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El ojo místico Los Retratos de la pintora alemana Silvia Hornig se inspiran en el misticismo poético de San Juan de la Cruz Pintura. Silvia Hornig. Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta el 30 de marzo de 2000. Las dos exposiciones individuales que la pintora alemana Silvia Hornig (Marktredwitz, 1962) realiza simultáneamente en España durante este mes de marzo, la de Málaga que comentamos ahora y la que se exhibe en la galería Barcelona de la Ciudad Condal, ofrecen notables paralelismos no sólo desde el punto de vista formal, sino también incluso en relación con determinados aspectos de su «contenido» abstracto y su significado simbólico. Ella ha querido titular la muestra catalana con el nombre de Walkabout, una expresión que designa la manera de moverse por el desierto de los aborígenes australianos, y que consiste en describir círculos que, aparentemente, sobre todo para la mentalidad racionalista occidental, no conducen a ningún sitio o supone una forma absurda de caminar. De hecho, para resultar efectivo, según puso de manifiesto hace muchos años el profesor Douglas Fraser, el arte de los primeros australianos no necesitaba de expresión realista alguna, hasta el punto de que el antiguo estilo australiano parece haber sido abstracto, esto es, consistente en círculos, espirales o líneas rectas paralelas u onduladas. En relación a los Retratos expuestos en Málaga, realizados con pintura acrílica sobre tela y cuyo único tema es el de círculos concéntricos de diversos colores inscritos en el formato cuadrado del cuadro propiamente dicho, la autora misma confiesa haberlos pintado como un homenaje a San Juan de la Cruz, una de las cumbres indiscutibles de la poesía de todos los tiempos, particularmente admirado entre las culturas de oriente y uno de los mayores exponentes de la tradición mística, entendida no sólo como comunicación directa entre el sujeto humano y la divinidad a través de la visión intuitiva y el éxtasis, sino también como una vía autónoma de conocimiento de la realidad, distinta por completo de la vía científica o de la vía estética. En este sentido, la pintura de Silvia Hornig revela una marcada preferencia por lo espiritual y trascendente, así como por explorar sendas alternativas al conocimiento lógico-racional característico de la corriente de pensamiento que va de Aristóteles a Descartes. Junto a las numerosas referencias neoplatónicas que evoca el círculo como símbolo fundamental y el simbolismo cósmico que encierran los círculos concéntricos en cuanto representación de los grados del ser, de las jerarquías creadas, las obras de Silvia Hornig, como combinación de la forma cuadrada con la circular, ofrecen una imagen dinámica de la dialéctica entre lo celestial trascendente y lo terrenal humano. Pero
tampoco podría ignorarse como substrato plástico de esta obra un antecedente
tan señero como el representado por la abstracción postpictórica
estadounidense, influyente tendencia formalista aparecida a finales de los
cincuenta y teorizada por el crítico Clement Greenberg según la cual el
contenido se disuelve completamente en la forma. A ella, además de la similitud
con algunas propuestas de Kenneth Noland, parecen remitirse las investigaciones
de Hornig en torno a los valores de la luz y el color y al concepto de espacio
vacío. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 11 de marzo de 2000
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