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Metáforas de la decadencia Fotografía. Pablo Genovés. Precipitados. Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 24 de julio de 2010. Los últimos trabajos de Pablo Genovés (Madrid, 1959), reunidos bajo el título de Precipitados, están impecablemente hechos desde el punto de vista técnico y ofrecen una misteriosa e inquietante dimensión poética en cuanto a su contenido y clima espiritual. En esta ocasión, Genovés ha manipulado en el ordenador viejas fotografías y postales del siglo XIX de deslumbrantes interiores de palacios, iglesias y bibliotecas del periodo barroco centroeuropeo, y después ha impreso el resultado mediante el clásico procedimiento del chorro de tinta. Conviene señalar que el tema generalmente imaginado, las agitadas aguas del océano o las algodonosas nubes del cielo invadiendo de modo abrupto e inexplicable aquellos espacios rebosantes de historia y de recuerdos pasados, se acomoda más a ser tratado en grandes formatos que en fotografías de mediano tamaño, en parte debido al impacto visual de estas imágenes tan ilógicas e incluso surreales. La surrealidad que emana de ellas, no es tanto de raigambre onírica cuanto del tratamiento perturbador de los escenarios grandiosos inundados por un oleaje incontenible, aunando en otro sentido diferente y con otros componentes aquello que Paul Delvaux combinase en su célebre cuadro El baño de las ninfas (1938), pues en Genovés no sólo es determinante el carácter cerrado e «interior», no abierto, de los inmensos ámbitos intervenidos, sino que sustituye la representación «pictórica» de los edificios oníricos de Delvaux por fotografías antiguas agobiadas por el peso de la historia. Y es en este último aspecto donde se encuentra quizás la clave interpretativa de estas obras. Genovés ha llevado a cabo una reflexión sobre la decadencia de Occidente, mejor dicho de Europa, de esa Europa portadora de ideales y de valores universales, que supo y acertó a desparramar por todo el mundo, como la defensa de la libertad, la dignidad del individuo, la primacía del derecho y la democracia parlamentaria, únicos principios en los que puede asentarse una civilización que pretenda ser justa y respetuosa con el hombre. De manera muy lúcida, y al mismo tiempo atravesada de una infinita melancolía, Pablo Genovés ha concretado esa decadencia en lo que siempre ha sido un distintivo europeo, la alta cultura europea, esa cultura que desde la renovatio carolingia, a través de los monasterios, las escuelas catedralicias y las universidades, pasando por el Renacimiento y el Barroco, hasta la Ilustración, el Romanticismo y el decadentismo finisecular, ha hecho posible, después de Grecia y de Roma, la más elevada, con mucha diferencia, cultura del mundo. Pero esas maravillosas iglesias, esas espléndidas bibliotecas donde se guarda celosamente la memoria de la historia del espíritu del hombre, están hoy amenazadas de devastación, mejor aún, están hoy ya en buena parte devastadas, por una clase política indocumentada e indigente intelectualmente, acomplejada de la superioridad cultural y científica europea, por pseudointelectuales que desprecian, debido a su asombrosa y obscena ignorancia, la verdadera cultura, los auténticos valores del espíritu, pues los pocos intelectuales que quedan permanecen recluidos, y probablemente permanezcan ya para siempre. No había presagios apocalípticos en el imperecedero libro de Oswald Spengler. Se están cumpliendo. El empobrecimiento de la cultura en nuestras universidades y en nuestros institutos lo certifica. Las sombras del pasado de Europa, que son muchas y muy densas en algunos casos, no justifican esta huida, esta lasitud, este abandono de responsabilidad histórica. Oleajes mucho más turbulentos y peligrosos que los representados por Pablo Genovés ha tenido que contener Europa a lo largo de su accidentada historia: el islam, el comunismo, el nacionalsocialismo. Ante los enormes desafíos actuales, Europa debiera volver a reencontrarse a sí misma, si se quiere refundándose, como Alemania después de la guerra. Pero esa refundación, ante todo, debiera significar un reencuentro con los rejuvenecidos valores del humanismo europeo, como anhelaba Stefan Zweig. ¿Será esto posible? © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de junio de 2010
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