HEGEL  Y  AMÉRICA (José Ortega y Gasset, marzo 1928)

 

Para Hegel el Espíritu no es otra cosa que aquello que se conoce a sí mismo. La Lógica de Hegel desarrolla el proceso ideal que, de etapa en etapa, aclara ante sí mismo, desvela y revela al Espíritu. Como el Espíritu no consiste en otra cosa que en conocerse, y lo logra idealmente en ese proceso lógico, quiere decirse que él es este proceso mismo, que es, por tanto, evolución conceptual. Para Hegel la última realidad del universo es por sí evolución y progreso…lo cósmico es histórico. La expresión propia de aquella evolución absoluta es la cadena de la Lógica, la cual es una historia sin tiempo. La historia efectiva es la proyección en el tiempo de esa pura serie de ideas, de ese proceso lógico.

En la filosofía hegeliana de la historia, todas las calificaciones y valoraciones del pretérito están calculadas en vista del presente como término de la evolución.

El caso de Hegel patentiza el error que hay en definir lo histórico como el pasado. Su filosofía de la historia no tiene futuro. De ahí el interés de averiguar qué hace Hegel con América, que, si es algo, es algo futuro.

Pasado, en Hegel, son sólo aquellos pueblos que formaron claramente un Estado. Los pueblos primitivos no entran para él en la historia. La historia no comienza mientras no entra en escena el hombre espiritual. Es decir, el Espíritu consciente de sí mismo, con una conciencia muy tosca todavía de sí, pero atento ya a sí. El síntoma de esto es la existencia de un Estado. Conocerse a sí mismo el Espíritu es caer en la cuenta de que es libre. Libre es el que se determina a sí mismo, el que se da a sí propio leyes. La aparición del Estado es el anuncio de que nace un orbe cuya sustancia es Libertad.

La Prehistoria es Historia Natural, en la que vive un ser todavía prisionero de la Naturaleza. La Naturaleza es aquella realidad que precede y prepara al Espíritu. La Prehistoria es Geografía. Hegel coloca a América en el capítulo geográfico de sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Si América es un futuro, aún no es lo que va a ser y puede ser. Ahora bien: esto es precisamente la Naturaleza. Como para Hegel sólo es verdaderamente el Espíritu, la realidad de la Naturaleza consiste en algo que va a ser Espíritu, pero que aún no lo es. Por eso encontramos alojado el futuro en el absoluto pretérito que es la Prehistoria natural, la Geografía.

«Para que un Estado adquiera las condiciones de existencia de un verdadero Estado es preciso que no se vea sujeto a una emigración constante y que la clase agricultora, imposibilitada de extenderse hacia afuera, tenga que concentrarse en ciudades e industrias urbanas…Si hubieran existido aún los bosques de Germania no se habría producido la Revolución Francesa. Norteamérica sólo podrá ser comparada con Europa cuando el espacio inmenso que ofrece esté lleno y la sociedad se haya concentrado en sí misma».

Para Hegel el Nuevo Mundo es esencialmente primitivo. ¿Persistiría en esa idea en 1928? ¿Qué diría Hegel, se pregunta Ortega, ante el bullir de la vida urbana y el desarrollo tecnológico yanqui? Ortega piensa que no cambiaría de criterio. Toda aquella ultramodernidad le parecería una consecuencia del trasplante de la vida europea a América, precisamente por su mayor facilidad de desarrollo, pero bajo esa capa superficial seguiría viendo un alma todavía primitiva, un comienzo de algo original y no-europeo. Lo que Hegel estimaría de América, piensa Ortega, sería sus dotes de nueva y saludable barbarie. De estas dotes, y no de su técnica europea, dependería el nuevo estadio que América está llamada a representar. ¿Cuál será este nuevo estadio? Dice Hegel: «Por consiguiente, América es el país del porvenir. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur. Es un país de nostalgia para todos los que están hastiados del museo histórico de la vieja Europa. Se asegura que Napoleón dijo: Cette vieille Europe m’ennuie. América debe apartarse del suelo en que, hasta hoy, se ha desarrollado la historia universal. Lo que hasta ahora acontece allí no es más que el eco del Viejo Mundo y el reflejo de ajena vida. Mas como país del porvenir, América no nos interesa; pues el filósofo no hace profecías. En el aspecto de la historia tenemos que habérnoslas con lo que ha sido y con lo que es. En la filosofía, empero, con aquello que no sólo ha sido y no sólo será, sino que es, y es eterno: la razón. Y ello basta».