|
La fascinación por la máquina Escultura, dibujo y tapiz. Fernand Léger. El cubista afable. Fundación Unicaja. Sala Italcable. Málaga. C/ Calvo, s/n. Hasta el 26 de octubre de 2008.
La particular posición de Fernand Léger (Argentan, 1881 – Gif-sur-Yvette, Seine-et-Oise, 1955) en el arte francés del periodo de la vanguardia histórica, está determinado principalmente por su fascinación por el mundo de la máquina. En este aspecto, su actitud sólo es comparable a la de Le Corbusier, un creador que admiraba y con el que mantuvo estrecho contacto. Después de unos inicios marcados por la influencia postimpresionista, se acercó a los fauves y expuso en 1911 en la Section d’Or, intentando ya entonces una descomposición de la imagen en sentido cubista, aunque alejándose del cubismo ortodoxo de Metzinger y Gleizes. Hacia 1913 está perfectamente definido su primer estilo, como muestra el cuadro Contraste de formas, una simbiosis de formas antropomórficas y mecánicas muy cercana a la abstracción, cuya rotundidad metálica está expresada por toques de color blanco. Paradójicamente, la guerra, en la que desempeñó tareas de artillero, reforzó su atracción por los artefactos mecánicos, personificados en las grandes piezas de artillería. En su lenguaje plástico de la primera posguerra, las formas tubulares fueron sustituidas por otras humanas más reconocibles, y su interés se centró en despojar a la máquina de toda connotación destructiva. De esos años son algunos de sus escritos más característicos, sobre todo el titulado Estética de la máquina, de 1924, en el que subraya la convivencia del hombre moderno con un orden preponderantemente geométrico, y donde reivindica un nuevo orden arquitectónico, lo que él llama la «arquitectura de lo mecánico», sin duda influenciada por su amigo Le Corbusier. Precisamente el arquitecto y pintor suizo incluyó una obra de Léger, El balaustre, en el Pavillon de L’Esprit Nouveau, en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París de 1925. Este lienzo se aproximaba bastante, y de ahí su elección, al «purismo» que por entonces desarrollaban Charles-Édouard Jeanneret (es decir, Le Corbusier) y Amédée Ozenfant: el mundo clásico, la estética de los transatlánticos y los fotogramas cinematográficos aparecen en él esquematizados y sintetizados. De un año antes, de 1924, es la más notable incursión de Léger en la abstracción, su film Le ballet mécanique, un ataque furibundo al cine narrativo. En la segunda posguerra, se produce un cambio notable en Léger, su conversión ideológica al comunismo, algo que, a diferencia de lo que le ocurrió a Picasso, lastró su arte y le impidió seguir avanzando, atrapado en parte en la estética de catecismo del Realismo Socialista. No obstante, su genio artístico y la solidez de los planteamientos teóricos y prácticos de la preguerra, le permitió hacer una obra de gran dignidad, en la que destacan los contornos gruesos de las figuras y el esquemático modelado. Los cuadros de este último periodo fueron los que sirvieron para realizar estos espléndidos cinco tapices que ahora se exhiben en Málaga. Su autora, Yvette Cauquil-Prince, alumna de Léger, muestra un extraordinario conocimiento de la técnica del tapiz, que, como ha explicado Elena Parma Armani, se basa en el entrecruzamiento de dos series de hilos, una que se llama urdimbre, cuyos hilos se mantienen paralelos y tirantes, y otra llamada trama. En el tapiz, la trama recubre por completo la urdimbre, y no va de orilla a orilla, sino que puede interrumpirse y retomar cuando sea necesario emplear varios colores en una misma línea. Músicos, acróbatas y gente de circo, trabajadores de la construcción, personajes tranquilamente recostados en el campo, son los temas de la pintura de Léger de esos años trasladados al tapiz. Su visión ingenua, esperanzada del futuro, aflora por estas imágenes, en las que parece conciliarse por completo el mundo artificial de la máquina y el de la naturaleza. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 17 de octubre de 2008
|