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Entre el clasicismo y la innovación experimental Escultura y dibujo. Pablo Gargallo. Gargallo en su Museo. Museo Municipal de Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 14 de noviembre de 2008. La relevante posición de Pablo Gargallo (Maella, Zaragoza, 1881 – Reus, Tarragona, 1934) en el conjunto de la escultura española contemporánea, donde los dos gigantes han sido Pablo Picasso y Julio González, deriva tanto de su respeto original a la tradición, lo que le permitió articular un clasicismo novecentista, lúdico, europeizante y de magistral dominio del oficio que entronca con el clasicismo mediterraneísta de otras latitudes, por ejemplo el de Maillol, como de su búsqueda sincera de nuevas formas y empleo de nuevos materiales, que va a desembocar en la conquista del concepto de vacío y de desocupación del espacio en la escultura. Por desgracia, todavía hay artistas españoles realmente importantes que no han conseguido un reconocimiento crítico a la altura de su aportación en los centros mundiales de la institución arte. Uno de esos artistas es precisamente Gargallo, que, inexplicablemente, ni siquiera es nombrado en el enciclopédico volumen colectivo de reciente aparición Arte desde 1900, escrito por cuatro conocidísimos gurús de la crítica de arte actual y que para muchos progres posmodernos, postestructuralistas y feministas pasa por ser el sanctasanctórum de las esencias plásticas del siglo pasado. Ante la ausencia de preparación técnica y dominio del oficio que se ha adueñado de las promociones que estudian en algunas de las Facultades de Bellas Artes en España, en parte motivada por esa peligrosa apertura de veda mal entendida del Arte Conceptual, resulta conveniente detenerse en los comienzos de Gargallo, como en los de Picasso o en los de Julio González, y nos estamos refiriendo especialmente a los dibujos, pues va a ser precisamente ese extraordinario dominio del dibujo, el ejercicio continuado de esa formidable disciplina mental que es el dibujo, en rigor lo más conceptual que existe en el ámbito de las formas artísticas, lo que sustentará de modo solidísimo su posterior incursión en el proceloso mar de la investigación experimental, tanto en lo que respecta a la forma como al uso de nuevos materiales, como el cobre. Junto al dibujo, el dominio artesano del oficio de escultor, realizando con auténtica competencia técnica cuantos encargos se le hicieron. Pero si algo de enseñanza para el futuro nos muestra la obra de Gargallo, como, una vez más, también la de Picasso, es la importancia decisiva del respeto a la tradición, el auténtico conocimiento de las formas del pasado, que, bajo una nueva mirada y una nueva lectura, va a posibilitar la revolución formal del presente, en este caso del presente de nuestro autor. Esto se advierte meridianamente en el doble camino emprendido por Gargallo desde 1915, cuando se introduce de lleno en la ejecución de máscaras y cabezas de chapa de cobre y de hierro, que no hacen más que continuar esa primera incursión de la Pequeña máscara con mechón de 1907, y sobre todo desde 1921, cuando comienza sus esculturas modeladas en negativo, de enormes consecuencias posteriores, senda experimental que se complementa y adquiere su pleno sentido cuando comprobamos que Gargallo continuó siempre haciendo una obra clasicista, novecentista, mediterraneísta, que terminará siendo un nuevo clasicismo de volúmenes rotundos y formas sensuales donde la tectónica de la forma se concilia con el amor a la belleza procedente de las profundidades de la Grecia arcaica y clásica.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 14 de noviembre de 2008
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