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Contra la alienación Escultura. Pedro Hernández. Pantomima. El hombre borrego. La Caja Blanca. Málaga. Avda. Editor Ángel Caffarena, 8. Hasta el 18 de noviembre de 2011.
El mundo artístico de Pedro Hernández (Málaga, 1966) se fundamenta en una concepción dual, y, al mismo tiempo, dialéctica de la realidad. Por un lado, la realidad material, el universo exterior, el mundo de los sentidos y de lo contingente, y, por otro lado, la realidad interior, el mundo del espíritu y de la subjetividad, mejor dicho, de la identidad. Entre ambos, como realidad sustantiva, pero también como metáfora, la piel del cuerpo humano, que nos protege, que nos separa de lo que puede hacernos daño. Las originales esculturas de Pedro Hernández están realizadas con badana, piel de carnero curtida, extremadamente maleable y dúctil, al tiempo que resistente. Este material le permite modelar las formas, unas formas antropomórficas completamente huecas en altísimo relieve, que parecen emerger y surgir del plano, recordándonos la famosa metáfora de la bañera empleada por Giorgio Vasari para explicarnos cómo iban emergiendo de cada una de las caras del bloque de mármol las esculturas de Miguel Ángel. Las formas de Pedro Hernández son de raigambre clásica, inspiradas en la escultura griega y renacentista, aunque también tiene muy en cuenta a Camille Claudel, a Rodin y a Medardo Rosso. Sus cuerpos femeninos son de una gran belleza, con unas formas proporcionadas que sin duda están transidas de un ideal clásico. El hecho de que se trate de relieves, que no lleguen a ser esculturas exentas y de bulto redondo, el hecho de que sus rostros la mayoría de las veces se oculten o estén vueltos de espaldas, de perfil o de cara a la pared del plano, las dota de un inquietante y seductor misterio. Pero la clave está en su discurso estético, que no es otro que una crítica a la vaciedad moral e intelectual del hombre de la era global, sin valores definidos, que ha abandonado todo esfuerzo y toda excelencia, que discurre entre el vacío y la esterilidad. El hombre occidental hace ya mucho tiempo que ha perdido el sentido de lo sagrado, de la trascendencia, y de ahí la deshumanización del arte, la pérdida irreparable del centro, de la que hablaba profética y magistralmente Hans Sedlmayr. Pero estas advertencias y estos análisis son considerados hoy una cantinela cansina y aburrida, incluso reaccionaria. Se trata de vivir el instante, un instante carente de sentido, absurdo, frívolo, vulgar, estúpido. Ya lo denunció Albert Camus. La piel, considera Pedro Hernández, nos protege, nos separa, pero también nos vincula con el mundo. Ahí está el fenómeno de la transpiración. Él no está abogando, ni mucho menos, por una renuncia al placer de los sentidos, sino que está reivindicando un placer en el que prime la razón y la inteligencia, la cultura y la civilización, un placer que no renuncie, sino que potencie también el desarrollo del intelecto y de la belleza. Pedro Hernández no es un eudemonista. Y, además, tiene más de platónico que de aristotélico. Cree en el mundo de lo invisible, a pesar de que nos lo comunique con la materia. Es curioso, pero algunas de sus obras evocan una maravillosa escultura en mármol de Luciano Fabro, el famoso creador del arte povera italiano, titulada Spirato (1968-1975), en la que el cuerpo del artista aparece a medias prisionero de la materia y a medias liberado de ella. Ésta es la esencia que quiere transmitirnos Pedro Hernández.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de noviembre de 2011
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