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Súbitos resplandores poéticos Grabado. Haiku (Colectiva de obra gráfica). Taller Gravura. Málaga. C/ Coronel, 3. Hasta el 31 de julio de 2002. Para finalizar la temporada
el taller Gravura ha organizado esta preciosa y delicada muestra colectiva que,
comisariada con exquisito gusto por Alfonso Arenas y Liviana Leone, ha partido
de la original idea de proponer a cada uno de los 24 artistas elegidos la
realización de un pequeño grabado que debía necesariamente inspirarse en un haiku
japonés. Como además resulta que en esta ocasión, cosa que no suele ocurrir
con frecuencia, los autores se han ceñido en general con escrupulosa fidelidad
a la propuesta inicial, estando de hecho cada uno de los grabados acompañado de
la transcripción de un haiku distinto, cuyo íntimo sentimiento poético
se ha intentado asimismo en cada caso concreto trasladar libremente a la
estampa, convendría aclarar primero en qué consiste exactamente un haiku. El haiku
es un poema breve y conciso de 17 sílabas dispuestas en tres grupos de 5, 7 y
5, cuyos orígenes se remontan cuando menos al siglo VIII, tal y como puede
comprobarse en esa gran antología medieval de poesía japonesa que es el Manyooshuu,
donde se recogen los diferentes tipos de canciones y géneros poéticos que se
practicaban entonces y que en ciertos casos, como en el de los primitivos katauta,
admitía una estructura silábica similar a la del haiku. Concebido como
una forma poética esencialmente nominal, en la que abundan los sustantivos, el haiku,
como ha señalado el profesor Fernando Rodríguez-Izquierdo, suele inspirarse en
un accidente de la naturaleza y casi siempre se refiere a algo que ha sucedido
en un momento y en un lugar determinados. Su período clásico corresponde al
siglo XVII y el autor con el que alcanzó sus más altas cimas expresivas quizás
fue Matswo Bashō, cuyo más perfecto haiku es para muchos estudiosos
ese que dice: «Un viejo estanque; / se zambulle una rana, / ruido de agua». Entre las obras exhibidas merecen destacarse las de Paco Aguilar, de una intensa cadencia de grises y azules; Javier Roz, cuyos amplios y sugerentes espacios vacíos desprenden un sutil vínculo con la filosofía del Tao, una de las más venerables raíces del haiku japonés; Almudena Mora, con explícitas referencias autobiográficas y al melancólico poder evocador de la memoria; Jorge Ortega, que incorpora objetos directamente extraídos de la propia naturaleza que presentan acentuados contrastes cromáticos, y la de M. A. Valencia, al mismo tiempo irónico y trascendente, diáfano y cargado de misterio.
©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 15 de julio de 2002
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