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Sobre
exculturas,
exbotes, colocables y colgables (A
propósito de los últimos trabajos de José de la Calle)
ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS Es
posible, algunos dirán incluso inevitable, que un precipitado vistazo a la obra
última de José de la Calle (Adanero, Ávila, 1935), recientemente expuesta en
la sala de la Diputación Provincial de Málaga, ciudad en cuya Universidad es
profesor de Retórica y Teoría de la Literatura, relacione de manera vaga e
indefinida estos trabajos con cierta mirada o actitud duchampiana ante el
designio del objeto artístico. Pero también es verdad que, a medida que la
percepción de estas obras se hace más nítida y rigurosa, la inicial y
relativa aproximación a determinados aspectos del universo estético del más
resbaladizo y controvertido pater de la contemporaneidad artística,
tiene serias dificultades en mantenerse sólida y firme; cuanto menos, si se me
permite expresarlo así, en una escala hipotética la propincuidad advertida
resulta equidistante de un grado igual de lejanía. Trataré de explicar en
cuatro breves apartados mi convencimiento crítico de que los trabajos recientes
de José de la Calle se hallan con casi idéntica intensidad distanciados y
cercanos a ciertos presupuestos clave de la producción duchampiana. 1.
Lo que el título de la muestra llamaba colocables & colgables y lo
que el propio José de la Calle denomina exculturas, son, en rigor,
piezas que pertenecen a la amplísima y difusa constelación de lo que nuestro
siglo ha bautizado como arte objetual, esto es, genéricamente «el que se basa
en la apropiación de objetos o fragmentos de realidades predadas» (Simón
Marchán). Los orígenes del arte objetual se sitúan en el principio collage
(Picasso), en los ready-mades (Duchamp), en los diferentes tipos de objet
trouvé y en las construcciones Merz (Schwitters), técnicas de
representación asociadas todas ellas a las vanguardias artísticas del primer
tercio de siglo, en especial al dadaísmo y al surrealismo. A partir de mediados
los cincuenta aparecen en la escena norteamericana y europea, sin duda como
consecuencia compleja de aquellas primeras experiencias, otras modalidades de
arte objetual asociadas ahora a la neovanguardia de después de la guerra, sobre
todo al neodadaísmo y al pop art estadounidenses, aunque también al environmental
art, happening, Fluxus, arte povera y conceptual. Entre
estas nuevas técnicas pueden citarse el assemblage (en el que cabe
destacar las combine paintings de Rauschenberg) y la acumulación
(principal procedimiento utilizado por el Nouveau Rèalisme francés de
los sesenta, ya sea en las tableaux-pieges de Spoerri, en las mèta-mécaniques
de Tinguely o en las acumulaciones de objetos idénticos de Arman). Si bien la
enumeración de técnicas de representación objetual podríamos seguir aumentándola
tan fácil como inútilmente, la realizada me basta para hacer una distinción
que me parece fundamental: la diferencia primaria entre los ready-mades
de Duchamp y el resto de técnicas indicadas es que, mientras aquéllos suponen
la elevación a obra de arte de un objeto extraartístico (objeto de consumo
prefabricado o producido industrialmente) por expresa voluntad del autor, sin
alterar en nada su aspecto externo, las otras técnicas ejercen en todos los
casos una mayor o menor manipulación material y física del objeto, que
adquiere de esta manera el estatuto estético. Por supuesto que Duchamp es también
un manipulador artístico en muchos de sus productos, pero los ready-mades
en cuanto objetos dotados de valor artístico, son el preciso resultado de un
puro acto mental, desnudo, solitario, abiertamente provocador y expresión de
una filosofía estética negativa (no nos equivocaríamos si los conceptuásemos
de anti-arte), negatividad, tan característica del dadaísmo, que pone de
manifiesto «la imposibilidad de cualquier tipo de relación entre el arte y la
sociedad» (Argan). Es evidente, después de lo antedicho, que los objetos de
José de la Calle, en los que emplea diversos materiales y elementos (maderas,
telas, clavos, tornillos, alambre, letraset, exbotes y algún que otro objet
trouvé) alterados físicamente, se alejan de los ready-mades y le
convierten en un manipulador artístico, aunque en la órbita de algunos
trabajos de Schwitters y Raoul Hausmann (pensemos en la célebre obra de este último
El espíritu de nuestro tiempo, de 1919), de cierto uso del objet
trouvé próximo a un temprano surrealismo (donde el azar y lo casual se
revelan como factores determinantes), e incluso relacionado con algunas obras de
pequeño formato de Spoerri, Tinguely y Piero Manzoni. 2.
Como razonablemente demostró a principios de los setenta el teórico alemán
Peter Bürger, apoyándose metodológicamente en Marx y reinterpretando
conocidos textos de la filosofía crítica de la Escuela de Francfort hasta
Habermas, quizá sea la autocrítica del arte la categoría central sobre la que
desarrollan sus trabajos los protagonistas de la vanguardia heroica del primer
tercio de siglo. El advenimiento de esta categoría, argumenta Bürger, que se
produce a finales del siglo XIX con el esteticismo, sólo se alcanza en el
momento en que los contenidos de las obras concretas pierden su carácter político
y el arte desea simplemente ser arte. La coincidencia de institución (la institución
arte, que funciona según el principio de autonomía) y contenido (vacío
ahora, a partir del esteticismo, de carácter político) descubre la pérdida de
función social como esencia del arte en la sociedad burguesa y provoca con ello
la autocrítica del arte. El mérito de los movimientos históricos de
vanguardia es haber verificado esta autocrítica. La protesta de la vanguardia,
cuya meta (¿utópica?) es devolver el arte a la praxis vital, descubre la
conexión entre autonomía y carencia de función social (hasta aquí el
razonamiento de Bürger). Esta última es la posición, creo yo, de Duchamp. Su
lúcido pesimismo le lleva, en una aparente contradicción, a considerar
insoluble la cuestión capital de fusionar el arte con la vida. Pero, ¿qué
ocurre con la autocrítica del arte en el seno de la neovanguardia de los
cincuenta y sesenta, en la época del pleno triunfo del capitalismo
postindustrial? A mi juicio, que la mencionada categoría se debilita, dando
paso, en unos casos, a un arte conmemorativo del presente histórico y, en
otros, a unos objetos cargados de fina y sutil, incluso amarga, ironía (si bien
es verdad que algunos autores incorporar en sus obras ambos aspectos). Me
inclino a pensar que es la ironía la figura predominante en el discurso plástico
de José de la Calle, lo que no significa pérdida completa de la autocrítica
del arte, del mismo modo que sería necio negar dimensión irónica a la obra
duchampiana. Donde sí veo, en cambio, una parcela interesantísima en que se
conectan sin obstáculo los trabajos de Duchamp y José de la Calle es en
aquella vieja idea de Schiller llevada, según Argan, a sus últimas
consecuencias por Duchamp y otros dadaístas, del arte como juego y del juego
como libertad. 3.
La exquisita elaboración artesanal de las piezas de José de la Calle, sobre
todo en el tratamiento de las maderas (precioso el texto que para el vocablo «madera»
ha improvisado Juan Antonio Ramírez en el agudo y divertido diccionario que abría
el catálogo de la exposición de Málaga) y de los alambres, le vincula
resueltamente a la crítica duchampiana ( y, en general, de todo el fenómeno
dadaísta) a la cosificación que se produce en el mundo objetual vomitado por
el capitalismo industrial. 4. En último lugar, los objetos de José de la Calle participan de una polisemia semántica estrechamente emparentada con aquella multiplicidad de significados que advertimos en las obras del dadaísmo, surrealismo y neodadaísmo, aunque su contenido concreto sea distinto (que en este caso es lo de menos). La idea de hacer contrastar materiales cálidos, casi humanizados, y materiales fríos, formas geométricas puras y trozos libérrimamente irregulares, círculos y formas ovoides con líneas rectas, cubos y paralelepípedos, de imprimir números y letras con el único cometido de hacerse cómplices del espectador en el juego implícito en la contemplación del objeto, la noción de lo absurdo, de la recuperación de las cosas según la estética del desperdicio, la idea, en fin, de equilibrio e incluso de monumento, son otros tantos significados que podemos atribuir a las poéticas piezas de este manipulador empedernido que es José de la Calle. Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 22 de octubre de 1993 |