Kippenberger o la ausencia de estilo

Pintura y dibujo. Martin Kippenberger. Kippenberger miró a Picasso.

Museo Picasso Málaga. Málaga. C/ San Agustín, 8. Hasta el 29 de mayo de 2011.

La variedad de técnicas y de estilos que se solapan e incluso contradicen en la producción de Martin Kippenberger (Dortmund, 1953 – Viena, 1997), verdadero enfant terrible del arte alemán durante las dos décadas que precedieron a su prematura muerte, lo han convertido en un autor inclasificable, preocupado sobre todo por la búsqueda de su propia identidad como persona y como artista, lo que no evitó que se condujese en numerosas ocasiones de un modo abiertamente provocativo e incluso blasfemo con ciertos principios sagrados, en parte explicable por una profunda insatisfacción, pues a pesar del tono irónico y humorístico que algunos han querido ver en muchas de sus obras, se desprende más bien de ellas un halo trágico, una angustia existencial, que, por otro lado, por mucho que admirase a Picasso y a otros autores de la tradición clásica mediterránea, es una actitud muy alemana, muy nórdica.

Aunque a él no le gustaba que lo relacionasen con los «nuevos salvajes» alemanes que alcanzaron la celebridad internacional en el decenio de los ochenta, lo cierto es que algunos de sus autorretratos, especialmente los óleos de la serie Cuadros pintados a mano, de 1992, no pueden resistir la comparación con Baselitz, aunque también es verdad que en ellos otro de sus padres espirituales es Kokoschka. Hay en ellos demasiada deshumanización, demasiada deformación, que llega casi a lo grotesco, sobre la figura humana, su propia efigie, desvalida, desamparada, solitaria y rota. El que algunas de estas imágenes se inspiren en famosas fotografías hechas por Douglas Duncan a Picasso, como una en que éste aparece bailando, es lo de menos, es sólo un pretexto para indagar en la posición del artista desde unos presupuestos muy distintos a los de Picasso. Kippenberger en absoluto imita el estilo de Picasso, que, por cierto, también podría ser señalado como una suerte de hacedor del estilo del no estilo, sino que lo que le interesa es la actitud del malagueño hacia el arte, su extrema libertad a la hora de actuar y de realizar un cuadro.

Esta libertad, de origen indiscutiblemente romántico, es la que se enseñorea de toda la obra de Kippenberger, y por eso no debe extrañarnos que haga su particular homenaje a Géricault y su vasta composición La balsa de la Medusa, en otra de sus series, donde adopta las formas de los cadáveres y de los náufragos del famoso lienzo romántico. O cuando de nuevo vuelve a inspirarse en una celebérrima fotografía de Duncan de Picasso en calzoncillos, sujetando fuertemente a su perro afgano y con un albornoz en el brazo, una fotografía que resalta la virilidad y la masculinidad, aunque las feministas radicales no se hayan atrevido prácticamente nunca a criticar el machismo del inventor del cubismo. Sin embargo, Kippenberger se autorrepresenta de nuevo como una imagen que se sitúa en las antípodas de esa seguridad que desprende la fotografía de Duncan, esto es, en actitudes poco estéticas, ocultando su rostro, desvelando el inicio de una barriga no especialmente favorecedora, en definitiva, desmitificándose a sí mismo, y con ello al propio arte. Magnífica, por último, la serie dedicada a Jacqueline Roque, la viuda completamente abatida, triste, desesperada por la pérdida de quien era su única razón de ser. Las fotografías de Duncan nos muestran a una Jacqueline que está envuelta a veces en una tristeza infinita. El estilo empleado por Kippenberger es muy diferente al que usó Picasso para representar a su última compañera y esposa. Incluso superpone los elementos figurativos con bandas verticales extraídas de la Abstracción Postpictórica. Kippenberger, en el fondo, es un heredero díscolo y rebelde de la fecunda tradición del Expresionismo alemán.

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 14 de mayo de 2011.