Las alegorías visuales de Iñaki Larrimbe

Fotografía. Iñaki Larrimbe.

Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 20 de noviembre de 2004.

Los trabajos de Iñaki Larrimbe (Vitoria, 1968) recogidos en esta muestra, su primera individual en Málaga, ofrecen una panorámica bastante completa de sus intereses durante los últimos cuatro años. Artista multidisciplinar que trabaja indistintamente diferentes técnicas, aunque con un predominio cada vez más acentuado de la fotografía manipulada con programas informáticos, Larrimbe ha hecho de la seriación, quizás por avenirse mejor a su particular disección de las patologías y enfermedades espirituales que asuelan al hombre contemporáneo, su método Iñaki Larrimbe. "Abrazando cepillo", 2002. Fotografía. 150 x 100 cm.habitual de investigación artística. Irónico, cáustico, crítico con la sociedad de consumo de masas, Larrimbe suele expresarse en un lenguaje muy cercano al pop, aunque en algunas de sus más recientes obras fotográficas, aquellas que más se preocupan por el fenómeno de la alineación, el lenguaje es mucho más expresivo y los materiales más incómodos y desagradables.

Siguiendo una especie como de discurso progresivo que se hace cada vez más complejo desde el punto de vista conceptual y de la problemática abordada, el primer episodio de este ensayo crítico-desmitificador es la original serie de Los diminutos, complementada a su vez por los Plasticman, seres antropomórficos de plástico de pequeño tamaño, vestidos con colores chillones, que están sometidos a extrañas alteraciones y mutaciones, lo que hace que sus miembros parezcan deformes y contrahechos, o bien se yerguen y asoman desde alturas enormes para ellos hacia abismos que parecen insondables, aunque rápidamente comprobamos que los objetos sobre los que se levantan son vulgares objetos cotidianos, tales como cepillos, esponjas de baño y botes de colonia, alusión quizá a nuestra incapacidad para desenvolvernos en el ámbito de lo doméstico.

La serie de los Objetos enfermos, terminada como las dos anteriores en el 2000, es aún si cabe más inquietante, porque ahora son esos objetos de plástico omnipresentes en nuestras vidas, los que simulan padecer una grave enfermedad; de ahí los agujeros, a modo de pústulas y heridas, que hay en su superficie, como si supurasen humores internos. Los seres humanos se contaminan de las características de los objetos de plástico, y estos parecen a su vez estar influidos de los padecimientos humanos. Referencia a la entera enfermedad social que el propio artista ha descrito en estos términos: «... muchas de las enfermedades que el hombre vive como propias son, en la mayoría de las ocasiones, formas individuales de una enfermedad colectiva».

Las siguientes tres series, de 2004, y de las que se ofrecen significativos ejemplos, son alegorías visuales de la relación del hombre con el mundo, con sus semejantes y con su propia interioridad. En Cara de chicle, rostros masculinos y femeninos fotografiados en primeros planos están completamente ocultados por una viscosa capa de chicle, como si el cuerpo estuviese siendo agredido por el caos y la destrucción externa, que se apodera de él como una excrecencia adherida a su zona más emblemática, o como si, por el contrario, el cuerpo expulsase los males que ha ido interiorizando, convirtiendo sus intestinos en un depósito de residuos colectivos. En Mutaciones, de nuevo rostros humanos fotografiados de manera que ofrecen una cierta deuda con el alemán Thomas Ruff, se convierten en portadores, mejor aún, incorporan a su piel recipientes de plástico, como si fueran mutantes de una neoespecie, una nueva especie que nos habla de la imposibilidad de recuperar lo más «natural» de nuestros cuerpos, transmutados en receptáculos de la basura que inunda nuestras vidas: televisión, comida, publicidad, consumo. En cuanto a la serie Caricias, en la que, gracias a la manipulación digital, la mano que se acerca al rostro lo penetra, de tal modo que los dedos hienden la piel, puede prestarse a una cierta ambigüedad interpretativa, aunque parece claro que esa fina y delicada envoltura que nos protege del mundo exterior ha sido perforada, quedando ahora nosotros expuestos a los patógenos que pueden más fácilmente invadirnos.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 15 de octubre de 2004