Crónica de una supervivencia

Pintura. Abraham Lacalle. La carretera.

Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 25 de octubre de 2009.

 

El vocabulario y la sintaxis de los cuadros de Abraham Lacalle (Almería, 1962) presentes en esta muestra, realizados en los últimos dos o tres años, comienza a gestarse hace casi un decenio, cuando el artista almeriense empieza a percibir las dificultades de la pintura en relación a su propio mantenimiento. Como el propio Lacalle dice en el breve texto que acompaña la exposición, estas obras tienen la vocación de ser en cierto modo la historia de una supervivencia, la de la pintura en lo que a él mismo le afecta. Para ello toma como Abraham Lacalle. LA CARRETERA, A MORDISCOS. 2009. Acuarela / papel. 150 x 150 cm.punto de partida dos relatos al mismo tiempo complementarios y opuestos, dos emblemáticas narraciones de la literatura estadounidense, que Lacalle relee como metáfora de lo que está ocurriendo en el inestable territorio de la pintura. Se trata de On the road (1957), de Jack Kerouac, y de The road (2006), de Cormac McCarthy. Las principales lecciones las va a extraer Lacalle del venerado texto que dio voz a la generación beatnik, una novela de vagabundeo en la que Kerouac se convierte en portavoz de una generación, en palabras suyas, «furtiva» y «golpeada». Pero lo fundamental es aquí la equiparación de la carretera con la vida. Cuando termina el viaje, en cierto modo acaban también la vida y la libertad. Uno de los personajes de la novela lo expresa maravillosamente: «Nuestro maltrecho equipaje volvió a amontonarse en la acera; todavía nos quedaba mucho camino. Pero no nos importaba: la carretera es la vida». De igual manera, Lacalle no sabe a ciencia cierta si su accidentado viaje a través de la pintura le conduce a alguna parte, pero sí sabe que lo decisivo es continuarlo, no detenerse, seguir buscando. La carretera en Kerouac, como dice Lacalle, es el eje vertebrador de un ideal de libertad; en otro plano complementario, la pintura permite al ser humano expresarse y desafiar los inextricables interrogantes del mundo.

En cambio, la otra novela posee un fondo nihilista y desesperanzador, pues este viaje, aunque indudablemente iniciático, como los emprendidos por los personajes de Louis Stevenson, finaliza, sin embargo, en la nada. Quizás este fondo amargo de pesimismo, en el que palpita el espectro de Thomas Hobbes, es más realista. Quién sabe, a lo mejor la pintura está definitivamente instalada en un callejón sin salida.

Contemplando, sin embargo, esta obra última de Lacalle no tenemos esa impresión. Lienzos y papeles vibrantes de color, un auténtico festín cromático, en el que, más que la huida de la pintura, más que «la recurrente desaparición de la imagen pintada», como afirma el propio pintor, cuyo propósito no es otro que hablarnos de la supervivencia de la pintura, asistimos a una celebración opulenta y sensual, a una fiesta de los sentidos, con esquemáticas referencias al mundo de la naturaleza (frutos, árboles) de un elevado sentido plástico.

 

 

 

 

 

 

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 23 de octubre de 2009