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Inagotable Marruecos Fotografía. Harry Gruyaert. Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 1 de septiembre de 2002. En algunas de las cartas que
escribió Delacroix desde Tánger durante los primeros días del viaje que
realizó a Marruecos en 1832, dice, entre otras cosas, entremezclándolo con
abundantes comentarios sobre las gentes y las costumbres del país, que «...hay
que desesperar de dar una idea de los encantadores detalles de la pintura de sus
edificios ... podrían hacerse cuadros en cada esquina ... aquí verá lo
natural, que en nuestras tierras siempre se disfraza, sentirá además la
preciosa y rara influencia del sol que le da a todo una vida penetrante». La
primera característica que advertimos al contemplar las fotografías de Harry
Gruyaert (Amberes, 1941) es precisamente la extraordinaria presencia del color,
bien sea el azul del cielo, el verde de las lujuriosas franjas cultivadas y
rebosantes de vegetación, el rojo, el amarillo y de nuevo el azul, el verde y
muchos otros más de que están pintadas las paredes de las casas en cualquier
medina, en cualquier casbah marroquí recogida por la cámara del fotógrafo. Es
ese mismo color intenso y ardiente, sensual y vibrante que cautivó en estas
mismas tierras a Matisse, un color de matices atlánticos que lo inunda todo,
vivificándolo. Gruyaert ha fotografiado varias ciudades de la costa atlántica, desde Tánger hasta Tan-Tan, de la región del Gran Atlas y de la cordillera del Rif, deteniendo su objetivo en intrascendentes escenas cotidianas de las laberínticas callejuelas, de los mercadillos, de los arrabales próximos a las murallas de otros tiempos, de los poblados del desierto, captando personas solitarias que se cubren con sus telas blancas, negras o encendidas de color, o bien otras que se afanan en sus tareas diarias, o bien pequeños grupos descansando en un remanso de sombra. Lo más notable es la calma que predomina casi siempre, el carácter pacífico de estas gentes, pero también sus duras condiciones de vida, su atraso tecnológico y económico. Deliberadamente, Gruyaert no ha querido posar su mirada en un Marruecos occidentalizado, ni en los núcleos donde se extiende el integrismo islámico, sino en un país donde la geografía y la etnografía se confunden, donde los agudos contrastes de luces y sombras no anuncian amenazas sino que ponen de manifiesto la lejanía del hombre corriente frente a la retórica oficial, otro concepto del tiempo y del espacio, como si fuera inútil darse prisa o el ordenamiento racional de las cosas.
©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 30 de julio de 2002
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