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Vislumbres de África Pintura. Margaret Harris. Sala de arte del Ayuntamiento de Nerja. Hasta el 11 de enero de 1998. La sensación más
inmediata, pero también de una imprevista tenacidad a medida que nos
acostumbramos a ellos, que producen los últimos trabajos de Margaret Harris
(Portsmouth, Reino Unido, 1955), pertenecientes a la misma poética de los
exhibidos en Málaga en 1992, cuando la ambiciosa individual que le dedicó la
ya clausurada sala José María Fernández, es una inusual mezcla de rara
fascinación y embarazoso desconcierto. El origen de éste, y no cabe duda que
en él se halla la raíz de la espontánea e irreflexiva seducción que esta
obra provoca en el espectador, viene determinado por la calculada incertidumbre
acerca de la intencionalidad estética y presupuestos cognoscitivos de la
autora, es decir, el que nunca sepamos con exactitud si estamos ante alguien que
deliberadamente simula ignorar o mantenerse al margen de las propuestas artísticas
y de los movimientos sociales y políticos que caracterizan a las sociedades
occidentales contemporáneas, aun conociéndolos con precisión y disponiendo de
toda la información necesaria, hasta el punto de constituir no sólo el desiderátum
sino el verdadero armazón plástico de su trabajo, o si por el contrario nos
situamos ante quien de modo consciente opta por renunciar a los logros y
realizaciones —artísticas
y materiales, según parece certificar el apartado enclave del término
municipal de Torrox donde reside— del
hemisferio norte, requisito ineludible para atender a la llamada africana,
quiero decir para beber en las fuentes puras y limpias de la estética
primitiva. En
ambos casos, sin embargo, exista o no ocultación o rechazo, resulta evidente el
conocimiento que tiene Margaret de la vanguardia histórica y de la
neovanguardia, circunstancia que invita a enjuiciar las piezas expuestas en
Nerja no tanto como el fruto de una oposición entre conceptos irreconciliables,
cuanto como el sutilísimo y exquisito precipitado proveniente de la fusión de
modernidad y retorno a lo primordial. En efecto, contemplar la obra de esta británica
que vivió en Africa del sur desde los 13 a los 17 años, a donde ha vuelto
después en repetidas ocasiones, requerida casi en secreto por la geografía de
la virginidad, y que en 1978 eligió establecerse en otra remota tierra
incontaminada, la comarca malagueña de la Axarquía, es un gozoso encuentro con
el uso primario de los pigmentos, orgullosos de su ancestral procedencia telúrica,
especialmente los intensos azules, los marrones y los dorados, aunque también
los blancos, los rojos y los verdes; con el empleo de materiales sencillos y no
manufacturados, como la arpillera y la tosca madera; con los ritmos musicales
africanos y la simplificación y esquematismo formales propios de civilizaciones
ajenas al opresivo desarrollo industrial, profusas en elementales figuras geométricas;
con, en fin, la dualidad cósmica de la que brota incontenible la vida, pero, al
mismo tiempo, advertimos en ella no sólo las conquistas espaciales y los
portentosos hallazgos plásticos de la vanguardia heroica, como cuando Margaret
incorpora papeles de periódico impresos con preciosa tipografía árabe, sino
también, por mucho que le cueste admitirlo, las reivindicaciones de los
desheredados y la crítica a la intolerancia, atravesado todo ello por el
resplandeciente reflejo del único mar en el que se reconocen los hombres y del
que Margaret ha decidido no separarse nunca. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de diciembre de 1997
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