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El neorromanticismo de Concha Galea Pintura. Concha Galea. Casa Fuerte de Bezmiliana. Rincón de la Victoria (Málaga). Hasta el 9 de marzo de 2008.
Si hace un año Concha Galea (Sevilla, 1957) nos sorprendía gratamente con su pequeña muestra de dibujos y grabados cuyo tema era El latido del agua, ahora vuelve a hacerlo con una individual de cuadros de gran formato cuyo tema es de nuevo el agua, ese elemento que interesó a Leonardo más que ningún otro, de hecho la cosa que más le interesaba de todo el cosmos, sinónimo de fluir permanente y movimiento continuo. Pero la simbología con que Galea aborda esta temática del agua es de raíz distinta a la del gran florentino, pues a éste le obsesionaba la investigación científica, arrancarle a la naturaleza sus más recónditos secretos, mientras que la obra de la sevillana es de filiación neorromántica, sin que eso suponga excluir la evocación del simbolismo. Más que con Friedrich, el pintor romántico alemán que ve la dimensión sagrada de la naturaleza, Concha Galea está en deuda con William Blake, con los prerrafaelistas ingleses, sobre todo con Millais, y con Arnold Böcklin. Así lo corroboran sus fascinantes y misteriosos dibujos de lápiz conté y sus espléndidos óleos de nadadoras solitarias, identificadas con el agua en parajes escondidos y completamente deshabitados. Los extraños dibujos de los pájaros-hombre, aunque puedan remitir a cierto cómic tardorromántico, en realidad enlazan con Blake, con algunas de sus imágenes de visionario. La soledad de sus nadadoras entronca con el Böcklin de El juego de las olas, de 1883, con los cuerpos sumergidos en las aguas profundas y transparentes, pero la referencia más nítida es la de la Ofelia de John Everett Millais, flotando inerme en el río rodeada de flores y de pétalos. A pesar de todo ello, la remembranza más fiel de estas enigmáticas nadadoras de Concha Galea es la de Julia Adams en esas inolvidables secuencias de La mujer y el monstruo, de Jack Arnold, en las que bracea con elegancia sin par sin saber que está siendo observada con embelesada curiosidad por la inofensiva bestia del pantano. © Enrique Castaños
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