias, sino que hace de la confusión una entidad plenamente autónoma. En cuanto al contenido, también esta exposición lo deja bien explícito: toda la obra de Max Ernst es una advertencia contra el optimismo de la modernidad, una señal incómoda contra la pretendida realización de la utopía en la que creía la vanguardia. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 13 de febrero de 2009
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