Ambivalencia y hermetismo

Objetos e instalaciones de Pello Irazu, referente fundamental de la nueva escultura vasca de los ochenta

Instalación, escultura y dibujo. Pello Irazu.

Colegio de Arquitectos de Málaga. Paseo de las Palmeras del Limonar, s/n. Hasta el 17 de diciembre de 1999.

La escultura de Pello Irazu (Andoain, Guipúzcoa, 1963), desde su irrupción en los ochenta, si bien ha venido mostrando ciertas características generales   —interés en la depuración ideal de la forma, presencia de planos geométricos, análisis del concepto de estructura, disfuncionalidad, artificialidad, empleo de conglomerados—   que permiten emparentarla, de un lado, con el constructivismo y el minimalismo, y, de otro, relacionarla con autores como J. Shapiro, R. Artschwager, Txomin Badiola, Clay Ketter, Jovánovics y Reiterer, ofrece paralelamente otros rasgos que, además de individualizarla en extremo, la dotan de indudables connotaciones poéticas, en algunos casos en íntima relación con elementos propiamente autobiográficos, y la sitúan en un lugar fronterizo y mestizo que la hace ir incluso más allá de la escultura como modo tradicional de representación en tres dimensiones. Podrían, así, aducirse la desobjetualización, el afán deconstructivo en relación con el espacio arquitectónico, las diferencias de escala, la investigación del espacio como concepto mental y territorio de la memoria en los dibujos y en las piezas de dos dimensiones, reflejo al fin y al cabo de la complejidad del trabajo de síntesis realizado en las piezas tridimensionales, y la aplicación de color tanto a las esculturas ubicadas en el suelo como a las emplazadas sobre la pared, en el primer caso posibilitando la irradiación de energía alrededor del espacio donde se disponen, realzando unos planos respecto de otros o acentuando la ambigüedad del conjunto con la lectura de múltiples significados, y en el segundo caso jugando con la sensación de gravedad que se desprende del objeto.

A pesar de su reducido número de obras, todas ellas realizadas entre 1992 y 1999, el acierto de esta exposición estriba en la cuidadosa selección llevada a cabo, pues a través de ella el aficionado puede efectuar un recorrido sorprendentemente bastante completo por las principales preocupaciones estéticas del artista. Entre ellas sobresale una instalación, a medio camino entre la escultura, la pintura mural y la construcción arquitectónica, consistente en situar en el espacio central de la galería una casita a modo de pequeño invernadero con estructura metálica y cerramiento de paneles translúcidos, en cuyo interior, donde puede penetrar el visitante, sobre un suelo de césped artificial azul, se ha colocado una pieza de madera pintada de rojo que podría servir para poner un columpio. Frente a otras obras realizadas bajo el signo del tema de la casa como metáfora individual en donde se desencaja el cubo arquitectónico y se reflexiona a partir de las ideas posmodernas de autores como R. Venturi, esta obra insiste en la oposición entre espacios (el de la sala, que parece estar constreñido, y el propio de la casa), en las diferencias de escala (según revelan los enormes ladrillos pintados que rodean la estancia central) y en la introducción de ciertos elementos un tanto inquietantes que, como ese columpio truncado, parecen relacionarse con el juego y el universo insatisfecho de los recuerdos infantiles.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 11 de diciembre de 1999