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La renovación formal de un pintor clásico Pintura y dibujo. Francisco Hernández. Obra reciente. Sala de arte de la Universidad de Málaga. Edificio del Rectorado. Avda. de Cervantes, 2. Hasta el 30 de marzo de 2010. Francisco Hernández (Melilla, 1932) lleva más de un lustro renovando su lenguaje formal; en menor medida el contenido de sus composiciones, aunque en algunos casos también el cambio afecta de manera radical a los temas. En un pintor como él, que siempre ha respetado la tradición, que ha tratado de mantener un equilibrio, en sus periodos de mayor altura artística, entre el clasicismo y la modernidad, que nunca ha renunciado a sus raíces mediterráneas, lo que significa aceptar tanto el legado greco-latino como la ruptura plástica picassiana, en un pintor así, las innovaciones formales hay que estudiarlas con atención y cuidado. Las dos transformaciones más ostensibles que podemos observar en su pintura de ahora son la acentuación del ritmo y del movimiento de las figuras y el carácter casi psicodélico del color, que ahora se aplica en bandas yuxtapuestas que se ondulan y contornean siguiendo el perfil de las figuras. Por lo demás, continúa con las composiciones simétricas, geométricas y perfectamente estructuradas, como corresponde a un pintor de formación clásica. También hallábamos ritmo y movimiento en los cuadros realizados a finales de los sesenta y principios de los setenta, pero se trataba de un ritmo vertiginoso, de un movimiento cósmico, como el del ángel del Sacrificio de Isaac de Ghiberti o el Dios Padre que se vuelve en la Creación de los astros del techo de la Sixtina. Podríamos llamarlo también el movimiento de un meteoro. Ahora no, ahora Hernández enlaza con el ritmo juvenil y grácil de las vasijas minoicas, con el ritmo de la naturaleza y de la vida, con el crecimiento de las plantas y los seres. En esta ocasión, Hernández ha optado por un ritmo natural. Pero lo que llama particularmente la atención es el tono de los colores, entre la pintura psicodélica de Mati Klarwein y la abstracción postpictórica de Gene Davis. Sin embargo, las grandes superficies de colores planos suelen ser los suyos, los turquesas, tierras rojizos, grises y verdes. En algunos cuadros coexisten ambos lenguajes, el clasicista y el innovador, como ocurre en Dánae, con la muchacha, casi un arco iris con forma humana, tendida en posición voluptuosa sobre un canapé de diseño decimonónico. El comienzo de todos estos cambios se encuentra en un cuadro excepcional, Movida 1ª, dominado por el grafismo de la línea, que se desdobla en un grafismo de contornos y perfiles superpuestos, como en las pinturas magdalenienses de la gruta de Trois Frères, y un fondo en la parte superior del lienzo de graffiti. Es extraordinaria la urgencia gráfica de los perfiles de esa multitud, hacia cuyo centro encontramos un motivo de contraste en un objeto pintado de forma realista. Ha sido un acierto de los organizadores dedicar una sección a los últimos retratos hechos con lápiz de grafito de Hernández, retratos magistrales que vuelven a confirmarlo como uno de los más grandes dibujantes españoles, incluso europeos, de la época contemporánea. La captación psicológica del personaje en cuestión es asombrosa, pero sobre todo resulta inaudita la capacidad de abstracción conceptual, esto es, traducir a base de líneas, luces y sombras, la imagen cerebral del modelo. Es esa misma operación mental de la que hablaba Poussin en sus cartas escritas en Roma. Con esta magnífica exposición, Francisco Hernández no sólo deja constancia una vez más de su maestría, sino que certifica lo más difícil en un artista: la capacidad de renovación, que en él parece ser inagotable.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 13 de marzo de 2010
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