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Manifiesto contra la frivolidad y el consumismo Escultura, pintura, instalación y objetos. Sylvie Fleury. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 12 de junio de 2011.
Con la obra de Sylvie Fleury (Ginebra, 1961), de la que esta amplia muestra ofrece una selección de los últimos dos decenios, ocurre algo parecido que con buena parte de la producción de Andy Warhol, del que además recibe indudables y poderosas influencias: que a veces resulta difícil distinguir si se trata de un ejercicio de puro cinismo, o incluso de frivolidad absoluta y de banalización, o si, por el contrario, existe una crítica profunda y muy meditada sobre determinados hábitos y comportamientos de los integrantes del sistema, incluido su conjunto de valores morales. En el caso de Warhol, me inclino a pensar que, junto a esa crítica en el fondo implacable que él a lo mejor intencionadamente trataba de disimular o de enmascarar, se escondía una profunda tristeza, una especie de sino trágico y existencial, al que puede que no sea ajeno su catolicismo y su condición de homosexual. Sylvie Fleury no esconde sus influencias, exhibiéndolas a plena luz: el Pop, el Op-Art, por ejemplo el de Vasarely, el Minimalismo, por ejemplo el de Donald Judd. Sus objetos e instalaciones emplean lo mismo la fría línea geométrica, aséptica y neutra, propia del cool-art, que la masa orgánica, blanda, irregular, indefinible; lo mismo usa neones que remiten directamente al conceptual tautológico de Kosuth, que se adentra en un mundo cavernario, uterino, vinculado a remotas edades geológicas que remiten a Leonardo. Pero lo que quizás más llame la atención es esa crítica despiadada del lujo, del consumismo, del fetichismo de las marcas de las grandes firmas internacionales, desde el lujo mismo, desde la aparente banalización del objeto. Fleury hace deliberadamente unos objetos que pertenecen a la estética del kitsch, pero para denunciar el propio kitsch que se ha apoderado del hombre occidental, especialmente del europeo, desprovisto ya en buena medida de valores espirituales y desinteresado por la alta cultura. En una conferencia sobre el kitsch que escribió en el invierno de 1950-51, poco antes de morir en los Estados Unidos, el gran escritor vienés Hermann Broch decía que el kitsch tenía mucho que ver con una belleza decorativa y vacía, hueca, completamente muerta, banal. El arte no puede prescindir del imperativo ético: «El kitsch es el mal dentro del sistema de valores del arte». La obra de Sylvie Fleury es una denuncia ética del sistema desde dentro del sistema, usando sus mismos códigos visuales y materiales, ya que no espirituales, pues el mundo del espíritu ha sido paulatinamente triturado en los últimos decenios. En España sabemos mucho de esto. La pseudoliteratura, los programas basura de televisión, el discurso esquemático e hipersimplificado del acontecer político, el reduccionismo histórico, el desprecio o la indiferencia por los grandes clásicos del pensamiento y de la cultura en general, la destrucción sistemática del idioma, todo eso empieza a verse como algo natural, como algo inevitable. Se consume de manera patológica. Uno de los exponentes más claros y repugnantes es el culto al cuerpo, por supuesto claro que no en el sentido ateniense de la época de Pericles, sino del cuerpo como mera mercancía, como valor de cambio. La obra entera de Sylvie Fleury es una llamada de atención al pavoroso vacío espiritual y a la ignorancia llena de soberbia de una época que siente terror ante el compromiso moral de la libertad y que ya no sabe siquiera que existe la palabra trascendencia, esto es, que el hombre no es un conglomerado químico como creían los materialistas franceses del siglo XVIII.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de mayo de 2011
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