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Amenazadores objetos del deseo Fotografía. Pablo Genovés. Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 30 de julio de 2005. Interesado desde hace unos años en redefinir las relaciones entre pintura y fotografía, no tanto con el propósito de encontrar la raíz estética de la fotografía y su situación en el panorama contemporáneo actual como de sentar las bases de la pintura como actividad artística del futuro hipertecnológico, una pintura desligada por completo de sus soportes y técnicas tradicionales, Pablo Genovés (Madrid, 1959) continúa en esta nueva serie de piezas, Viaje interior con paisaje, explorando no sólo las posibilidades estéticas de la manipulación digital de la imagen, sino indagando en los mitos del deseo y en las obsesiones consumistas de la sociedad opulenta del capitalismo tardío. La atención se desplaza ahora a las viejas postales de paisajes del siglo XIX y principios del siglo XX, esas postales en blanco y negro escritas a veces por las dos caras y que eran retocadas y coloreadas por los retratistas, que de este modo se convertían en fotógrafos retocadores. El procedimiento que usa para realizar sus fotografías merece ser sintetizado. De un lado están los cuadros que hace con pintura acrílica, con mayor o menor densidad de materia en las distintas zonas. Estos cuadros los fotografía, a continuación los escanea y los introduce en el ordenador. Aquí procede a fusionar las viejas tarjetas postales con las imágenes de sus cuadros pintados, manipulando y alterando sistemáticamente ambas representaciones. El resultado es en esta ocasión el de unos paisajes naturales, a veces lujuriosos y llenos de follaje, a veces tranquilos y paradisíacos, pero casi siempre con una apariencia fantástica que podría estar sacada de un relato de Julio Verne o de un fotograma de una película de Georges Méliès. De entre la espesura de los árboles, del fondo de un lago o de detrás de una montaña surgen amenazadoras criaturas con forma orgánica indeterminada, aunque generalmente tentacular, que si nos fijamos están compuestas de multitud de objetos como tartas, joyas, helados y otros objetos de deseo y de consumo de la sociedad de masas. Lo primero que nos sorprende es la intencionada diferencia de textura entre el paisaje, que aparece con una cierta pérdida de definición, y los inquietantes animales imaginarios, que ofrecen una textura mucho más nítida. En cierto modo se trata de la dicotomía entre el pasado que ya no va a volver y el futuro, de la oposición entre lo incontaminado y lo degradado y vicioso. Es como si el panteísmo de los paisajes de Friedrich o las cosmogonías y misticismo de las imágenes de Blake, de Philipp Otto Runge y de Samuel Palmer, que intentaron regenerar el concepto de lo religioso en el siglo XIX, se hubiese trastocado en una naturaleza invadida por seres formados por elementos del deseo, seres blandos y cremosos que convierten lo bello y lo deseado en peligroso y amenazante. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de junio de 2005
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