El judaísmo en la época helenística y romana hasta finales del siglo II después de Cristo

 

Resumen de las secciones 5ª y 6ª del capítulo I del estudio Introducción al Nuevo Testamento, de Helmut Köster (1980). Por Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.

 

 

*A la muerte de Salomón, en el 930, le sucedió su hijo Roboam, bajo cuyo reinado la tensión entre el norte y el sur del reino estalló, produciéndose la escisión. Las diez tribus del norte se separaron, constituyendo el reino de Israel, cuyo primer rey fue Jeroboam (Yeroboam I, 929 – 909), siendo la capital Siquem. El reino del sur se llamó Judá (formado por las tribus de Judá y de Benjamín), siendo su primer rey Roboam y la capital Jerusalén.

El último rey de Israel fue Oseas (ca. 732 – 722). Impuesto por su poderoso vecino, Tiglatpileser III de Asiria, rebelóse contra éste. Derrotado por Salmanasar III, fue cegado y convertido en cautivo. El reino de Israel desaparece como tal y se convierte en provincia de Asiria.

*Siendo Acaz rey de Judá, el reino se convirtió en vasallo de Tiglatpileser III de Asiria. El último rey de Judá fue Sedecías (Sedequías, 597 – 587/585). Nombrado rey por Nabucodonosor II de Babilonia, la caída de Jerusalén supuso el fin de su reinado y el comienzo de la cautividad de los judíos, que duró hasta el 538, gracias a un edicto del rey persa Ciro II el Grande, quien permitió el regreso de los judíos a Jerusalén (Helmut Köster fecha en 521 el permiso para el regreso a Jerusalén de una parte de los judíos) y que el Templo fuese reconstruido. Las tropas de Nabucodonosor II saquearon el Templo y lo destruyeron junto con la ciudad de Jerusalén. Sólo los judíos muy pobres permanecieron para cultivar la tierra.

*Desde los asirios hasta los persas, el santuario de Yahvé de la anfictionía israelita (la federación de las tribus), se convirtió, primero, en el templo nacional real de Jerusalén, y, después, bajo una dirección sacerdotal, en el lugar de culto de un Estado vasallo carente de poder político. El periodo de la historia del judaísmo conocido como Segundo Templo, transcurre desde la reconstrucción del Templo de Jerusalén ca. el 520 – 515 a. C. (emprendida por Zorobabel, judío nacido quizás durante la cautividad de Babilonia y gobernador de Judá bajo la soberanía persa ca. el 520) y la destrucción del Templo de Herodes el Grande por los romanos en el año 70 d. C.

En el periodo del postexilio, una vez asentados de nuevo los judíos en Jerusalén bajo el dominio persa, hubo necesidad de una reordenación religiosa y litúrgica. En este marco se produce la reordenación del culto a Yahvé en Jerusalén llevada a cabo por Esdras y por Nehemías, anteriores ambos a la época helenística. Dos problemas requerían atención: a) la regulación y la sanción de los ritos necesitaban una nueva base para mantener la continuidad con la antigua tradición; b) era necesario fijar los ingresos sagrados del Templo, pues la nueva situación política de dependencia requería una nueva regulación para determinar la relación entre los ingresos de la provincia persa (Yehud Medinata, provincia persa de Judá) y los que le correspondían al Templo.

Esdras, según el Diccionario de la Biblia dirigido por el alemán Herbert Haag y el holandés Adrianus van den Born (1951 – 1957), era seguramente consejero para asuntos judíos en el gobierno persa. El cronista (Crónicas) sitúa la fecha de este cargo en el séptimo año del rey persa Artajerjes I (465 – 424), es decir, en el 458. Algunos estudiosos han retrasado la fecha, situándola al final del reinado del mencionado Artajerjes I o incluso durante el de Artajerjes II (404 – 358), en 398. Esdras fue enviado desde Persia a Jerusalén con el encargo de ordenar, basándose en la ley judía, la situación de la comunidad judía de Palestina. Estuvo acompañado en su viaje de unos 1.500 judíos, a los que se añadieron 238 levitas y servidores del Templo.

En cuanto a Nehemías, según el citado Diccionario de la Biblia, era hijo de Jakalyá, copero del rey de Persia. En el año 20 de Artajerjes I (445) se dirigió a Jerusalén, con la autorización de la corte persa de reconstruir los muros de la ciudad santa. Consiguió su propósito, a pesar de la oposición de los samaritanos y de otros enemigos de los judíos. Nehemías fue nombrado gobernador persa de Judá, volviendo por breve tiempo a Persia en el año 32 de Artajerjes I (433), desde donde regresó de nuevo a Judá, siéndonos desconocida su suerte ulterior.

*En la ley cultual introducida por Esdras, el llamado «código sacerdotal», se otorga un lugar preponderante a las prescripciones para la celebración de sacrificios y a minuciosas normas y regulaciones para aquellos que deseaban participar en ciertos ritos y fiestas religiosas. La legislación de Esdras tiene en cuenta, además, el que las autoridades judías no tuvieran ningún derecho a recaudar impuestos y derechos arancelarios. Las donaciones al Templo del rey persa y de los dirigentes de las tribus judías, fueron concretas en el tiempo e insuficientes como base financiera para la actividad cultual. Por eso, los ingresos regulares fueron fijados como contribuciones por los servicios de culto, como derechos sobre las primicias (prestación de frutos y ganado), diezmos y rentas de las tierras del Templo. La recaudación del dinero quedó confiada a funcionarios nombrados especialmente para este fin (Ne 12, 44). También se determinó exactamente el grupo de las personas que debían ser los beneficiarios de estos ingresos (Ne 11, 10 / 12, 1). [Esd: Libro de Esdras / Ne: Libro de Nehemías].

Helmut Köster no está de acuerdo con el orden cronológico seguido por el Libro de las Crónicas, que es el que sigue básicamente el citado Diccionario de la Biblia, y sitúa a Nehemías antes que a Esdras. Al principio de la conquista persa, Jerusalén estaba sometida a los sátrapas de Samaría. Poco después de mediados del siglo V (ca. 445), Nehemías fue enviado como sátrapa de la provincia de Judea, independiente de Samaría. Confirmó las aspiraciones de independencia de Jerusalén, frente al sátrapa de Samaría y al de Transjordania. De este periodo arranca la oposición entre Jerusalén y Samaría, de un lado, y Transjordania de otro, donde gobernaba la rica familia sacerdotal de los Tobíadas en nombre de los persas.

Hacia el 400, según Köster, llega Esdras a Jerusalén, quien reorganizó la administración del Estado judío. El puesto de gobernador (sátrapa) persa de Judea fue sustituido por un Consejo de Ancianos, que respondía directamente ante el rey persa, y que era la más alta autoridad en cuestiones legales y cultuales. Surge así un Estado en torno a un Templo, si bien ese Estado, constituido por Jerusalén y otras pocas ciudades vecinas, no tenía nada que ver con la ciudad-estado griega. En Jerusalén era la ley religiosa (ni siquiera una ley civil sancionada por la divinidad) la que constituía el Estado, y el Sumo Sacerdote era el dirigente supremo del sistema estatal (teocracia).

*La batalla de Issos (333), librada en el límite entre Cilicia y Siria, muy cerca del golfo de Alejandreta, abrió Siria y Palestina a Alejandro. La sublevación de Samaría (331) fue aplastada, la ciudad destruida y a continuación refundada. Por esta época se reconstruyó la antigua ciudad de Siquem por los judíos expulsados de Samaría, quienes erigieron su propio santuario en el vecino monte Garizim, origen del posterior cisma samaritano bajo el asmoneo Juan Hircano. A la muerte de Alejandro, quedó Palestina (con Judea y Samaría) bajo el poder de los Ptolomeos de Egipto durante un siglo. El rey seléucida Antíoco III conquistó Palestina y Fenicia en 198, después de vencer a Ptolomeo V Epifanes en las fuentes del Jordán, en el lugar donde después se erigió Cesarea de Filipo. Los hierosolimitanos apoyaron a Antíoco III, quien mantuvo y amplió los privilegios del Estado teocrático judío. Pero la helenización de Palestina fue inevitable. Este proceso se centró en las ciudades. En época ptolemaica y seléucida surgieron o se refundaron ciudades como Ptolemaida (Acco, Acre), Jamnia (Yamnia), Ascalón y Gaza, las cuatro en la costa fenicia. Al S y al E del Mar de Galilea, ciudades que en época romana pertenecieron a la Decápolis, tales como Pela (Pella), Philadelphia o Filadelfia (Rabbat Ammón, hoy Ammán), Gadara, Escitópolis (Scythopolis / Bet-San / Beth Shean / Beisan), Seleucia (Abila / Rafana / Raphana) y Gerasa (refundada como Antioquía por Antíoco IV Epifanes). Los habitantes de estas ciudades eran macedonios, griegos, sirios, fenicios, árabes helenizados y judíos.

Entre los príncipes más conocidos destacaban los Tobíadas de Transjordania, enemigos de Jerusalén desde el dominio persa. El tobíada José (2ª mitad del siglo III), delegado del rey egipcio, fue durante 22 años administrador financiero de Siria. Hijo del gobernador militar ptolemaico de Transjordania y de la hija del sumo sacerdote de Jerusalén, era el típico judío helenizado. También las familias sacerdotales dirigentes de Jerusalén, ligadas por lazos familiares y financieros con los Tobíadas (a pesar de la enemistad histórica), debían estar muy helenizadas.

*Rebelión de los Macabeos.

Antes de la conquista de Palestina por Antíoco III, existía allí un fuerte partido proseléucida. A él pertenecían el sumo sacerdote Simón de Jerusalén y los hijos mayores del tobíada José. La helenización de los Tobíadas y de las familias dirigentes de Jerusalén provocaba recelos entre los seguidores de las antiguas tradiciones judías. Otro factor notable era la disensión interna entre las familias sacerdotales dirigentes de Jerusalén. El comienzo de las hostilidades ocurrió en la época de la humillación infligida por los romanos a Antíoco IV Epifanes, relacionada con las dificultades financieras del Imperio seléucida. Tampoco son desdeñables las concepciones utópicas apocalípticas formadas en el postexilio.

El conflicto comenzó con una lucha de los partidos prosirios (proseléucidas) y proegipcios por el puesto de sumo sacerdote y por el control de las finanzas del Templo de Jerusalén.

Simón (sumo sacerdote sadoquita[1] proseléucida de Jerusalén, † ca. 200)

     ↓

Onías III (sumo sacerdote proegipcio, hijo de Simón), hermano de Jasón (proseléucida)

     

Onías IV (sumo sacerdote nominal proegipcio, hijo de Onías III; sus expectativas se frustraron con la elección de Alcimo en 162)

Onías III apoyó al hijo menor del tobíada José. El joven tobíada se había enemistado con sus hermanos, partidarios del difunto sumo sacerdote Simón, padre de Onías III. Dispuso, además, a su antojo de los recursos del Templo, por su amistad con Onías III. El asesinato del rey Seleuco IV Eupator en 175, dio a los Tobíadas y a sus partidarios helenistas la oportunidad de expulsar a Onías III y colocar en su lugar a su hermano Jasón (forma griega de Josué), con el apoyo del nuevo rey, Antíoco IV Epifanes. Éste le dio permiso para refundar Jerusalén como nueva ciudad griega con el nombre de Antioquía, sustituyendo el antiguo Consejo de Ancianos (gerusía) por otro nuevo, creando una Asamblea popular, construir un gymnasium y potenciar la educación griega. No sabemos si emprendió una reforma religiosa. Para Helmut Köster, si suponemos hipotéticamente que hubiese intentado equiparar a Yahvé con Zeus, ello no sería suficiente para explicar la terrible rebelión que se desencadenó.

Simón (alto funcionario del Templo)

      hermano de

↓                                  ↓

Menelao                            Lisímaco

Jasón, que, aunque reformador helenizado, como legítimo sadoquita garantizaba las «leyes de los padres», fue expulsado, ocupando su lugar Menelao en 172. Éste era más grato al partido reformador, contó con el apoyo de los Tobíadas y pagó más a Antíoco IV por el cargo de sumo sacerdote que su predecesor. Se deterioró ante el pueblo la figura del sumo sacerdote, que empezó a ser vista como ilegítima. Menelao resistió con dificultades, a pesar del descontento popular. Aprovechando una visita suya a Antioquía, y habiendo dejado como representante en Jerusalén a su hermano Lisímaco, éste fue asesinado. Los acontecimientos exteriores facilitaron la organización de la resistencia al partido reformador, resistencia político-militar conformada por los hasidim o «piadosos», a los que pertenecía la familia de los Macabeos. De esos hasidim procedieron más tarde los esenios y los fariseos.

En 169 y en 168 Antíoco IV Epifanes dirigió dos campañas contra Egipto. A su vuelta efectuó una visita amistosa a su nueva pólis griega, Antioquía-Jerusalén, si bien saqueó los tesoros del Templo. Encendióse la cólera popular, aumentada por un intento de Jasón de recuperar el poder. Cuando el rey seléucida abandonó Jerusalén, los hasidim tomaron la ciudad, encerrando a Menelao en el Acra (Akra o Ciudad Baja), el barrio helenístico fortificado. Esta acción supuso el comienzo de la rebelión. La reacción de Antíoco IV fue inmediata y despiadada. Conquistó Jerusalén, mató o deportó a los habitantes judíos y la convirtió en una katoikía (asentamiento urbano en el que la ciudadanía estaba formada por soldados y colonos sirios). Después de esto, Apolonio, lugarteniente del rey, persiguió a los fieles tradicionales por motivos políticos, no religiosos, a fin de someter al pueblo rebelde. El culto a Yahvé (que desde la reforma de influencia helena se denominaba Zeus Olímpico) se transformó en otro al Baal sirio, helenizado ahora como Zeus Baal, adorado junto con Atenea y Dioniso. Las «leyes de los padres» dejaron de tener vigencia. Los decretos de Antíoco IV de 167 legitimaban el nuevo culto y prohibían el del Dios judío en Jerusalén y en Judea. Los fieles tradicionales fueron perseguidos en esa región. La población judía de la ciudad santa fue obligada a cumplir con el nuevo culto. Prohibición de la circuncisión. La señal de incumplimiento era negarse a comer carne de cerdo. La represión fue feroz. Muchos murieron de modo cruel.

La resistencia guerrillera se organizó en los montes de Judá, poniéndose al frente de la misma Judas Macabeo (= el martillo). Como la Casa de los Asmoneos no descendía de este Judas Macabeo, sino de su hermano mayor Simón, el Libro 1º de los Macabeos presenta equivocadamente la rebelión como iniciada por Matatías, el padre de ambos. La nueva resistencia, opuesta frontalmente a los reformadores helenizados, apeló a los valores defendidos por los hasidim, convirtiéndose en un poderoso movimiento religioso nacional de amplio apoyo. Todos los hasidim secundaron a Judas Macabeo, pero cuando los herederos de éste consiguieron el poder político en Jerusalén, algunos grupos de los hasidim, tales como los esenios y los fariseos, rompieron con la dinastía Asmonea.

Tras cuatro años de guerra (168 – 164) y éxitos militares de Judas Macabeo, los judíos helenísticos de Jerusalén promovieron una reconciliación, consiguiendo de Antíoco IV una revocación de los edictos contra la religión judía. A los huidos se les permitió volver. Pero ya era tarde. Poco después, Judas Macabeo conquistó Jerusalén. Los helenistas se refugiaron en la ciudadela del Acra. En 163 murió el rey. Su lugarteniente Lisias, gobernador de la parte occidental del reino seléucida, no pudo intervenir, debido a los problemas sucesorios. Judas Macabeo consolidó su poder y llegó incluso a un acuerdo con el nuevo soberano, Antíoco V Eupator, por el cual el Templo volvió a la antigua religión judía. Menelao fue ejecutado. En vez de Onías IV (helenista), que era a quien le correspondía, fue nombrado Alcimo (Alcimus) sumo sacerdote en 162. Poco después, Antíoco V fue asesinado por su primo Demetrio I Soter (162 – 150). Judas Macabeo cayó en desgracia. Alcimo se entendió con el nuevo rey, siendo aceptado por los hasidim. Sin el apoyo de éstos, Judas volvió a la lucha armada. Báquides, un general de Demetrio, derrotó a Judas en 160, que murió en la batalla. Después de la muerte de Alcimo, Báquides llegó a un entendimiento con Jonatán, hermano de Judas Macabeo. Desde Michmasch (Michmash o Michmas, localidad de la tribu de Benjamín en el camino a Jerusalén, al SE de Bethel / ver mapa: palestina2), Jonatán actuaría como «juez», pero se abstendría de intervenir en Jerusalén (año 157). El cargo de sumo sacerdote quedó vacante. La paz duró hasta el 153. Reanudóse la lucha, ahora sólo por el poder político. Jonatán y su hermano Simón sacaron partido de las disensiones internas seléucidas. En 153 Alejandro Balas intentó destronar a Demetrio, quien buscó apoyo en Jonatán Macabeo, permitiéndole ocupar Jerusalén. Jonatán aceptó, pero al poco abandonó a Demetrio y se alió con Alejandro Balas, quien le nombró sumo sacerdote en 152. Después de su victoria sobre Demetrio (150), Alejandro Balas enalteció a Jonatán como «amigo del rey», nombrándole estratega y lugarteniente de Judea. Los cimientos del Estado de los Asmoneos estaban puestos.

*La época de los Asmoneos.

MACABEOS Y ASMONEOS

Gobernantes y monarcas

Acontecimientos

Después del 200 muere Simón, a quien sucede Onías III como sumo sacerdote

195    Jerusalén recibe a Antíoco III

175     Jasón (Josué), sumo sacerdote

175    Asesinato de Seleuco IV Eupator – Jerusalén pólis griega

172     Menelao, sumo sacerdote

169    Antíoco IV Epifanes saquea el Templo

168 – 160    Judas Macabeo, caudillo de la rebelión

168 – 164   Levantamiento de los Macabeos

 

167     Jerusalén se transforma en Antioquía

 

164     Muere Antíoco IV Epifanes

 

160     Restauración del culto judío en el Templo

152 – 143    Jonatán Macabeo, sumo sacerdote

 

143 – 134    Simón Macabeo, sumo sacerdote

Judas, Jonatán y Simón Macabeo eran hijos de Matatías

142     Expulsión de la guarnición siria de Jerusalén

142     Exilio del «Maestro de Justicia»

134 – 104    Juan Hircano I (hijo de Simón Macabeo)

128     Destrucción del templo samaritano del Monte Garizim

104              Aristóbulo I

 

104 – 78      Alejandro Janneo

94       Revuelta de los fariseos

76 – 67        Alejandra, viuda de Alejandro Janneo

 

67 – 65        Hircano II y Aristóbulo II, hijos de Janneo

65       Pompeyo Magno entra en el Templo de Jerusalén

El reino judío de los Asmoneos, que en realidad comienza con Jonatán Macabeo, aunque formalmente con Simón Macabeo, supo aprovechar las disensiones internas de los seléucidas. En 145 Alejandro Balas es desplazado por el hijo de Demetrio I Soter, Demetrio II Nicator. Ello reforzó la posición de Jonatán Macabeo como sumo sacerdote, a quien se le permitió administrar el sur de Samaría. Pero, poco después, la situación de Jonatán empeoró, pues al apoyar al nuevo pretendiente al trono sirio, el todavía niño Antíoco VI (aunque detrás se ocultaba el verdadero usurpador, Diodoto Trifón – Diodotus Tryphon, 142 – 138), momentáneamente le deslumbró un espejismo, ya que tanto él como su hermano Simón Macabeo se apoderaron de la franja costera desde Gaza hasta Galilea y Damasco. Cuando Diodoto se apoderó de Antíoco VI y desveló sus intenciones, haciéndose proclamar rey, hizo prisionero a Jonatán y ordenó su asesinato (año 143). Simón Macabeo volvió a alinearse con Demetrio II, quien le reconoció como rey de Judea, aceptó exenciones fiscales para los judíos y la expulsión de la guarnición siria de la fortaleza del Acra (142 – 141).

En la práctica, la nueva situación de Simón Macabeo significaba la independencia política. Conquistó las ciudades de Gezer (Gazara / Tell el-Jazari), al W de Jerusalén, y Jaffa, en la costa. Se hizo confirmar como príncipe por los sacerdotes, laicos, ancianos y gente principal, adjudicándose los títulos de «regente», sumo sacerdote y «general en jefe» (año 140). Aunque evitaba el título de rey, su actuación se asemejaba a la de un rey helenístico. Su posición se sustentaba en el poder militar. Aunque sumo sacerdote, su legitimidad no estaba clara, pues no pertenecía a la familia de los sadoquitas (ver nota 1). Una parte de los hasidim, los esenios, se exiliaron, voluntaria o forzadamente. Los esenios, bajo la dirección del «Maestro de Justicia», un sacerdote sadoquita, fundaron su propia comunidad junto al Mar Muerto. Para ellos, Simón Macabeo era un «sacerdote ateo». Medio siglo después, los Asmoneos perseguirían a los fariseos, otra parte de los hasidim.

En 139 el trono sirio recayó en Antíoco VII Sidetes, un soberano capaz. Consintió la independencia de Simón Macabeo, pero le conminó a devolver Gezer y Jaffa, así como restituir la guarnición siria en el Acra de Jerusalén. Simón se negó. Sus dos hijos, Judas y Juan Hircano, derrotaron al general de Antíoco VII. En 134, Simón Macabeo, junto con su esposa y sus hijos Judas y Matatías, fueron asesinados, siguiendo instrucciones de Antíoco VII, por el propio yerno de Simón, Ptolomeo (hijo de Abubus), gobernador de Jericó.

De la matanza se libró Juan Hircano (134 – 104), que heredó los cargos de su padre. Fue cercado en Jerusalén por Antíoco VII. Devolvió las ciudades conquistadas, Gezer y Jaffa, pero permaneció independiente, con la ciudadela del Acra libre de sirios, aunque tuvo que pagar tributos más altos. Su situación mejoró notablemente en 129, cuando Antíoco VII Sidetes cayó ante los partos.

Durante los decenios siguientes el reino de los Asmoneos amplió sus conquistas sobre toda Palestina, incluida la franja costera y las ciudades griegas. Ello ocurrió, especialmente, bajo Juan Hircano, aunque también bajo sus hijos, Aristóbulo I (104) y Alejandro Janneo (104 – 78). La construcción de un Estado judío tal y como lo concebían los Asmoneos era incompatible con la existencia de ciudades griegas ajenas al culto a Yahvé. Todas las ciudades griegas de Palestina fueron conquistadas, a excepción de Ptolemaida-Acco (Acre), en la costa, y de Philadelphia (Rabbat Ammón, hoy Ammán). El proceso de helenización de Palestina fue cercenado de raíz. Ello no fue óbice para que se mantuvieran muchas costumbres griegas, asumidas incluso por la dinastía reinante, los Asmoneos. El cambio de los nombres de los hijos de Juan Hircano es prueba de ello. Éste último reclutó mercenarios extranjeros. La religión se convirtió en un medio para vincular a todos los habitantes de Palestina con Jerusalén y su sumo sacerdote, al mismo tiempo rey. Al sur de Judea, se conquistó Idumea. En las ciudades griegas conquistadas se deportó o mató a la población no judía. La capital de Samaría, Siquem, fue conquistada, así como destruido el templo del monte Garizim (128). Los samaritanos fueron obligados a reconocer la supremacía religiosa de Jerusalén. Los fariseos, que eran uno de los grupos principales de los hasidim, mantuvieron su actitud crítica con la dinastía asmonea. El conflicto con los fariseos estalló abiertamente en época de Alejandro Janneo, quien continuó las conquistas de su padre, Juan Hircano. La revuelta del año 94, al parecer instigada por los fariseos, ocasionó una guerra civil de seis años. Los rebeldes fueron apoyados por el rey sirio, Demetrio III, pero Janneo venció. Unos 800 dirigentes de los sublevados fueron crucificados. A Alejandro Janneo le sucedió su viuda, Alejandra (78 – 69), quien permitió a los fariseos formar parte del gobierno. Con la muerte de Alejandra, la dinastía asmonea comienza a desintegrarse. Hircano II fue desplazado por su hermano menor, Aristóbulo II. En Petra, capital de los nabateos, halló refugio Hircano II, quien contó con la ayuda del político más sagaz de la región, el idumeo Antípatro (padre de Herodes el Grande). Aristóbulo II fue derrotado y hubo de refugiarse en el Templo (año 65). Ambos partidos recurrieron a Cneo Pompeyo Magno, quien en el año 63 conquistó Jerusalén, entrando en el sanctasantórum del Templo por vez primera un no judío. Este fue el fin del reino de los Asmoneos.

*La diáspora judía. Durante la época helenística aumentó la dispersión de los judíos. La diáspora babilonia comenzó con el exilio en 587. El edicto de Ciro II el Grande permitiendo el retorno a Jerusalén es del 538, aunque parece ser que se hizo efectivo desde 521. Sólo una parte de los judíos de Babilonia retornó a Jerusalén; más tarde lo hicieron otros en tiempos de Nehemías (ca. 445) y de Esdras (ca. 400). Sin embargo, muchos otros judíos permanecieron en Babilonia. Además de en esta ciudad, había comunidades judías importantes en Seleucia del Tigris y en Alejandría (más reducidas en Dura Europos, Edessa, Nisibis de Mygdonia y en el distrito de Adiabene, situado un poco al sur de la antigua Nínive y al este del Tigris superior). Los judíos de Babilonia ejercieron una gran influencia en los de Palestina (hasta el maestro más importante del judaísmo farisaico, Hillel, que vivió entre el 70/50 a. C. y el 10 d. C., aunque algunos sitúan su nacimiento ca. 110 a.C., y que procedía de Babilonia). Esa influencia y los lazos entre Babilonia y Palestina se debían en parte a que la mayoría de los judíos de ambos lugares hablaban arameo. Los judíos babilónicos mantenían buena relación con los seléucidas y con los partos. Después del año 70, la escuela rabínica de Jamnia, al S de Jaffa, trató de reorganizar el judaísmo, imponiéndose como texto normativo el texto babilónico de la Biblia hebrea (base, a su vez, del texto masorético de la Biblia, es decir, el resultado de la labor de los masoretas («masora» = tradición) judíos dedicados a la crítica textual). En resumen, el texto babilónico de la Biblia hebrea desplazó al texto usado hasta entonces en Palestina. Este último texto se nos ha conservado en la traducción griega de los Setenta (la Septuaginta o traducción de la Biblia del hebreo al griego llevada a cabo en Alejandría en época de Ptolomeo II Filadelfo, rey entre 285 – 246 a. C.), en el Pentateuco de los samaritanos y en los manuscritos del Mar Muerto hallados en 1947 en las cuevas del valle desierto de Qumrán, en Judea. Más tarde, el Talmud babilónico (completado ca. 550 d. C., uno de los dos comentarios (el otro es el Talmud de Palestina, completado ca. 450 d. C.) a la Mishnah o compilación de la Ley rabínica, que data aproximadamente del año 200 d. C.) se convirtió en la codificación normativa de las tradiciones rabínicas.

La diáspora egipcia superó en importancia a la babilónica. En Egipto había colonias judías importantes desde la época de la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor II (fue entonces cuando el profeta Jeremías se exilió en Egipto, muriendo allí), y, después, en época persa. En Elefantina, cerca de la 1º catarata, había una colonia militar judía en el siglo VI a. C. Pero la comunidad principal, con diferencia, estaba en Alejandría, adonde fueron llegando judíos desde su fundación. El dominio egipcio en Siria meridional y en Palestina durante el primer siglo de los Ptolomeos, favoreció la emigración judía a Alejandría. Tampoco podemos olvidar la existencia de un partido proegipcio en Jerusalén en época seléucida. Onías IV, que no pudo suceder a su padre Onías III como sumo sacerdote, y que era un caudillo de mercenarios al servicio de Egipto en tiempos de Ptolomeo VI Filometor (180 – 145 a. C.), encontró asilo en el país del Nilo, fundándose para él y sus soldados una katoikía (colonia militar: ver supra) en Leontopolis (Taremu, en el Delta, hoy Kafr Al Muqdam o Tell el-Muqdam), con un templo judío. No obstante, hubo un pogrom en época de Ptolomeo VIII Evergetes (desde el 145). 

En el siglo II a. C. llegaron de Egipto emigrantes judíos a la Cirenaica. También hubo comunidades judías en las islas del Egeo y en Creta en época Ptolemaica. La diáspora hebrea de Roma dependía del judaísmo alejandrino (por la importancia comercial de Alejandría). Desde el siglo II a. C. hubo una importante comunidad judía en Antioquía. También hubo otras en Apamea del Orontes, Damasco y en los territorios limítrofes entre Siria y Palestina.

De carácter especial fue la diáspora judía en Asia Menor occidental y meridional, así como en la costa del Mar Negro. La sinagoga de Sardes, del siglo II d. C., anteriormente una basílica romana, ha despertado una gran expectación entre los arqueólogos desde 1958.

La diáspora judía en Grecia fue más reducida que en Asia Menor y en las islas del Egeo. No obstante, al principio de la época imperial había comunidades judías en Tesalónica, Atenas, Corinto y Argos. En el Occidente mediterráneo tampoco había muchos judíos. Las primeras comunidades se formaron en la Magna Grecia. Desde la época imperial, el centro del judaísmo en Occidente fue la ciudad de Roma.

En Alejandría, Antioquía, Asia Menor y Roma, la lengua de los judíos era el griego. La Septuaginta se impuso rápidamente en las sinagogas de estos lugares. Los emigrantes judíos procedentes de Mesopotamia y de Palestina sustituyeron en el Occidente el arameo coloquial por el griego. La adopción del griego supuso una invasión de conceptos helénicos en el pensamiento judío. Las proposiciones teológicas se transformaron en conceptos «filosóficos». La herencia literaria de Israel se vio afectada. La helenización del judaísmo durante el periodo helenístico es un hecho incuestionable (contra ella se alzó la rebelión de los Macabeos). Los judíos de la diáspora no contaban con una autoridad suprarregional institucionalizada. La autoridad de Jerusalén era ideal, no institucional. El tributo al Templo tenía un carácter simbólico. Sólo en casos excepcionales gozaron los judíos de la diáspora de plenos derechos de ciudadanía bajo el dominio romano, aunque nunca quedaron exentos oficialmente de participar en los cultos públicos del Estado romano. Ni en la época helenística ni en la romana, el judaísmo fue una religio licita, esto es, una «religión autorizada oficialmente». Sí fue tolerada, incluso ampliamente en ocasiones, lo que no impidió conflictos y tensiones. En época romana hubo incluso persecuciones antijudías. El antijudaísmo procede de la época helenística, y se sustentaba en las diferencias religiosas y culturales. Un notable ejemplo helenístico de antijudaísmo lo encarna el escrito del sacerdote egipcio Manetón, en el siglo III a. C. Pronto aparecieron apologetas judíos, como después surgieron los apologetas cristianos. Entre las causas del antijudaísmo, además de las diferencias religiosas y culturales, las hay también políticas y económicas. Los monarcas helenísticos y los Césares romanos hubieron de intervenir repetidas veces a fin de hacer posible un modus vivendi con los judíos.

 

*La historia de la religión judía.

a) Los Saduceos. El Pentateuco se concluyó en los decenios anteriores a la conquista helenística, e incorporó la ley introducida por Esdras. El culto en el Templo fue el centro de la religión oficial. La Ley estaba ligada al Templo. Aunque bajo la administración persa, dentro del Estado teocrático judío ninguna instancia política estaba por encima del Templo y de su jerarquía. Jerusalén y los distritos bajo su jurisdicción constituían una comunidad cultual, dominada por los sacerdotes. Las estrictas leyes teocráticas emanadas de Jerusalén (prohibición de matrimonio con quien no perteneciese a la comunidad religiosa judía) originaron tensiones con los Tobíadas de Transjordania y con Samaría. Pero el Pentateuco era aceptado por toda la comunidad de creyentes judíos. Los custodios del Templo y de su culto, así como los intérpretes de la Ley, eran los sacerdotes hierosolimitanos. La mayoría de estos pertenecían a familias acomodadas. Estas familias, no obstante, estaban abiertas a las influencias helenísticas. Una de las pruebas está en la helenización de la familia sadoquita de los Oníadas, factor relevante en la rebelión de los Macabeos. No obstante, después del triunfo de la rebelión, los sacerdotes del Templo se apartaron por completo de la helenización del culto que habían propugnado los reformadores helenistas. La nueva aristocracia sacerdotal dirigente de la época de los Asmoneos, los Saduceos, era claramente conservadora. Hay estudiosos que han identificado los términos «sadoquita» y «saduceo». En cualquier caso, los Saduceos deseaban garantizar la exacta observancia de la legislación sobre el Templo y el culto, ya codificada en la Ley escrita. Los profetas no constituían para ellos una autoridad vinculante. Asimismo, repudiaban una tradición oral. Cualquier punto de vista teológico debía documentarse en la Ley escrita. Los Saduceos eran contrarios a la doctrina farisaica de la resurrección. Con la muerte del cuerpo perece también el alma. Retribución y castigo conciernen sólo a la vida intramundana. El destino no existe. Según los Hechos de los Apóstoles, los Saduceos negaban la existencia de los ángeles y de los espíritus. Oposición frontal a una renovación teológica inspirada en el Helenismo. Ello no es óbice para que sus costumbres externas y estilo de vida estuviesen influidos por la cultura helenística. Como guardianes de la Ley mosaica, continuaron siendo los dirigentes de la política religiosa oficial de Israel durante la época romana, hasta el año 70.

b) El género apocalíptico. La apocalíptica llegó a ser el más importante movimiento teológico del judaísmo durante la época helenística, y desempeñaría un papel decisivo en la formación del cristianismo. Representa el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento (transmitió la herencia esencial de Israel y la herencia de los profetas a Jesús), influyendo en el judaísmo tardío. El pensamiento apocalíptico hunde sus raíces en el exilio de los judíos en Babilonia (desde el 586). La destrucción de Jerusalén y del Templo, alteraron sin duda la teodicea histórica, pero ello no es suficiente para explicar esta nueva eclosión espiritual. La monumental obra histórica que supuso el Deuteronomio (publicado definitivamente poco antes del 561 a. C.), no se aparta de la teodicea histórica. Dios queda justificado en la Historia. La responsabilidad de las desgracias concierne únicamente a Israel, incluida la mencionada catástrofe. La conversión de Israel permitirá que Dios le dé una nueva oportunidad. Pero, frente al autor del Deuteronomio, existen otros que rehusaban concebir la presencia y la acción de Dios en el estrecho horizonte de la experiencia histórica del pueblo. La Historia era para ellos un enigma. El Libro de Job (quizás del siglo VI) ve a Dios fuera de la historia y de la política. Dios aparece en la fuerza de la creación y de la naturaleza. Es el vencedor del caos. El hombre no es nada frente al poder y la sabiduría de Dios. Por eso se debe someter a Él. Precedentes de la literatura apocalíptica son el Deutero-Isaías[2], que presentaba a Ciro II el Grande como el salvador de Israel designado por Dios, pero admitiendo que Israel no sufre por su culpabilidad histórica, sino en pro de un orden universal nuevo, sólo descriptible desde una base mítica; la concepción del nuevo Templo por Ezequiel; los pasajes apocalípticos de Isaías (capítulos 24-27) y de Zacarías (capítulos 9-14), del siglo V o poco después; y el Trito-Isaías (el autor de los capítulos 56-66 del Libro de Isaías). En todos estos escritos está desarrollada una concepción mitológica del futuro que influirá en la teología apocalíptica. En definitiva, en época helenística fue elaborándose una concepción apocalíptica del pensamiento judío que debe mucho a esa recepción de tradiciones míticas (cananeas, babilónicas, iranias) y al mismo proceso de helenización.

Los rasgos del género apocalíptico en época helenística, fueron:

1.     Los conceptos de caos y creación son dominados crecientemente por ideas de las mitologías orientales.

2.     El futuro se contempla como una nueva creación cósmica. La renovación no procede, pues, de los cambios producidos por los acontecimientos históricos.

3.     Se impone una visión dualista en el cosmos y entre los hombres. Dios y Satán / ángeles buenos y ángeles malos / creyentes y ateos. Esta visión impregnaría posteriormente a la Gnosis especulativa (dualismo entre el Dios bueno y el Dios malo).

4.     La visión del presente es pesimista.

5.     El hombre aparece ante Dios como fundamentalmente imperfecto[3], ya que está ligado al cuerpo y sujeto a las vicisitudes de la Historia.

6.     La idea de la misión profética se democratiza. Las tareas y las promesas encomendadas a los Profetas se transfieren a Israel. Ello es perceptible en el Deutero-Isaías y en El Libro de Daniel.

7.     Se rompe la conexión entre «nación» y «pueblo elegido». La misión profética sólo puede ser desempañada por los miembros del pueblo que sean fieles a Dios y cumplan sus mandamientos. Los impíos serán castigados.

8.     Creencia en la resurrección individual y en la inmortalidad[4].

9.     La teología de la historia es reemplazada por la «sabiduría». La gnosis será una consecuencia lógica del pensamiento apocalíptico.

Resulta sintomático que los más antiguos fragmentos apocalípticos se transmitieran en el interior de los libros proféticos (Isaías, Ezequiel y Zacarías). Los representantes de las concepciones apocalípticas, pues, debían pertenecer a los círculos que apelaban a la tradición profética y la continuaban. Recordemos lo dicho anteriormente sobre los Saduceos después de la rebelión de los Macabeos: no consideraban vinculantes los libros de los Profetas.

Es evidente que los hasidim, principales responsables del levantamiento contra los reformadores helenizados, cultivaban ideas apocalípticas, como demuestra el Libro de Daniel, redactado en lo esencial durante la rebelión de los Macabeos y exponente de las experiencias y aspiraciones de los rebeldes. El autor de ese libro no confía en la historia ni en la política, sino en la intervención de Dios que haga brotar una época nueva, en la que el pueblo de los elegidos (simbolizado en la figura del «Hijo de Hombre») habría de ser el justo soberano de los pueblos. Para los hasidim y los partidarios del Libro de Daniel, pues, la dinastía Asmonea no cumplía en absoluto sus esperanzas. La apocalíptica se apartaba de la historia porque lo que se proclamaba como cumplimiento de la historia defraudaba sus expectativas. La supervivencia de los hasidim sólo era posible como secta, ajena a la religión oficial del Templo de los Asmoneos. A partir de aquí, las concepciones apocalípticas sólo sobrevivieron como sectas (esenios, fariseos, cristianos), hasta desembocar en esa forma radical que fue la gnosis [José Ferrater Mora incide sobre todo en la llamada Gnosis especulativa], con su rechazo de la Historia como principio metafísico.

c) Los Esenios. Conocidos a través de los escritos de Filón de Alejandría, Flavio Josefo, San Hipólito de Roma († ca. 235 en Cerdeña), y por algunas observaciones de Plinio el Viejo y de Dión Crisóstomo, el descubrimiento desde 1947 de los manuscritos del valle desierto de Kirbet Qumrán (Khirbet Qumran), junto a la orilla NO del Mar Muerto, en Cisjordania, permitió un conocimiento fidedigno y contrastado de esta secta. Los esenios salieron de los círculos de los hasidim que apoyaron el levantamiento de los Macabeos. La ruptura con los Asmoneos se produjo desde el momento en que Simón Macabeo usurpó para él y sus descendientes, ca. el 140, el cargo de sumo sacerdote, hasta entonces en manos de los sadoquitas. Las instalaciones casi conventuales de los esenios en el valle de Qumrán datan de poco después de mediados el siglo II a. C., siendo destruidas por los romanos en el año 68, en el marco de la Guerra Judía. Las instalaciones comprendían un gran edificio principal de planta cuadrada, de 37,5 metros de lado (unos 1.406 m2), con salas comunes y escritorio, al lado del cual se erigía un refectorio de 4,5 x 22 metros (unos 99 m2), junto con un salón para reuniones. Disponían de cisternas, canales y estanques para el riego y el consumo de agua. Hay restos de construcciones para fines agrícolas, almacenes, dos molinos, un cementerio grande y dos pequeños con unas 1.200 tumbas, así como huesos de animales cuidadosamente enterrados. Los manuscritos, esto es, la biblioteca, fueron escondidos en cuevas durante la Primera Guerra Judía.

La comunidad esenia de Qumrán se consideraba como el verdadero pueblo de Dios de la nueva alianza de los últimos días. Lo esencial era realizar y mantener la purificación cultual de la comunidad. Para ello era fundamental la interpretación de la Ley, interpretación que se apoyaba en el fundador de la secta, el «Maestro de Justicia», un sacerdote. Cuando éste murió, la dirección de la comunidad continuó en manos de sacerdotes. Pureza del culto. Uso de un calendario solar en el que las fiestas del año litúrgico nunca caían en sábado. Promesa de veracidad y lealtad en el comportamiento moral. Las disposiciones se han conservado en la Regla de la comunidad, válida para los miembros de pleno derecho, hombres obligados al celibato. Otra regla, conocida a través de manuscritos medievales, el llamado «Documento de Damasco», servía para los esenios dispersos por Palestina que llevaban una vida civil normal. Orientación escatológica del pensamiento de la secta. Los esenios se consideraban el pueblo elegido, que debía estar preparado para las luchas del final de los tiempos que se avecinaban. Comunidad de bienes y pobreza personal de los miembros de pleno derecho. Anticipación de la plenitud de los tiempos mesiánicos. Comidas comunes como anticipación del banquete mesiánico. Interpretación escatológica de la Escritura. Método hermenéutico no alegórico: los esenios identificaban pasajes de la Escritura con acontecimientos pasados, presentes y futuros. Concepciones teológicas totalmente apocalípticas. Esquemas teológicos rígidamente dualistas, aplicables tanto al cielo como a la tierra (ángeles buenos, con el «príncipe de la luz» a la cabeza, contra ángeles malos, dirigidos por Belial / luz y tinieblas / Dios y Belial / el espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira). Los ángeles son potestades cósmico-mitológicas enzarzadas en una batalla irrefrenable. Rígido determinismo. Las generaciones de los hijos de la Luz y de las Tinieblas han sido predeterminadas por Dios. La comunidad aguarda la venida de varias figuras mesiánicas: el profeta escatológico, el rey mesiánico de la Casa de David y el sacerdote mesiánico de la Casa de Aarón. No habrá una «segunda venida» del «Maestro de Justicia» (diferencia en esto con la doctrina de Jesús). La figura mesiánica preeminente es el mesías sacerdotal. Pero no se puede hablar «del Mesías». El centro de la expectativa escatológica no es una figura mesiánica individual, sino el pueblo de los elegidos. Conciencia de inmortalidad. Después de la destrucción de Qumrán por los romanos, los esenios desaparecieron de la historia. Fariseos después del año 70 y cristianos, sí adoptaron muchos elementos de la apocalíptica de los esenios.

d) Los Fariseos. Quizás, aunque no es seguro, «fariseos» = «los separados». Nuestro conocimiento de ellos en época precristiana y protocristiana es limitado. Estamos sujetos a lo que dicen de ellos los Evangelios, Flavio Josefo y la Mishnah (la Ley rabínica, compilada ca. el año 200). Las tres fuentes son tendenciosas respecto a un conocimiento exacto de los fariseos. Como los esenios, constituyeron al principio una parte de los hasidim que apoyaron la rebelión de los Macabeos. Pero, a diferencia de los esenios, los fariseos no se apartaron de la vida político-religiosa en época de los Asmoneos, tratando, en cambio, de aumentar su influencia. Los fariseos no eran un movimiento sacerdotal (un sacerdote no podía ser rabino), sino de laicos, juristas y escrituristas, y no compartían la pretensión esenia de hallarse en posesión de la auténtica tradición sacerdotal. No se hallaban, pues, enfrentados directamente con el poder establecido, es decir, con los Asmoneos y los saduceos. Del relato de Josefo no podemos deducir que los 800 crucificados por Alejandro Janneo fuesen fariseos (ver supra). Los fariseos eran un movimiento político bien organizado. Ello se corrobora por su participación en el gobierno en tiempos de Alejandra (78 – 69), la viuda de Alejandro Janneo (ver supra). Es casi seguro que entonces procedieron sin piedad contra los asesores de Janneo. Al principio, Herodes el Grande se entendió con ellos, pero la situación se deterioró al final del reinado, haciendo ajusticiar a varios de ellos. Desde ese momento terminó su presencia como factor de poder político.

En tiempos de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, los fariseos persiguen sólo fines religiosos. Esta transformación de la secta se debe en buena medida a Hillel (ca. 50 a. C. – 10 d. C.), jurista judío de Babilonia que fundó en Palestina una escuela rabínica rival de la de Shammai (50 a. C. – 30 d. C.). Hillel aparece como el rabino popular y tolerante, mientras Shammai como riguroso y elitista. Lo importante es que Hillel, a través de su hermenéutica, desligó la observancia de la Ley del marco cultual, trasladándola al ámbito cotidiano, con lo que puso los fundamentos de la democratización de la Ley. Aunque, con Hillel, el fariseísmo se helenizó en buena medida, todavía conservó esperanzas apocalípticas y mesiánicas procedentes de los hasidim. Pero, por el contrario, desde Hillel no se asoció ya el cumplimiento de la esperanza apocalíptica con la realización de metas políticas. El carácter vivo de las expectativas de los fariseos, tanto en época de Jesús como después del año 70, estaba sólo unido al cumplimiento de la Ley por parte de Israel. El destino y el futuro del hombre depende del cumplimiento moral y ritual de la Ley. Esta concepción es helenística; de ahí que Josefo hable de los fariseos como de una «secta filosófica». La tradición interpretativa se transmitía de maestro a discípulo, y la terminología de las escuelas rabínicas farisaicas estaba llena de ideas filosóficas griegas. El llamado liberalismo de los discípulos de Hillel no es otra cosa que la doctrina de que el cumplimiento de la ley mosaica también es posible en las condiciones diferentes de una época nueva. Otro elemento helenístico dentro del fariseísmo religioso es el individualismo. Como era factible el cumplimiento de la Ley en el marco de una sociedad no judía, la idea de retribución y de castigo, así como la esperanza de la resurrección y la idea del juicio de los fariseos, se entendían de manera individual y eran paralelas a la idea griega de la inmortalidad y del juicio de los muertos. Otro rasgo helenístico dentro del fariseísmo es la mística. Es posible que, más que una secta, los fariseos fuesen una asociación informalmente unida por intereses comunes, cuya única instrucción era la escuela, en la cual los jóvenes eran enseñados como en una escuela de filósofos.

e) La teología sapiencial. La predecesora de la teología sapiencial de la época helenística es la sabiduría experimental de Israel. Los comienzos de la institucionalización de la tradición sapiencial se remontan en Israel al tiempo de Salomón.

A partir de la experiencia del exilio, se modificó el concepto de «sabiduría», correspondiéndole una función nueva. Desde ese momento, en la «sabiduría», el principio del orden (frente al caos) no se encontró en la reflexión retrospectiva sobre la experiencia histórica, sino en la contemplación de la creación, de la naturaleza y en las experiencias humanas de validez universal ancladas en tiempos inmemoriales. Igual que la apocalíptica, hermana gemela de la sabiduría, el pensamiento sapiencial podía invocar épocas inmemoriales y la creación. Los comienzos de la teología sapiencial, pues, son muy parecidos a los del género apocalíptico. En la apocalíptica se unía la orientación hacia la creación y los tiempos primitivos con las nuevas experiencias y esperanzas históricas de un resto escogido del pueblo de Israel. La sabiduría sapiencial, por su parte, se refería a la experiencia del individuo y configuraba el ideal del piadoso con una cosmovisión universalista del Helenismo.

La sabiduría no ha sido creada por Dios, sino que salió de su boca y estaba ya antes del comienzo de la creación. Aparece como la consorte (sýzygos) de Yahvé.

Al participar del origen divino, el sabio conoce el verdadero sentido del acontecer del mundo.

La sabiduría escéptica judía se resistió ante el mensaje de la teología sapiencial, y, frente a ella, insistió en la falta de sentido del acontecer del mundo y en la caducidad del hombre. El testimonio más palmario de esa sabiduría escéptica es el Libro del Eclesiastés o Qohelet, redactado ca. el 200 a. C. Para este escepticismo, no se puede vincular la idea de Dios con la experiencia vital del individuo. Dios sólo se puede entender como el poder general del acontecer del mundo y del destino universal del género humano.

La teología sapiencial se defendió contra este escepticismo y sus consecuencias uniendo la sabiduría con la Ley. El cumplimiento de la Ley es el único camino para el cumplimiento de la decisión divina respecto del hombre. La sabiduría está vinculada a lo que siempre pretendió la antigua legislación de Israel. La experiencia del sabio en el mundo es presentada como atemporal y de validez universal. Estos sabios, por ejemplo, son los patriarcas de Israel, prototipos de filósofos para Filón de Alejandría. El tema del origen divino del sabio y la oscuridad que rodea a su verdadero ser en este mundo, nos conduce directamente al gnosticismo.

La «geografía» terrena y celestial de esta sabiduría o teología sapiencial, es mitológica. Influyó en el cristianismo primitivo. El conocimiento del mundo no se basa en la observación de la naturaleza y en la experiencia, sino en las visiones inspiradas de aquellas cosas del cielo y de la tierra que no son accesibles a la observación y a la experiencia.

f) Los Samaritanos. Hasta la conquista de Alejandro, la provincia de Samaría era el territorio de las tribus de Efraín y Manasés, y, desde el punto de vista político-religioso, tan israelita como Judea y Transjordania. La ciudad de Samaría fue fundada por Omrí (878 – 870 a. C.) como capital del reino israelita del Norte (antes había sido Siquem). En 721, la ciudad es conquistada por los asirios, llegando a ser capital de una provincia reducida. La situación se mantuvo con los babilonios y los persas. Después del exilio, hasta Nehemías, estuvieron Jerusalén y Judea sometidas al gobernador de Samaría. La provincia aceptó la reforma legal de Esdras. A partir de Alejandro, los caminos de Samaría y Jerusalén divergen. Ya hemos visto antes las consecuencias de la rebelión contra Alejandro de Samaría. La construcción del templo del monte Garizim no fue el motivo del cisma samaritano. Las causas hay que hallarlas en la época de los Asmoneos. En el 128 Juan Hircano destruyó el templo de Garizim y veinte años después conquistó y asoló la ciudad de Samaría, anexionando la provincia al reino asmoneo. Su intento de someter a los samaritanos al culto del Templo de Jerusalén fracasó. Fueron los romanos quienes admitieron que fueran una comunidad religiosa independiente. Desde entonces (63 a. C.) proliferó una literatura samaritana específica. Los elementos fundamentales de la apocalíptica samaritana están muy emparentados con la fase macabea del pensamiento apocalíptico judío. Los samaritanos confiaban en la espera de Moisés como el profeta del fin de los tiempos. El Mesías samaritano era el Taheb (tā’ēb), esto es, «el que vuelve», que debe restaurar todas las cosas. Otros puntos en común con la apocalíptica judía eran la angeología, la creencia en el juicio final y la resurrección de los muertos. En tiempos de Jesús y del cristianismo primitivo los samaritanos eran rechazados y despreciados por los círculos influyentes de Jerusalén. La acusación de que eran israelitas semipaganos, apóstatas y totalmente sincréticos, es falsa e injusta. No se les puede culpar de que Herodes el Grande reconstruyese el año 30 a. C. la ciudad de Samaría con el nombre de Sebaste, en honor de Octavio Augusto, erigiendo un gran templo dedicado al princeps. Tampoco son culpables de que el heresiarca cristiano Simón Mago[5] procediese de esta región. El Evangelio de Juan (cap. 4) sabe perfectamente que el centro religioso de los samaritanos no era la ciudad de Samaría, sino el Garizim, cerca de Siquem, y que esperaban la venida del Mesías lo mismo que los judíos. Es probable que la verdadera razón del rechazo judío a los samaritanos a comienzos del siglo I d. C. se deba a que la comunidad cultual samaritana había comenzado su evolución peculiar un siglo antes del momento en que los fariseos (influidos por el rabino Hillel, † 10 d. C.) generaban los impulsos decisivos para la renovación religiosa del judaísmo.

*La literatura del judaísmo en la época helenística.

a) Las lenguas del judaísmo en la época helenística. [Ver lo resumido sobre esta cuestión en el archivo Época helenística: historia, cultura y religión]. El hebreo de la época helenística fue siendo cada vez más una lengua de especialistas y una lengua oficial que perduró en el judaísmo rabínico después del año 70. En Siria y Mesopotamia la lengua de uso vulgar era el arameo occidental, hablada también como forma dialectal, el galileo (emparentado con el Talmud palestiniense), en Palestina en tiempos de Jesús. Al mismo grupo del galileo pertenecían el samaritano y el arameo cristiano de los melquitas[6] de Siria y Egipto. El arameo y el hebreo eran lenguas semíticas noroccidentales. Asirios, babilonios y persas usaron el llamado «arameo imperial», auténtica lingua franca de toda una amplísima región del Próximo Oriente. Al arameo oriental pertenecían el Talmud de Babilonia, el mandeo y el siríaco. Ésta última llegó a ser la más importante lengua escrita del Oriente cristiano. Pero todo esto no puede hacernos olvidar la creciente expansión del griego en todos los reinos helenísticos, como lengua de la Administración, y, sobre todo, de la alta cultura. La lengua común de la época helenística fue la koiné, que deriva de la prosa ática.

b) La Septuaginta. También llamada Biblia de los Setenta, de los LXX o Biblia griega. Según una leyenda, recopilación en griego koiné (la lengua «común» de la época helenística y romana) de los textos hebreos y arameos de la Biblia hebrea (aunque escrita ésta última en su mayor parte en hebreo, el llamado texto masorético, hay algunos escritos, como el Libro de Daniel, el Libro de Esdras y algún otro, redactados en arameo). La Septuaginta fue una empresa de traducción llevada a cabo por expreso deseo del rey helenístico egipcio Ptolomeo II Filadelfo (285 – 246 a. C.), quien, supuestamente, hizo traer desde Jerusalén hasta Alejandría a 72 sabios judíos con esa finalidad. Originariamente la historia hablaba sólo de la traducción del Pentateuco, en el siglo III a. C. en Alejandría. Hubo repetidas revisiones de la Septuaginta, así como traducciones posteriores. Más precisamente, a lo largo de los siglos II y I a. C. se tradujeron al griego otros libros del AT (profetas y hagiógrafos). Se fueron añadiendo otros escritos, tales como el 3º y 4º Libro de los Macabeos, la Sabiduría de Salomón, el 1º y 2º Libro de los Macabeos, Tobías, Judith, Baruc y Eclesiástico. Esto significa que la colección griega de textos veterotestamentarios es más amplia que el canon hebreo fijado por el judaísmo rabínico ca. el año 100. Los LXX constituyen, en cualquier caso, una valiosa comprobación de la exactitud del texto hebreo masorético oficial, que también experimentó revisiones. La Septuaginta se convirtió en la Biblia de los primeros cristianos, siendo el testimonio más preclaro de la helenización del judaísmo. A pesar de que en la Septuaginta hay pasajes de una traducción más literal y otros de una traducción más libre, se convirtió en la fuente del lenguaje teológico del judaísmo helenístico, y, por tanto, del cristianismo primitivo. La historia de las recensiones o revisiones de la Biblia griega, demuestra que la unión entre el texto griego y el hebreo permaneció vigente durante siglos.

 

Martín Lutero, sin embargo, siguió en su traducción el canon hebraico conocido por el judaísmo medieval, relegando a un apéndice los escritos de los LXX no incluidos en aquél, aunque sí estaban en parte contenidos en la Vulgata latina. La Reforma, pues, relegó por completo todos esos libros no admitidos por el canon del judaísmo medieval.

c) La literatura del movimiento apocalíptico. Los textos más importantes son: 1) El Libro de Daniel. En el canon judío se conservó parte en hebreo y parte en arameo. Fue compuesto entre el 167, año de la profanación del Templo por Antíoco IV Epifanes, y el 164, año de su muerte. Su autor, pues, no es Daniel, el sabio judío en la Corte del rey de Babilonia, aunque se usa material de época persa. Presentación «profética» de la historia pasada. Predicción visionaria del futuro. Uso de elementos mitológicos babilonios y cananeos. La figura del «semejante a un Hijo de hombre» significa «Israel» para Helmut Köster, esto es, «el pueblo de los santos del Altísimo» (sobre este pasaje de Daniel 7, 13-27, ver el resumen del estudio de Geza Vermes, Jesús el Judío, pág. 17). La imagen expresaría la esperanza escatológica de los hasidim. Fragmentos del Libro de Daniel se han hallado en poder de los esenios. 2) El Libro 1º de Henoch (Apocalipsis de Henoc). Sólo se conserva íntegro en una traducción etiópica, una compilación agrupada en el siglo I o II d. C. El original estaba escrito en arameo y el final en hebreo. Se han hallado fragmentos en Qumrán. Muchas concepciones son afines a las de los esenios. 3) La Ascensión de Moisés. Se ha conservado sólo en una traducción latina que procede de un texto griego, y éste, a su vez, se basa en un original arameo o hebreo. Compuesto probablemente en el siglo II a. C., Moisés profetiza los acontecimientos del final de los tiempos. Un miembro de la estirpe de Leví lo prepara todo para la llegada del profeta escatológico. Crítico con los Asmoneos, herodianos y fariseos. Estrecho parentesco con los escritos de Qumrán. 4) El Rollo de la guerra (Milhama, 1 QM). Descubierto en Qumrán. Escrito en hebreo. La redacción debe proceder del siglo I d. C., aunque en las cuevas 1 y 4 de Qumrán se encontraron fragmentos más antiguos. Puede definirse como una versión escatológica de la Guerra Santa veterotestamentaria. 5) Los Oráculos sibilinos. El nombre proviene de las sibilas griegas. Colección de oráculos de una sibila judía del siglo II a. C. De los catorce libros de oráculos helenísticos compilados por los cristianos, el libro 3º y partes del 4º y del 5º parecen ser de creación judía. El tema principal son las predicciones apocalípticas. Monoteísmo. Rechazo de la idolatría. Dios es quien guía el mundo y domina la naturaleza. Creencia en un Juicio Final. Castigo y recompensa. 6) El llamado Testamentos de los XII Patriarcas. Sólo se ha conservado en griego, probable traducción de originales hebreos y arameos de época precristiana. Claros signos de una recensión cristiana del siglo II. Esperanzas escatológicas semejantes a las de los esenios. El Mesías real de Judá aparece subordinado al Mesías sacerdotal de Leví. 7) El Manual de Disciplina y el llamado Documento de Damasco. El Manual de Disciplina o Regla de la Comunidad (Serek hayyahad: 1 QS) de Qumrán, está escrito en hebreo. Pertenece a los esenios. Intenta ser la ley fundamental de la comunidad de la nueva alianza. Contiene la doctrina de los dos espíritus, el de la verdad y el de la mentira. El Documento de Damasco (CD) fue encontrado en 1896, en tres manuscritos fragmentarios de los siglos XI y XII, en la Geniza[7] de El Cairo. Fue publicado en 1910 por el rabino moldavo Salomón Schechter. La fecha más tardía de redacción es el siglo I a. C. Es posible que estuviese dirigido a esenios civiles que vivían fuera de Qumrán. Contiene, además, una legislación matrimonial. 8) Los Comentarios (Pesher). Comentarios bíblicos de procedencia esenia. Los más conocidos son el Pesher sobre Habacuc (1 Qp Hab) y el Pesher a Nahum (4 Qp Nah). Fueron utilizados posteriormente por los cristianos. 9) Los Himnos (Hodayot). Asimismo, de procedencia esenia. Manuscrito deteriorado. Expresan de modo directo la experiencia religiosa personal. 10) Salmos de Salomón. Colección de himnos que no procede de Qumrán. Manuscritos griegos. El original, procedente de Palestina, debió escribirse en hebreo, pero se perdió. Compuestos entre el 60 y el 30 a. C. Los autores se diferencian de los esenios, pues no creen en un mesías sacerdotal y aceptan el culto del Templo. Sus adversarios no se pueden equiparar sin más a los saduceos. La autoría farisaica es muy dudosa. Religiosidad pietista, autoconciencia muy pronunciada del justo y crítica severa de los pecadores. Esperanza en un Mesías davídico. Creencia en el Juicio Final.

d) La historia de Israel reflejada en la literatura judía de la época helenística. Los textos principales son los siguientes: 1) El Libro de los Jubileos. Conservado parcialmente en una traducción latina e íntegramente en otra etiópica. Ambas proceden de un modelo griego que se basa en un original hebreo. Son una refundición midráshica[8] de Gen 1 hasta Ex 12. Los jubileos son periodos de 49 años. Hay 49 jubileos desde Adán hasta la legislación de Moisés. Enfatiza la importancia de Noé y de Abraham. Observancia del sábado y obligación de la circuncisión. Probable procedencia esenia. Posible elaboración en el siglo I a. C. 2) El Génesis apócrifo (1 Q ap Gen). Emparentado con los Jubileos. Descubierto en Qumrán. Elaborado entre el 50 a. C. y el 50 d. C. No presenta rasgos típicamente esenios. Manuscrito muy deteriorado. Es una apología del Libro del Génesis. Parecido interés apologético del Génesis ofrece un texto latino de autor desconocido, poco anterior al año 70, y conocido como Antigüedades bíblicas del Pseudo Filón (Libro Philonis Judaei de initio mundi). El texto latino deriva de una versión griega, y ésta de un original hebreo. Es una narración refundida desde Adán hasta Saúl. El talante teológico del autor se desprende de su fe en la resurrección, una angeología muy evolucionada y el énfasis en la elección de Israel. 3) Fragmentos de Alejandro Polihistor. Esta obra perdida, cuyo autor transmite fragmentos de autores judíos que escribían en griego y se ocupaban del Génesis y de la historia de Israel, la conocemos por las referencias de Flavio Josefo, Clemente de Alejandría y Eusebio de Cesarea. Procedente de Mileto, Polihistor llegó a Roma como prisionero de la guerra contra Mitrídates VI del Ponto, siendo liberado por Sila y muriendo poco después de mediados del siglo I a. C. Aunque poco crítico, su valor estriba en habernos conservado valiosas porciones de obras perdidas. Otra reinterpretación de la tradición judía es el llamado Anónimo samaritano, escrito después del 200 a. C., pero antes de la rebelión de los Macabeos y del cisma samaritano bajo Juan Hircano (ver supra). Intento de reescribir la historia de la creación y de los patriarcas. Otro texto es el de Eupólemo, que escribió en Palestina en la 2ª mitad del siglo II a. C. Escribe sobre Moisés, David y Salomón. Es un típico texto apologético al servicio de la propaganda de los Asmoneos. Otro autor es Artápano, que escribió antes de mediados del siglo I d. C. Conservamos fragmentos sobre Abraham, José y Moisés. La historia como aretalogía (narración de los hechos prodigiosos de un dios o de un héroe). 4) El libro de José y Asenet. Es una especie de novela alegórica que surgió quizás en Egipto en el siglo I a. C. Se ha transmitido en 16 manuscritos griegos y en distintas versiones en latín, siríaco, armenio, eslavo, etc. Uso peculiar de la historia de los patriarcas. No existen elementos cristianos. Asenet sería la reencarnación de la comunidad convertida a la verdadera fe y José la personificación del enviado celestial. El ágape como el pan celestial (maná). 5) Hecateo. Bajo el nombre de Hecateo, en Flavio Josefo aparecen una serie de citas procedentes de un escritor griego, Hecateo de Abdera, que vivió en Egipto en torno al año 300 a.C., bajo Ptolomeo I, y fue autor de un libro llamado Egyptiaca, en el que se encuentra un largo excurso sobre los judíos citado por Diodoro Sículo. La autenticidad de las citas de Josefo tomadas de un libro Sobre los judíos atribuido a Hecateo, es dudosa. Tales citas quizás procedan de un historiógrafo y apologeta judío de los últimos años de la dominación egipcia sobre Palestina, que escribió con el nombre de Hecateo. 6) Libros 1º y 2º de los Macabeos. La obra histórica más importante sobre la rebelión de los Macabeos, hoy perdida, escrita en griego poco después de mediados del siglo II a.C., era del judío helenizado Jasón de Cirene, de la que conservamos fragmentos en el Libro 2º de los Macabeos. Éste último es un epítome del libro perdido de Jasón de Cirene. Fue compuesto en griego ca. el 100 a.C. Trata sobre los años que median entre el 175 y el 161, aunque también contiene información del periodo 187-175, correspondiente al reinado de Seleuco IV. Pero este Libro 2º de los Macabeos empleó mucho material legendario. El interés del autor se centra en la exaltación del Templo y en la observancia de la Ley. En cuanto al Libro 1º de los Macabeos, trata parcialmente los mismos acontecimientos y emplea las mismas fuentes que Jasón de Cirene. Pero el periodo que abarca va del 175 al 134, es decir, desde el comienzo de Antíoco IV Epifanes hasta el sumo sacerdote Simón Macabeo. Escrito en hebreo, sólo se conserva en griego. Sus fuentes son de gran calidad, aunque es un relato proasmoneo. 7) El libro de Esther. En su forma hebrea original es parte integrante del canon judío. Utiliza leyendas y temas propios de cuentos y fábulas. La alusión a la historia es un simple recurso estilístico. La intención del libro es propagar la fiesta de los Purim[9] al inicio del Reino Asmoneo, momento de su redacción. 8) El Libro de Judith. Estrechamente emparentado con el Libro de Esther. Fue también escrito en hebreo al principio del periodo de los Asmoneos. Sólo se ha conservado en la traducción griega de la Septuaginta. También aquí el pueblo se salva por la actuación de una bellísima mujer. Su intención es religiosa, no relatar hechos históricos reales. Fidelidad a la Ley y observancia de las prescripciones de purificación. Tanto el Libro de Esther como el de Judith están relacionados con los hasidim. 9) Otras leyendas judías helenísticas. Entre ellas hay que mencionar el Tercer Libro de Esdras (en la Septuaginta, 1º Esdras), de la misma época y muy próximo a los de Esther y Judith. Otra leyenda son las Adiciones a Daniel de la Septuaginta. Una tercera leyenda es el Libro 3º de los Macabeos, escrito en griego hacia finales del siglo I a.C. o en el año 40 a.C. Se opone a los intentos de los judíos de Alejandría de obtener derechos civiles, remitiéndose a los que ya poseían desde la fundación de la ciudad. 10) El Libro de Tobías. Tiene una estrecha relación con la novela helenística. Redactado ca. el 200 a.C. Se ha transmitido en griego en la Septuaginta. Probablemente redactado en su origen en arameo. Presencia del tema del viaje y del motivo legendario del muerto agradecido.

e) De la sabiduría a la apologética filosófica. Nos referimos a seis textos. 1) La sabiduría de Jesús ben Sirach (= Eclesiástico en los LXX / también Sirácida). El nieto del autor tradujo el libro al griego, en Alejandría, en 130 a.C. A finales del siglo XIX, en la Geniza (ver nota nº 7) de El Cairo, encontráronse fragmentos hebreos del Sirácida. En el decenio de 1970 se ha descubierto en Masada (fortaleza al W del Mar Muerto) un manuscrito hebreo completo. El original hebreo se remonta ca. el 190 a.C. El escrito es una colección de tradiciones sapienciales. El autor es un miembro de la aristocracia culta de Jerusalén. Aunque conservador, defiende a los justos empobrecidos. Inculca la sabiduría heredada de los padres y la identifica con la Ley. Rechazo del escepticismo. No aceptado por el canon hebreo. 2) Qohelet (= Eclesiastés en los LXX). Escrito en hebreo con muchos arameísmos. Escrito en Palestina ca. el 200 a. C. Aceptado por el canon hebreo. Mantiene una actitud de sabiduría escéptica frente a la teología sapiencial del judaísmo a partir del postexilio. 3) Libro de Baruch (1 Baruch de los LXX). Emplea como pseudónimo el nombre del secretario del profeta Jeremías. Se ha conservado sólo en versión griega y en esta forma se compiló a finales del periodo asmoneo. La sabiduría aparece, bajo la forma de la Ley, como propiedad exclusiva de Israel. 4) Carta de Aristeas y el Pseudo Focílides. La Carta de Aristeas pretende presentar los fundamentos de la autoridad de la ley judía en su versión griega, con fines propagandísticos. Está dirigida a los paganos. No fue escrita durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (284-247), sino un siglo después. De un nivel más elevado es el Pseudo Focílides, poema didáctico compuesto en los siglos II o I a.C. por un poeta judío bajo el nombre del poeta gnómico[10] griego Focílides de Mileto (siglo VI a.C.). 5) Libro 4º de los Macabeos. En él un filósofo judío de la 1ª mitad del siglo I presenta una diatriba griega sobre el poder de la razón. Las virtudes cardinales -justicia, prudencia, misericordia y templanza- pueden superar el sufrimiento, el dolor y la muerte. Creencia en la inmortalidad del alma. 6) La Sabiduría de Salomón. Escrito griego del siglo I a.C., admitido en el canon de la Septuaginta. Aunque helenizado, el autor, en el capítulo 1º, sigue en lo esencial la tradición de la sabiduría teológica israelita. Contrario al escepticismo del Qohelet. Rechazo de la idolatría pagana. Nula simpatía por el culto judío y la ley ritual. En este libro la noción de «sabiduría» se vincula al pensamiento helenístico. La sabiduría como un camino fundamental para el ser humano, como una posibilidad de existencia, desligada de la historia y de origen divino. Fe en la inmortalidad del alma. Aproximación a la gnosis.

f) Filón de Alejandría (ca. 20 a. C. – ca. 45 d. C.). Filósofo judío helenizado. Esmerada educación. Magnífico conocimiento de la lengua griega. Conocimientos amplios de la historia, la filosofía y la literatura griegas. Su método interpretativo apologético y alegórico le permitió traducir a categorías griegas el contenido moral y jurídico del Pentateuco. El personaje más importante de la historia es Moisés, a quien Filón denomina «hombre divino» y a quien ve como el caudillo de los secretos divinos, el sabio que indica al alma el camino para salir de la prisión terrenal.

De todas sus numerosas obras, la más profunda y más amplia es su comentario alegórico al Génesis, conservado parcialmente sólo en 21 libros. Al menos otros nueve se han perdido por completo. En esta obra Filón trata cuestiones filosóficas, éticas, políticas, científicas y teológicas. Respecto a su género literario, este escrito se parece a las Enéadas de Plotino. El objetivo específico de esta magna obra es la liberación del espíritu en la contemplación, que conduce a la visión mística de Dios.

Filón es el máximo ejemplo de que la base del pensamiento del periodo helenístico tardío había llegado a ser una especie de estoicismo platonizante. Su método exegético, el alegórico, es estoico, al igual que su interpretación de las figuras del AT como virtudes. Su idea de Dios ofrece también rasgos estoicos: Dios es inmutable y eterno; es la fuerza básica del cosmos en cuanto persona (Filón no logra despojarse de los rasgos personales de Dios en el AT). Asimismo, Filón identifica a Dios con la naturaleza, y el logos, como en el estoicismo, es la potencia divina que todo lo penetra. A pesar de ello, la cosmovisión de Filón, especialmente su antropología, es platónica. El mundo visible, tal cual es transmitido por los sentidos, no sólo es transitorio, sino que se caracteriza por predicados negativos. El alma (o el espíritu) tiene su origen en el mundo divino. Mientras el espíritu habita en el cuerpo, se halla preso entre las redes de la existencia terrena, de la que debe liberarse. La percepción verdadera de la esencia de la realidad no es posible a través de los sentidos. Sólo el espíritu humano puede conocer a Dios y al logos, para lograr la liberación del mundo visible a través de la sabiduría y el ejercicio de la virtud; sólo así vencerá el espíritu al cuerpo y será capaz de retornar a su patria, el mundo celeste. Filón no considera simplemente el mundo material como la causa del mal, del vicio, sino que concibe al cuerpo como un lugar absolutamente extraño por contraste con la patria celestial y como una vestimenta impropia para el alma divina. Otro elemento platónico de la cosmología de Filón es que Dios creó en primer lugar el mundo de las ideas como el prototipo del mundo visible. Filón concibe el logos tanto en términos platónicos como estoicos. Según la Stoa, el logos es el poder que gobierna el Universo todo; pero en sentido platónico es también la imagen de Dios, según la cual el hombre ha sido creado. Por esta razón, el ser humano pertenece a Dios en su verdadera esencia y es fundamentalmente diferente del mundo visible. A través de Clemente de Alejandría y de Orígenes, Filón fue uno de los principales factores en el desarrollo de la teología y de la visión cristiana del mundo.

 

*PALESTINA Y EL JUDAÍSMO EN LA ÉPOCA IMPERIAL

a) Herodes el Grande. Al entrar victorioso Pompeyo en Jerusalén, en el año 63, restituyó como sumo sacerdote a Hircano II (ver supra), uno de los dos hijos de Alejandro Janneo. El otro hijo, Aristóbulo II, fue llevado a Roma. Poco después huyó a Judea, pero los pompeyanos lo envenenaron en el 49, por simpatizar con Julio César. Un hijo de Aristóbulo II, Alejandro (padre de Mariamne, la que fuera esposa de Herodes el Grande), fue decapitado. Otro hijo, Antígono, escapó.

Después de la batalla de Farsalia (9 agosto 48), en la que Pompeyo es derrotado por César, éste, una vez asesinado Pompeyo en Egipto, viose en dificultades en este país. En su ayuda corrió Hircano II, al tiempo que su ministro idumeo Antípatro (padre de Herodes el Grande) envió tropas que prestaron grandes servicios a César. Por su parte, Hircano II movió a la comunidad judía de Alejandría en favor del nuevo amo de Roma. En el 47 presentóse Antígono ante César en Siria, con el propósito de hacer valer sus derechos a la soberanía de Palestina y ser nombrado sumo sacerdote del Templo. César no se fio de él. Al contrario, concedió la ciudadanía romana a Antípatro, otorgándole el rango de procurador romano de Judea. En cuanto a Hircano II, fue confirmado como sumo sacerdote y nombrado etnarca (aquí sinónimo de jefe, administrador y juez supremo de la comunidad judía). Se amplió el territorio de Judea, que fue declarado Estado aliado, liberándolo de ciertos impuestos. Antípatro reorganizó la administración del país, nombrando a su hijo Fasael gobernador (estratega) de Judea y de Perea, y a su hijo Herodes (el Grande) estratega de Galilea. Antípatro viose de nuevo en dificultades después del asesinato de César en marzo del 44. En un principio se pone a disposición de Bruto y de Casio, pero los asesinos de César expoliaron Palestina. Antípatro es víctima de una conjura y muere envenenado en el 43. Antígono aprovecha para caer sobre Galilea, pero Herodes, el hijo de Antípatro, lo derrota. Una vez derrotados y muertos los asesinos de César en la batalla de Filipos (oct 42), Herodes llega a un acuerdo con el nuevo señor de Oriente, Marco Antonio. Pero al abandonar éste Siria y trasladarse a Egipto, los partos cayeron sobre Siria y Antígono consigue con su ayuda conquistar Palestina. Hircano II y Fasael son víctima de un engaño de los partos. Mientras que Fasael se suicida cuando iba a ser entregado a Antígono, éste decide cortarle las orejas a su tío, Hircano II, que no puede ya ejercer de sumo sacerdote. Mientras tanto, Herodes, anticipándose, había huido, dejando protegida a su familia en la fortaleza de Masada. Poco le duró a Antígono (40 – 38) su intento de renovación de la dinastía asmonea en Palestina. Los romanos cayeron sobre él en el 38, después de que Herodes llegase en Roma a conseguir el apoyo de los triunviros y el Senado le nombrase rey de Judea (38 – 4). Expulsados los partos, conquistada Jerusalén y muerto Antígono, Herodes quedó como dueño del país, pero el conflicto entre Marco Antonio, su protector, y Octavio, hace peligrar su posición. Después de la batalla de Actium, en el 31, Herodes se presenta de improviso en Rodas y pone su corona a disposición del vencedor, Octavio, quien lo restituye en el trono, añadiendo a sus dominios, en el 30, la franja costera palestina, Samaría y Jericó. Posteriormente, obtuvo también los territorios al N y al E del Mar de Galilea. Su lealtad a Augusto fue sincera durante todo el resto de su vida.

Herodes no era judío, sino de Idumea (hijo de Antípatro y de Cypros, princesa nabatea de Petra), aunque favoreció a los judíos, imitando también la política de pacificación de Octavio Augusto, con lo que su reinado en Palestina conoció un prolongado periodo de prosperidad y de paz. Emprendió, imitando a Octavio, una notable actividad constructiva, refundando antiguas ciudades. Entre ellas Samaría, la vieja capital del N, que Herodes refundó con el nombre de Sebaste, en honor de Augusto. Totalmente nueva fue otra gran ciudad portuaria, Cesarea Marítima, asimismo nombrada así en honor del princeps. Esa actividad constructora dirigióse también a erigir o reforzar numerosas fortalezas por todo el territorio, así como a reconstruir de manera grandiosa el Templo de Jerusalén. Asimismo, construyó el santuario de Abraham en Mamré[11], la hoy llamada Tumba de los Patriarcas, en la ciudad palestina de Hebrón, en Cisjordania. No obstante, nunca logró Herodes reconciliarse con el pueblo judío. Ni los fariseos ni los saduceos parecieron apoyarle, si bien plegáronse a él. Su vida familiar personal está marcada por la tragedia y por su crueldad. Ordenó ejecutar, acusada de conspirar contra él, a su cuarta esposa, la asmonea Mariamne, nieta de Aristóbulo II, en el año 29. También a dos hijos tenidos con ésta, Alejandro y Aristóbulo, en el año 7. Antes había ordenado ejecutar al anciano Hircano II, de ochenta años, en el año 30. El mismo año de su muerte, el 4 a.C., ordenó matar a su hijo Antípatro, tenido con Doris, su segunda esposa. Cuando murió hubo disturbios en Palestina, reprimidos con dureza por Publio Quintilio Varo (el que fuera aniquilado en el bosque de Teutoburgo el año 9 d.C.), legado entonces de Siria.

b) Palestina bajo los hijos de Herodes el Grande. A su muerte, Herodes había dejado testamentariamente el reino a sus hijos Arquelao, Herodes Antipas (ambos tenidos con la samaritana Malthace) y Herodes Filipo II (tenido con Cleopatra de Jerusalén). Octavio Augusto, a pesar de la oposición judía, confirmó el testamento.

Arquelao obtuvo Judea, Samaría e Idumea. Se le concedió el título de etnarca. Fue depuesto por los romanos el año 6 d.C. y desterrado a Vienne, en el SE de las Galias. Arquelao era el gobernante a quien José, el esposo de María, temía al volver de Egipto, y por eso marchó a Nazaret, en Galilea, donde gobernaba Herodes Antipas.

Herodes Antipas fue nombrado tetrarca de Galilea y Perea, sobre las que reinó desde el año 4 a.C. hasta el 39 d.C. Taimado y cruel, sin verdadera grandeza, continuó la actividad constructora de su padre. Amplió la ciudad de Séforis, capital de Galilea, y fundó, ca. el año 20, la ciudad de Tiberias o Tiberíades, a orillas del lago, llamada así en honor de Tiberio. De población pagana, es probable que Jesús nunca la visitase. En el siglo II convirtióse en la metrópoli del judaísmo rabínico. Herodes Antipas fue quien ordenó degollar al Bautista, así como a quien Poncio Pilato remitió a Jesús, siéndole inmediatamente devuelto. Primeramente, estuvo casado con Phasaelis, una princesa nabatea hija del rey nabateo Aretas IV; Phasaelis se separó de él cuando supo que tenía intención de unirse a Herodías, mujer de su hermanastro de padre Herodes Filipo I (hijo de Herodes el Grande y de Mariamne II). Juan el Bautista había denunciado esta unión adúltera, por lo que era odiado por Herodías. Según Flavio Josefo, esta unión empeoró sus relaciones con los nabateos: reaparecieron tensiones fronterizas y Aretas IV lo derrotó estrepitosamente. Finalmente, fue destituido por Roma y desterrado por orden de Calígula a Lyon, en las Galias. El territorio de la tetrarquía le fue concedido a Herodes Agripa I (hermano de Herodías), sobrino carnal de Herodes Antipas. [Herodes Agripa I y Herodías eran hijos de Aristóbulo (hijo de Herodes el Grande y Mariamne) y de Berenice].

En cuanto a Herodes Filipo II, fue tetrarca de las regiones del E y del N del Mar de Galilea: Traconítide (Trachonitis), Gaulanítide (Gaulanitis) y Auranítide (Auranitis). En la falda del monte Hermón fundó su residencia, la ciudad de Cesarea de Filipo (Caesarea Philippi), llamada así en honor de Augusto. Al pueblo de Betsaida (Bethsaida) lo convirtió en una ciudad, renombrándola como Julia (Julias), por la hija de Octavio Augusto. Parece ser que fue un rey vasallo, justiciero y razonable. Su esposa fue su sobrina-nieta Salomé, la hija de Herodías (ya que ésta era su sobrina). Murió sin hijos en el año 34.

c) Judea bajo administración romana. Después de que Arquelao fuera depuesto, Octavio Augusto puso la administración de Judea, Samaría e Idumea bajo un procurador[12], responsable directamente ante él, aunque militarmente dependía del legado de Siria. Este legado era, además, el más alto funcionario romano para la franja costera, desde Jamnia hasta Gaza, y para la Decápolis. Por vez primera en Judea, en el año 6, se llevó a cabo un census (relación para las listas de impuestos). La sede del gobierno del nuevo procurador fue Cesarea Marítima. Cuando tenía que acudir por algún tiempo a Jerusalén, se reforzaba el contingente militar de la Ciudad Santa en la torre Antonia. Todo el país fue dividido en once toparquías o distritos, en cada una de las cuales había un Sanedrín (synedrion) para causas judiciales judías de carácter menor. Las relevantes las dilucidaba el Sanedrín de Jerusalén, también limitado en sus atribuciones. Las acusaciones que podían conllevar la pena de muerte, eran competencia del tribunal del procurador. Éste era también responsable de la recaudación de los impuestos directos, a través de empleados. Los publicanos se encargaban de la recaudación de los impuestos indirectos y de los derechos aduaneros. No gozaban de buena fama. El sumo sacerdote del Templo era nombrado por el procurador, quien intentaba respetar todo lo posible las leyes religiosas judías. Hasta el año 26 no hubo disturbios ni conflictos importantes. Ese año fue nombrado Poncio Pilato prefecto (praefectus, como atestigua una inscripción hallada en Cesarea Marítima) de Judea, cargo que ostentó hasta el año 36. Bajo su mandato se acumularon los incidentes, que comenzaron al iniciarse los trabajos de un gran acueducto para mejorar el abastecimiento de agua a Jerusalén. Los alborotos fueron reprimidos sin piedad. En el caso de Jesús, pudo ver en Él a un agitador potencial: de ahí su sentencia implacable. Su brutal represión, en el 36, de un movimiento religioso fanático de Samaría, indujo al legado sirio, Lucio Vitelio el Viejo, a recomendar su destitución. Hubo de rendir cuentas en Roma, y, probablemente, fue obligado a suicidarse (según otros escritores, habría sido ejecutado por Nerón; según el apócrifo la Tradición de Pilato, siendo ya cristiano, fue ejecutado por Tiberio: Los Evangelios apócrifos, Madrid, BAC, 2003, págs. 484 – 489).

d) Herodes Agripa I y Herodes Agripa II. Una de las primeras decisiones de Calígula al llegar al poder en el año 37 fue conceder a su amigo Agripa (Herodes Agripa I, ver supra) la tetrarquía de Abilene, un pequeño país al N de las fuentes del Jordán y al W de Damasco, y la antigua soberanía del tetrarca Herodes Filipo II al E y al N del Mar de Galilea, vacante desde el 34. En el 39, al ser depuesto Herodes Antipas, la tetrarquía de Galilea y Perea fue también heredada, asimismo por decisión de Calígula, por Herodes Agripa I. Pero el deseo de Calígula, en ese mismo año 39, de tener una estatua dentro del Templo de Jerusalén, no pudo ejecutarla, entre el 40 y el 41, el legado sirio Publius Petronius, por temor a una rebelión judía. Cuando Petronio y Agripa I intentaron disuadir de tan descabellado propósito al emperador, éste había sido ya asesinado (24 de enero del 41). Entonces, Agripa I desempeñó un papel relevante en la proclamación del nuevo emperador, Claudio, quien lo recompensó haciéndolo rey de todo el territorio de Palestina sobre el que había reinado su abuelo Herodes el Grande. Entre el 41 y el 44, Herodes Agripa I fue rey de todo el territorio del antiguo Israel. Disfrutó del aprecio de los círculos dirigentes judíos, quizás porque, a través de su abuela Mariamne, era un descendiente legítimo de la Casa de los Asmoneos (ver esquema genealógico de la pág. 20). Favoreció todo lo que pudo la religión judía, de acuerdo con las autoridades religiosas de Jerusalén. Por los Hechos de los Apóstoles (12, 1-2) sabemos que ordenó la ejecución de Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo y hermano de San Juan Evangelista. Fijó su capital política en Cesarea Marítima. El legado sirio impidió varios movimientos sospechosos del rey. Murió inesperadamente, de una enfermedad, en el año 44 (había nacido ca. 11/10 a.C.).

Agripa I dejó un hijo, asimismo llamado Agripa (Herodes Agripa II, nacido ca. el 27/28). En el año 50 se le concedió Calcis (Chalcis ad Belum / Qinnasrin / Kenneshrin, unos 30 km al SO de la ciudad de Aleppo), un pequeño principado al N del valle que hay entre las cordilleras del Líbano y el Antilíbano[13]. En el año 53 cambió Calcis por la antigua tetrarquía de Herodes Filipo II y además por Abilene (ver supra), obteniendo después parte de Galilea y la ciudad de Tiberíades. También fue el encargado de la inspección del Templo de Jerusalén. En la Guerra Judía se mantuvo leal a los romanos. Permaneció como soberano hasta el año 100. Su reinado careció de importancia política.

e) Palestina hasta la caída de Jerusalén en el año 70. Después de la muerte de Agripa I en el 44, los romanos reorganizaron toda Palestina como una provincia, intentando afianzar el control. Nuestra fuente principal para este periodo es Flavio Josefo, quien incide en los desaciertos de la administración romana, los cuales fueron muy probablemente verdad en los años inmediatamente anteriores a la rebelión. Hasta el estallido de la Guerra Judía, en el 66, hubo siete procuradores al frente de la provincia. El procurador Fado (44 – 46) aplastó la rebelión de Teudas, cabecilla de un movimiento profético-mesiánico que fue ejecutado. El siguiente procurador fue Tiberio Alejandro (46 – 48), sobrino del filósofo Filón de Alejandría. Le siguió Cumano (48 – 52). Hubo de castigar, en el 51, a los responsables judíos de Jerusalén de una expedición de castigo contra los samaritanos (Cumano se había negado a sancionar a los culpables de la muerte en territorio samaritano de un peregrino judío que se dirigía a Jerusalén). El legado sirio, Cuadrato, envió a Roma a todos los implicados (a Cumano y a los dirigentes judíos y samaritanos), para que defendieran allí su causa (verano – otoño del 52). El sumo sacerdote Jonatán llegó a un arreglo con el poderoso secretario imperial para la administración, Palas, de tal modo que acordaron enviar a Félix (primavera del 53 – 58), un liberto hermano de Palas, como procurador de Palestina. Este paso se reveló funesto. Félix era un incapaz, que no pertenecía, además, al orden ecuestre, del que se extraían los procuradores. Su gobierno estuvo repleto de disturbios, en buena medida debido a su incompetencia. Fue entonces cuando aparecieron por vez primera los sicarios («hombres del puñal», de sicca = puñal), que escondían un puñal entre sus ropas y apuñalaban a cualquier presunto colaborador con Roma. Félix reprimió con crueldad un levantamiento religioso y una insurrección. Pablo de Tarso, por su parte, fue acusado de introducir a un no judío en el interior del Templo, por lo que fue encarcelado en Cesarea Marítima (su cautiverio se extendió, casi con seguridad, entre el 58 y el 60). Las autoridades religiosas judías colaboraban con Félix. A éste le sucedió Festo (58 – 62). Josefo nos informa que Félix fue acusado por las autoridades judías ante Nerón, salvándole su riquísimo hermano Palas (quien sería condenado a muerte por Nerón en el 62). Sobre la procuraduría de Festo, un hombre brillante y eficaz, guarda silencio Flavio Josefo (quizás por esa misma eficacia). Festo murió repentinamente, lo que produjo un breve periodo vacante, durante el cual fue ejecutado Santiago el Menor, hijo de Alfeo (Cleofás) y de María de Cleofás, tenido por la tradición como uno de los cuatro hermanos de Jesús[14]. Quizás fue este trágico acontecimiento el que decidió a la comunidad cristiana de Jerusalén a trasladarse a Pella (Pela), una ciudad de la Decápolis, bajo la administración directa del legado sirio. El sucesor de Festo fue Albino (62 – 64). Según Flavio Josefo, era un individuo muy corrompido. Le sucedió Gesio Floro (64 – 66), aún peor. Su incapacidad favoreció la rebelión. La Primera Guerra Judía inicióse en el 66 en Cesarea Marítima, como consecuencia de las polémicas entre la población griega y judía. En vez de resolver este conflicto (iniciado por la obstaculización parcial, debido a unas obras, para acceder a una sinagoga), Gesio Floro fue a Jerusalén, cogió el tesoro del Templo y permitió a sus soldados saquear la ciudad. Josefo nos lo presenta como el responsable máximo de la ruptura de las hostilidades. Pero tampoco pueden subestimarse las esperanzas mesiánicas de tintes escatológicos entre amplios sectores de la población judía. No sólo las clases bajas, sino la generación joven de las capas altas fue afectada por esa ideología radical político-escatológica. Los rebeldes, acaudillados por el hijo del sumo sacerdote, expulsaron a Gesio Floro de Jerusalén. A esa clase alta partidaria de la rebelión pertenecía Josefo, que con treinta años se convirtió en general en jefe de Galilea. El sumo sacerdote, junto con Herodes Agripa II, en el verano del 66, intentaron atemperar a los rebeldes, pero sin éxito. Cuando los 3.000 soldados que protegían al sumo sacerdote y a Agripa II fueron también expulsados de Jerusalén, el legado sirio, Cestio Galo, decidióse a intervenir. Eso fue en el otoño del mismo año 66. Intentó un asalto a la ciudad, pero, viendo la imposibilidad, decidió retirarse. En el camino fue atacado por los rebeldes, salvando la vida con gran dificultad. Lo que había estallado era un auténtico movimiento revolucionario en contra de Roma. Josefo nos habla de un nuevo grupo revolucionario, los «zelotes». Su mesianismo escatológico era extremadamente radical. El propio Josefo, como general en jefe de Galilea, tuvo pronto diferencias con ellos, en el invierno del 66-67, en particular con uno de sus cabecillas, Juan de Giscala o Gischala (Yohanan mi-Gush Halav o Yohanan ben Levi). Entretanto, Nerón encomendó a su general Flavio Vespasiano (el futuro emperador) sofocar la rebelión de Palestina. La campaña militar fue iniciada en la primavera del 67, dirigiéndose en primer lugar a Galilea. El cuartel general de los rebeldes en Galilea, establecido en Jotapata (Yodfat, unos 9 km al N de Séforis), cayó. Flavio Josefo fue hecho prisionero y conducido ante Vespasiano, a quien profetizó que un día sería emperador. En cuanto a Juan de Giscala, huyó a Jerusalén y se hizo allí con el poder. Mientras en Jerusalén proliferaban las discusiones sangrientas entre los rebeldes, Vespasiano hízose con casi toda Palestina en la primavera del 68. También cayó Qumrán, donde los esenios apoyaban la revuelta. La muerte de Nerón (9 de junio del 68) retrasó las operaciones bélicas. Un grupo radical de zelotes, al mando de Simon bar Giora, penetró en Jerusalén, viéndose obligado Juan de Giscala a compartir con él el poder. En la primavera del 69 inició Vespasiano el asedio de la Ciudad Santa. La convulsa sucesión de Nerón y la proclamación de Vespasiano como emperador (1 de julio del 69), retrasaron de nuevo la ofensiva romana, ocasión desaprovechada de nuevo por los rebeldes, envueltos en sus luchas intestinas. El mando supremo le fue entregado a Tito, hijo de Vespasiano. El verdadero asedio de la capital comenzó en la primavera del año 70. En septiembre habían caído todos los barrios. Aunque parece ser que no fue intención de los romanos, el Templo fue pasto de las llamas, aunque se salvaron sus tesoros, exhibidos después por Tito en su triunfo en Roma. La fortaleza de Masada (Massada) cayó en el 73, una vez que sus asediados moradores se suicidasen. Se les prohibió a los judíos entrar en Jerusalén, que fue renombrada Aelia Capitolina. La antigua capital de Samaría, Siquem, fue llamada Neápolis (Nablus). Los fariseos no comprometidos con la rebelión, intentaron reconstruir en la ciudad costera de Jamnia (Yamnia) una nueva forma de judaísmo, el judaísmo rabínico.

f) El judaísmo después de la destrucción de Jerusalén. Carecemos casi por completo de fuentes directas sobre el judaísmo del último tercio del siglo I y de todo el siglo II. Los escritos más antiguos del judaísmo rabínico son de alrededor del año 200 (Mishnah[15] y Midrashim[16]). Las Antigüedades judías de Flavio Josefo son de tendencia profarisaica. Tampoco han sido muy reveladoras las excavaciones arqueológicas. En Jamnia, en vez de un Sanedrín, se estableció un «tribunal de justicia» (Beth-Din), al frente del cual había un presidente (Nasi) y un vicepresidente (Ab Beth-Din). Ya se ha hablado antes de Hillel († 10 d.C. / según Köster murió el año 20), procedente de Babilonia y padre del judaísmo rabínico. También nos hemos referido a Shammai y sus diferencias con Hillel. El sucesor de Hillel fue Gamaliel (Rabban Gamaliel el Viejo, fallecido antes del comienzo de la Guerra Judía) (según Helmut Köster, probable hijo de Hillel; según el Diccionario de la Biblia de Herbert Haag y Adrianus van den Born, su nieto), doctor de la ley, fariseo, a cuyo consejo y alocución debieron los Apóstoles que el Sanedrín, del que era miembro, los pusiera en libertad (ca. el año 30). Pablo le debió a Gamaliel toda su educación en el fariseísmo. El hijo de este Gamaliel fue Simeón ben Gamaliel (10 a.C. – año 70), cabecilla del partido belicista de los fariseos en la Primera Guerra Judía, si bien hubo de plegarse ante posiciones más extremistas.

El renacimiento del judaísmo después de la Guerra Judía le debe mucho al gran erudito y rabino Yohanan ben Zakkai († ca. 90), discípulo de Hillel. Contrario al partido belicista y a la violencia, abandonó Jerusalén el año 68, presentándose en el cuartel de Vespasiano, quien le autorizó a residir en Jamnia. Otros maestros judíos moderados uniéronse a Yohanan ben Zakkai en esta ciudad. Ante la ausencia del Templo y del Sanedrín, los métodos interpretativos y los principios de conducta de Hillel fueron puestos en práctica por Zakkai en la escuela rabínica que fundó en Jamnia hacia el año 72. Se adoptaron, todavía en vida suya, importantes resoluciones jurídicas y litúrgicas. Se ha mencionado ya la creación de un «tribunal de justicia» (Beth-Din). Este tribunal, en lugar de los sacerdotes del Templo, dictaminó sobre «lo puro e impuro». De este modo, la interpretación legal de los saduceos y su rechazo de la creencia en la resurrección, fueron repudiados. Este triunfo de los seguidores de Hillel no significaba la derrota de los discípulos de Shammai. Además, un hijo del antiguo cabecilla del partido belicista Simeón ben Gamaliel, llamado Rabban Gamaliel (Gamaliel II), escapó de la matanza de Jerusalén y llegó a Jamnia ca. el 80, siendo elegido, antes de la muerte de Yohanan ben Zakkai, Nasi del Beth-Din. En esta elección tuvo mucho que ver que fuera descendiente de Hillel, cuya genealogía se hizo remontar hasta David. Conservó el puesto hasta el año 135. Su sucesor en el puesto de Nasi fue su hijo Simeón (Simeon ben Gamaliel II), que lo mantuvo hasta el 175. A este Simeón le sucedió un hijo suyo, Jehuda (Judah ha-Nasi), llamado «el príncipe» (HaNasi), que fue Nasi hasta el 220. A este periodo de tiempo desde la muerte de Hillel hasta la redacción definitiva de la Mishnah del patriarca Jehuda HaNasi, se le llama la época de los tannaitas, es decir, «transmisores» o «maestros» (derivado del verbo arameo tena, «repetir», «transmitir», que corresponde al hebreo shanah, de la que se deriva la palabra «Mishnah» o «Mishna»). Los dos maestros más significativos de esta época fueron Akiva ben Yosef († 28 de sep 135) y Yishmael ben Elisha (Ismael ben Eliseo, † ca. 135). Akiva ben Yosef sistematizó la tradición de la halachah[17]en seis apartados que se han conservado en la redacción posterior de la Mishnah. Akiva vinculaba con más fuerza la halachah con la Escritura. Cualquier detalle minúsculo de la Biblia judía era importante. En cambio, Yishmael ben Elisha criticaba el sentido literal de Akiva en la interpretación de la Escritura. Completó las siete reglas interpretativas de Hillel, modificándolas y dividiéndolas en trece, decisivas para el judaísmo rabínico posterior.

El judaísmo rabínico de Jamnia no fue interferido por Roma, que lo respetó. Su influencia, no obstante, era limitada todavía en el siglo IV. La mística, la apocalíptica y la gnosis no eran desconocidas en Jamnia.

Pero, a pesar de la actitud pacífica del judaísmo rabínico de Jamnia, el Beth-Din nunca se desprendió de la esperanza de realización de las expectativas mesiánicas. La negativa de Trajano, poco después del 110, a que los judíos reconstruyeran el Templo de Jerusalén, reavivó el nacionalismo judío militante. El levantamiento comenzó en la Cirenaica y en Egipto, pasando después a Palestina. Su sangrienta represión repercutió en el Beth-Din de Jamnia, que fue obligado a trasladarse al NE de Jamnia, a Lydda (Diospolis, hoy Lod, a unos 15 km al SE de Tel Aviv). Sus atribuciones fueron restringidas. Los radicales fueron imponiéndose progresivamente a los pacifistas, liderados por Akiva. El último levantamiento se desencadenó en 132, cuando Adriano decidió levantar un templo a Júpiter capitolino en el solar del Templo de Jerusalén. La Segunda Guerra Judía duró tres años (132 – 135) y fue especialmente sangrienta. El dirigente rebelde judío fue Simeon Bar Kokhba o Kochba (= «estrella de Jacob») (Simón Bar-Kokebá). Las consecuencias del levantamiento fueron catastróficas. Después del brutal aplastamiento, Adriano tomó conscientemente medidas en contra del ejercicio de la religión judía propiamente dicha. Se prohibió terminantemente a los judíos acercarse a Jerusalén, la práctica de la circuncisión, la observancia del sabbat (en hebreo, šabbāt) y de las fiestas judías y la enseñanza de la Torá. El anciano Akiva, que no quiso doblegarse ante tamaña prohibición, murió martirizado con más de noventa años. El Beth-Din fue abolido. La población judía, especialmente la de Judea, aniquilada o desterrada.

Antonino Pío suavizó tan drásticas medidas. El Beth-Din se restableció en Tiberíades. Los discípulos de Akiva continuaron aquí la tradición de los tannaitas. De esta época, en torno al año 200, proceden las obras de la literatura más antigua del judaísmo rabínico posterior al Segundo Templo, a saber, la Mishnah, los Midrashim y la Tosefta[18] (una segunda colección de tradiciones jurídicas o halachah de los tannaitas o «transmisores»).

 


 

[1] Sadoquita: descendiente de Sadoc, sumo sacerdote de la época del rey David. No olvidemos que tanto los Tobíadas de la Transjordania como los judíos de Jerusalén y de las ciudades vecinas, consideraban el Templo hierosolimitano como el centro supremo del culto judío.

[2] El Deutero-Isaías o «Segundo Isaías», segunda colección de oráculos de los tres que la Biblia agrupa bajo el nombre del profeta Isaías; el Deutero-Isaías fue escrito por un autor desconocido que probablemente vivió con los desterrados en Babilonia entre los años 550-538 a. C.

[3] Los rasgos 4 y 5 hallarán diversos ecos en Lutero, Calvino y Jansenio.

[4] Estas creencias proceden del pensamiento griego.

[5] Quiso comprar a Pedro el poder de conferir el Espíritu Santo. De ahí «simonía».

[6] Los melquitas eran los cristianos que habían aceptado las disposiciones del Concilio de Calcedonia (en Bitinia), entre octubre y noviembre de 451. Seguían la fe del basileus bizantino. Rechazo del monofisismo. Jesús, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tiene plena naturaleza humana y plena naturaleza divina.

[7] Geniza: depósito de archivos sagrados de la sinagoga Ben Ezra de El Cairo. Contiene unos 200.000 manuscritos judíos redactados entre el 870 y 1880, escritos en hebreo, judeo-árabe y árabe.

[8] Midrás (Midráš) (plural: midrasim / midrašim). Antiguo comentario judío sobre la Escritura, hecho por los rabinos. Los comentarios más antiguos datan del siglo II d.C. Su finalidad era adaptar la Escritura a los lectores de cada generación.

[9] Purim: fiesta judía en recuerdo de la liberación de los judíos en Persia, llevada a cabo por Esther y su tío Mardoqueo bajo el reinado de Jerjes I (485-465). Se celebraba los días 14 y 15 del mes de Adar. El término procede del hebreo pur (singular) / purim (plural) = suerte, pues Ammán, el enemigo de los judíos, había fijado por medio de la suerte el día en que los judíos debían ser aniquilados en toda Persia.

[10] La gnómica es un género de poesía que consiste en un conjunto de máximas puestas en verso como auxilio a la memoria. Pertenece a la familia de la literatura sapiencial.

[11] Mamré (Elonei Mamre / Beth Ilanim o Botnah). Actualmente, quizás, Hebrón-Halhul (Halhul está unos 5 km al N de Hebrón, ambas localidades en Cisjordania), en el Estado palestino. Mamré estaría entre ambas localidades, a unos 4 km al N de Hebrón (Hebrón el Khulil en un mapa inglés de Palestina de 1851). Se encuentra aún la encina de Mamré, es decir, la encina de Abraham en Mamré. La Biblia de Jerusalén dice: «Llegaron a Canaán, y Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquem, hasta la encina de Moré» (Génesis, 12, 6).

[12] El nombre de los cargos, especialmente la distinción entre procurador y prefecto, puede prestarse a confusión. Desde el año 6 al 41, Judea fue gobernada por un prefecto (seis en total; el quinto fue Poncio Pilato, del 26 al 36). Desde el 4 a.C. hasta el 39 d.C. Herodes Antipas fue tetrarca de Galilea y Perea. Le sucedió, entre el 39 y el 41, Herodes Agripa I. Éste mismo fue rey de toda Palestina entre el 41 y el 44. Desde entonces, y hasta el comienzo de la Guerra Judía en el 66, Palestina estuvo gobernada por un procurador, siete en total.

[13] De este principado de Calcis fue rey Herodes Polio († 48), hermano de Herodías y de Herodes Agripa I, y, por tanto, tío de Herodes Agripa II. De éste último se rumoreaba que mantuvo relaciones incestuosas con su hermana Berenice (nacida en el 28), amante en el 69 del futuro emperador Tito, once años menor que ella.

[14] Ahora bien, no todos los exégetas están de acuerdo en identificar a ese Santiago «hermano» de Jesús con Santiago el Menor, hijo de Alfeo (Cleofás). Ver las anotaciones sobre La amarga Pasión de Cristo, de Ana Catalina Emmerich.

[15] Mishnah: Código fundamental de las leyes y costumbres judías. Ley rabínica compilada y organizada por categorías aproximadamente ca. el año 200. Representa la culminación de una tradición oral de siglos. Elaborada en Palestina, se convirtió en la base del Talmud palestiniense y del babilónico, que son comentarios a la Mishnah en los cuales se hicieron algunas modificaciones. Las leyes abarcaban materias religiosas, sociales y económicas, conteniendo un total de setenta y tres tratados. El más famoso de estos tratados es el Pirke Aboth o Pirqé Abot (Ética de los Padres), que arroja una luz importante sobre el judaísmo del periodo neotestamentario.

[16] Midrás (plural: Midrasim o Midrashim). Ver nota 8.

[17] halachah (halajah o halaká). Literalmente, «conducta legal», piedra angular del judaísmo rabínico en tiempos de Jesús de Nazareth. Pero, sobre todo, el vocablo remite al periodo posterior al año 70, significando el comentario o interpretación de la Ley hecho por los rabinos. Su objetivo era actualizar los mandamientos escritos explicando cómo se aplicaban a circunstancias modificadas.

[18] Tosefta. Término arameo que significa «añadido». Consistía en un comentario sobre la Mishnah compilado a principios del siglo III. En cierto modo actúa como un suplemento de la Mishnah.