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El magma interior de Felipe Orlando Pintura. Felipe Orlando. Centro de Exposiciones de Benalmádena. Avenida de Antonio Machado, 33. Hasta el 12 de junio de 2005. Pintor, escritor y antropólogo, los intereses culturales e intelectuales de Felipe Orlando (Tenosique, Tabasco, México, 1911 – Benalmádena, Málaga, 2001) eran muy amplios y en gran medida fueron saciados gracias a sus numerosos viajes por América, Europa y África, a sus abundantes y variadas lecturas, desde la historia a la filosofía y desde la música a la antropología, y a sus frecuentes contactos y amistad con algunas de las más relevantes personalidades culturales del pasado siglo, como, por ejemplo, Pau Casals, Georges Braque, Henry Moore, García Márquez, Joan Miró, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Moreno Villa, Jean Paul Bloch, Frank Rebajes y Alfred Barr. Trasladado a Cuba con sólo seis años, allí se forma como pintor, se conciencia políticamente frente a la dictadura de Gerardo Machado, se casa en 1937 con Concha Barreto, quien fue su esposa hasta su muerte en 1989, y empiezan sus primeros escarceos literarios y pictóricos, así como su prolífica y didáctica actividad como profesor. Después de abrir un taller entre 1946 y 1951 en Nueva York, este último año se traslada a Ciudad de México, donde, salvo las estancias intermitentes, los viajes y las exposiciones en los más diversos lugares del mundo, residirá hasta 1969, pues a partir de 1970 decide establecerse en España, primero en Mojácar (Almería), luego Málaga y finalmente Benalmádena. En este pueblo se inauguró aquel año un Museo Arqueológico integrado básicamente con las piezas de su importante colección de arte precolombino, una de las más interesantes que pueden contemplarse en nuestro país. La exposición que ahora se le dedica en Benalmádena, integrada por cerca de cuarenta obras casi todas ellas pertenecientes a su producción pictórica durante los ochenta y noventa, probablemente la más fecunda y depurada de toda su evolución, es una muestra que no añade nada significativo a las ya realizadas anteriormente, sobre todo la que tuvo lugar en Detursa en Madrid en 1991 y en la galería Estela Shapiro de Ciudad de México en 1996. Es en cierto modo una oportunidad perdida, especialmente por dos razones: porque se debería haber aprovechado para hacerle la retrospectiva que su dilatada y fértil trayectoria se merece, o, en cualquier caso, aunque la muestra se centre en los veinte últimos años de producción, se debería haber encargado un texto crítico documentado, riguroso y científico a alguien competente, por no hablar de la mediocridad técnica de las reproducciones fotográficas de los lienzos aparecidas en el catálogo. A pesar de estas deficiencias y carencias notables, el aficionado, gracias a la generosidad de la viuda del pintor, Marina Lara, puede disfrutar contemplando una obra hermosísima, hecha por un verdadero maestro, del que no sólo subyuga su particularísimo universo estético, constituido por formas orgánicas crecientemente abstractas e indeterminadas, sino su virtuosismo en el empleo del collage, en la elaboración de sutiles y misteriosas texturas y en el asombroso dominio del color, sobre todo la variedad de tonalidades que consigue sólo con los rojos o con los azules en un único cuadro. De muchas de sus composiciones de esos dos decenios extraordinarios puede afirmarse algo muy parecido a lo que se ha dicho de la pintura de Roberto Matta en el sentido de que asistimos al nacimiento de un espacio informal donde formas metamórficas fluctuantes, aéreas e inorgánicas a un tiempo, se mueven en un magma impalpable rojo y azul, relacionado con el interior de la tierra y las profundidades submarinas del océano. Algunos acrílicos de los años postreros de Felipe Orlando, por ejemplo Noche en la Alhambra, de 1997, o Presentimiento, de 1992, están a la altura de las obras más sublimes del arte contemporáneo en Occidente.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de marzo de 2005
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