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El vitalismo de un «noucentiste» Clasicismo mediterráneo, espíritu de modernidad y tradición vernácula definen la escultura de Manolo Hugué. Escultura. Manolo Hugué. Sociedad Económica de Amigos del País. Málaga. Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 14 de noviembre de 1998. Sólo a partir de un uso amplio y no académico del término noucentisme (en rigor, un disperso y heterogéneo movimiento artístico e intelectual surgido en Cataluña a principios de siglo como reacción pero también como derivación del modernismo, en gran parte sustentado, aunque no exclusivamente, desde un punto de vista teórico, en el Glosari de Eugenio d’Ors, atravesado de concepciones estéticas y corrientes estilísticas que a veces se contradicen, donde conviven ideas en cierto modo opuestas en torno al mediterraneísmo, el clasicismo y el primitivismo, y en el que, de manera significativa, encontramos una paradójica mezcla de tradición y modernidad), resulta posible abordar desde la perspectiva actual la fecunda y variada producción escultórica de Manolo Hugué (1872-1945), sin duda uno de los artistas más originales de la escena española contemporánea y, por ello mismo, prácticamente inclasificable. En correspondencia con ese presupuesto metodológico, los mejores estudios sobre su obra, cuyo denominador común quizá sea la relación con el tema de la naturaleza desprovista de cualquier referencia anecdótica, han insistido en tres fuentes nutricias esenciales: la mediterránea, tan rica y diversa como profuso ha sido el número de pueblos y culturas que han habitado esa vasta cuenca, aunque enseñoreada para él por el inconmensurable legado del clasicismo griego y del primitivismo egipcio, las dos civilizaciones que, una vez descubiertas con ojos atónitos a comienzos de siglo en el Louvre, más admiró siempre, hasta el punto de pretender, en contra del canon moderno, una articulación entre ambas; la vanguardia europea, asimilada durante sus años en París, especialmente la lección ofrecida por el fauvismo matissiano, pero también, aunque más parca y tardía en desvelarse, la proveniente del cubismo; la cultura popular española autóctona, no en cuanto a la expresión de la forma sino en relación a la elección de los temas, sobre todo escenas de tauromaquia y tipos populares. Las alrededor de quince piezas que componen esta preciosa muestra, acompañadas de algunos dibujos, representan casi todos los temas que interesaron al artista en su dilatada trayectoria, desde el periodo parisino y las dos estancias en Céret hasta la prolongada etapa final en Caldas, cuando su propuesta había ya madurado plenamente. Entre ellas, caracterizadas siempre por la monumentalidad de la forma a pesar de su pequeño tamaño, se exhiben dos auténticas obras maestras: La llobera, genuina representación del tipo de la campesina catalana que nos retrotrae a la estatuaria sumeria de Lagash, bloque compacto de robusto canon y marcados rasgos psicológicos, y un Desnudo de mujer sentada cuyo sensualismo y pronunciada estructura corporal encarna inigualablemente el ideal clasicista y mediterraneísta de Manolo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 7 de noviembre de 1998
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