Margaret Harris: entre la modernidad y el primitivismo

ENRIQUE  CASTAÑOS  ALÉS

 

 

 

Desde hace más de un decenio el rasgo más sobresaliente de la obra de Margaret Harris (Portsmouth, Reino Unido, 1955) quizá sea la coexistencia entre la modernidad artística y la estética primitiva, entre algunos de los presupuestos de la vanguardia y la estilización y sencillo esquematismo propio de las edades primigenias del arte, entre la tradición occidental y el espíritu puro y primordial que atraviesa toda el África. Este vínculo sólido y apasionado con la estética primitiva, se debe sin duda a su prolongada estancia en la República de Sudáfrica, lugar donde vivió desde los trece a los Obra de Margaret Harrisdiecisiete años y que ha continuado visitando con regularidad hasta el presente. Allí aprendió otra manera de relacionarse con las cosas y otro concepto del tiempo, nuevos ritmos y distintas variaciones de lo que habitualmente entendemos por armonía y proporción entre las partes de un mismo objeto. Pero sin renunciar a sus raíces europeas. La mejor prueba de ello son las piezas que ofrece en esta exposición, cuyas principales características sintetizaré en las líneas que siguen.

En primer lugar, el dominio de la forma abstracta, la casi absoluta independencia en muchas de las composiciones respecto del mundo de la naturaleza, en el sentido de que no podemos determinar cuáles son los modelos o referentes de la pintora, aunque bien es verdad que hay otras en las que esas referencias, aun siendo muy remotas y estilizadas, permiten hablar del mundo vegetal, sobre todo de árboles y semillas, aunque en ocasiones recuerdan escudos y otras armas defensivas de ciertas tribus del África austral. Esa indistinta adscripción es particularmente notoria en la obra titulada Eve’s Peach I, pero resulta ya más ambigua en Eve’s Peach II. No obstante, las formas más comunes que emplea son las geométricas, rectángulos, cuadrados, triángulos, semicírculos, pero sin precisar con rigor matemático sus contornos y perfiles, antes al contrario, provocando la simbiosis entre la forma geométrica y el material, creando diferentes grosores entre las partes de una misma composición, cuidando de que el acabado no dé la sensación de estar perfectamente terminado, sino que se note la huella de la realización del trabajo, las características físicas del material utilizado.

En efecto, el material es otro de los más destacados protagonistas de estas últimas obras de Margaret Harris, en las que emplea madera y, principalmente, cartón, un cartón grueso ondulado y rugoso que evidencia con toda nitidez sus cualidades táctiles, dejando al descubierto su rigidez y aspereza. El modo de suavizar esas toscas propiedades de textura es aplicando de manera uniforme pigmento a todo el conjunto, generalmente un pigmento de azul intenso que evoca el color del mar, de este mar Mediterráneo que tenemos tan próximo y junto al que decidió instalarse Margaret en 1978, eligiendo un bello paraje de la comarca malagueña de la Axarquía. En ocasiones, como en Worlds apart, la composición está dividida simétricamente en dos zonas, una pintada de gris y otra de azul, separadas por una banda blanca animada por una línea ondulada muy gestual. El mismo tipo de línea, pero hecha con tonos dorados, se halla en Split pears, aunque ahora la disposición horizontal dividiendo en franjas el acusado formato rectangular, acentúa sus propiedades decorativas. Cuando sólo el profundo azul uniforme y el color oro se combinan en una misma composición, ésta alcanza unas elevadas cualidades poéticas, obtenidas gracias al marcado y peculiarísimo contraste cromático. Hay veces, caso de la pieza denominada Frontera y otras exhibidas en la muestra, en que aquella banda blanca que surca de lado a lado la composición, lleva escrito en un solo renglón un texto en árabe que no parece tener principio ni final, y cuyo contenido suele estar relacionado con temas de la actualidad política y social, como por ejemplo la difícil situación de la mujer en el mundo islámico, pero enunciado de un modo muy sutil, casi imperceptible. En las mencionadas Eve’s Peach I  y  Eve’s Peach II, en cambio, las desnudas ramas de los árboles se esparcen por un tupido cielo estrellado, en el primer caso, y lo que podría ser un terreno sembrado de trigo, en el segundo.

Sencillas y austeras, a las obras de Margaret Harris podrían aplicárseles las palabras de Rabelais, citando quizás a Plinio el Viejo: «Como sabéis, África aporta siempre algo nuevo». Obras unidas a la tierra, a la virginidad de los pigmentos y a la elaboración artesanal del objeto, pero también a las conquistas imperecederas de la vanguardia europea, a la síntesis de la forma, a la preeminencia de lo visual sobre lo narrativo.

 

Publicado originalmente en el catálogo de la exposición individual de Margaret Harris, celebrada en la Sociedad

Económica de Amigos del País de Málaga en marzo de 2002