Una estimable colección de pintura barroca española

Pintura. Colección Fórum Filatélico de pintura antigua española y flamenca de los siglos XVI y XVII.

Museo Municipal de Málaga. Salas de la Coracha. Paseo de Reding, 1. Hasta el 3 de abril de 2005.

Comenzada a formarse hace poco más de cuatro años, la Colección Fórum Filatélico, de la que aquí se exponen 57 piezas, está constituida por obras de pintura española y flamenca de los siglos XVI y XVII, aunque esencialmente predominan los autores pertenecientes a las escuelas madrileña y sevillana del barroco. El significativo núcleo de pintura flamenca, del que además de dos tablas de Coecke van Aelst, un pintor todavía vinculado a los primitivos del siglo XV, y de otros autores menos conocidos del gran público, se exhiben sendos lienzos atribuidos a Pedro Pablo Rubens y a Jacobo Jordaens, encaja perfectamente con el núcleo grueso de la colección, no sólo por las constantes y fecundas relaciones de la pintura flamenca con la española desde la época de los Reyes Católicos, hasta el punto de que muchos artistas procedentes de esas regiones norteñas terminaron estableciéndose en España, sino por la misma pasión coleccionista de los monarcas españoles hacia los pintores de Flandes, especialmente arraigada en el caso de Felipe II y su nieto Felipe IV, principal comprador europeo de obra de Rubens.

Los temas más abundantes de la colección son, naturalmente, los religiosos, pues ellos constituían la casi exclusiva demanda del más importante cliente de pintura del siglo XVII en España: la Iglesia. Pero dentro de esa temática general, los motivos tratados son muy variados en la colección, desde escenas del Antiguo Testamento, de la vida de la Virgen María y de la vida y Pasión de Cristo hasta imágenes de santos y de mártires, desposorios místicos o visiones de santos. Los temas de la Asunción y de la Inmaculada Concepción de María, tan arraigados en el fervor popular de la España del barroco, así como la representación de santas muy recientes en el tiempo, caso de Teresa de Ávila, hablan también de la extraordinaria repercusión de la Contrarreforma y de las disposiciones trentinas en nuestro país.

Entre las obras expuestas, en las que se advierten lógicamente diferencias importantes en cuanto a su factura y calidad artística, merecen distinguirse de manera especial las de Ribera, Rubens, Zurbarán, Murillo, Coello, Carreño de Miranda y Juan de Arellano, y, ya en segundo término, las también estimables de Coecke van Aelst, Francisco Collantes, Antonio de Pereda y Meneses Osorio. La Santa Teresa de Jesús de Ribera, firmada y fechada en 1644, es, probablemente, la mejor pieza de la colección, sustentada en un soberbio dibujo, un extraordinario modelado de la paloma que simboliza el Espíritu Santo y de las manos de la gran fundadora, un sobrio cromatismo y esquema compositivo y un absoluto dominio de los contrastes de luces y sombras. El Retrato de caballero español con golilla atribuido a Rubens, y en el que algunos han querido ver un retrato de Velázquez, es, asimismo, un lienzo de indiscutible calidad, cuyas suaves y delicadas armonías cromáticas sirven para realzar la profundidad psicológica y el estudio de carácter del retratado. El Entierro de Santa Catalina de Alejandría de Zurbarán es obra de una gran maestría en el tratamiento de los paños, cuyas arrugas, modelado, efecto táctil y el solo modo en que están trabajados y resueltos los nudos de los vestidos de los ángeles, bastarían para cerciorarse de su autoría, por no hablar de la valentía cromática y la gama de rojos y rosas. Murillo, por su parte, vuelve a demostrar la constante calidad de sus composiciones, siendo casi inexistentes los altibajos que encontramos en otros miembros de la escuela sevillana. En San José con el Niño asombra la perfecta construcción de las figuras a través de un dibujo sólido y austero. En Juan Carreño de Miranda y Claudio Coello, maestros de sensibilidades algunas veces semejantes y máximos exponentes de la escuela madrileña bajo el reinado de Carlos II, destacan los matices y vibraciones de color, la sabiduría espacial y la elegancia compositiva. De Juan de Arellano, de quien Pérez Sánchez ha dicho que representa en la pintura de flores el mismo papel que Carreño y Francisco Rizi en la composición, se ofrecen dos de sus exquisitos y característicos jarrones de cristal con variadas especies de flores, que, como también ha señalado el mencionado historiador, en algunas ocasiones no son ajenas a una cierta idea de caducidad de la belleza.

 

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de febrero de 2005