Anish Kapoor y el símbolo interior

Escultura y pintura. Anish Kapoor.

Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 30 de abril de 2006.

Una de las ideas esenciales de esta extraordinaria exposición del escultor Anish Kapoor (Bombay, India, 1954), uno de esos escasos artistas que no deja a nadie indiferente, es en el fondo una paradoja: a través de la más rotunda y monumental presencia física, a través del objeto escultórico como Anish Kapoor. "My Red Homeland" (detalle). 2003.una entidad material densa y opaca, se nos habla de lo inmaterial, de la espiritualidad del ser, del interior más profundo del sujeto, de una fuerza y un magma primordial incandescente y volátil que se remonta al principio de los tiempos. Esta es precisamente una de las más extrañas experiencias que el visitante padece cuando se sitúa solo y desamparado ante una escultura como My Red Homeland (Mi patria roja), que da nombre a toda la muestra: está ante una inmensa realidad material, ante una pieza que lo atrapa y lo hipnotiza, y al mismo tiempo está ante un insondable misterio, ante algo que se le escapa y se volatiliza, ante una idea, ante una presencia que evoca el espíritu.

¿Cómo puede eso ser posible? ¿A qué se debe esta aparente contradicción o esta irresoluble paradoja? Fundamentalmente a tres cosas. En primer lugar, a la propia composición circular de la obra, en la que se fusiona el círculo como figura geométrica perfecta, sin principio ni fin y símbolo de la divinidad, con la imagen de un gigantesco reloj cósmico, representado por ese dispositivo que describe una vuelta completa en una hora. Hay aquí, sin duda, una profunda reflexión sobre el tiempo, sobre la imposibilidad de atraparlo, de detenerlo, siempre girando y girando sin cesar. En segundo lugar, está el material mismo del que está hecha la escultura, cera con pigmento, una especie de encáustica que produce un irreprimible deseo de introducir las manos, de tocar y embadurnarse con la cera, de fundirse con ella. Hay una tremenda dimensión táctil en esta obra. Ese material, por efecto del artilugio mecánico que gira sin cesar, conforma como montañas que se desploman, laderas de un enorme cráter volcánico que se derrumban y cambian de aspecto y de fisonomía. El material blando, aceitoso, maleable, junto con la potentísima imagen del cráter, nos remite al origen, al caos primordial, al antes de todo. Eso nos envuelve y nos deja un halo de misterio, una interrogación a la que no podemos contestar.

Pero, sobre todo, en tercer término, está el color, ese intenso color rojo burdeos que lo inunda todo, que todo lo impregna, que condiciona completamente nuestra visión. El impacto visual es fortísimo. Entonces nos damos cuenta que es ese pigmento rojo el responsable último del misterio, de la sensación inexplicable que transmite la escultura, una escultura que, a pesar de su manifestación física, se nos escapa, no podemos racionalizarla. Y es que Anish Kapoor, como todo auténtico artista, sintetiza ideas a través de sus obras, ideas sobre la comprensión del mundo. Por eso llama a esta portentosa pieza Mi patria roja, porque el rojo es el elemento con el que traduce su propio interior, su propio mundo espiritual, atravesado de tensiones entre pares de opuestos, bien sea lo vacío y lo lleno, bien sea lo masculino y lo femenino. En esto Kapoor es muy oriental, muy indio; más aún, incluso India, su país, tan lleno de contrastes y tan inabarcable, es para él un color, el rojo. Este rojo intenso simboliza para él la India. Color de fuego y de sangre, fundamentalmente ligado a la vida, el suyo es el rojo nocturno, hembra, ese que posee un poder de atracción centrípeto. Lo mismo ocurre con sus pinturas, presentadas por primera vez: ellas nos hablan de una fractura, de una herida, de una abertura por la que se intuye el infinito.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de febrero de 2006