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Un artista obstinado por la pintura Pintura. Lluís Lleó. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 8 de febrero de 2005.
Perteneciente a una familia de artistas y artesanos que se remonta a cuatro generaciones, Lluís Lleó (Barcelona, 1961) se formó en realidad en el taller de su padre, observando una y otra vez cómo se elaboraban y aplicaban los pigmentos, atendiendo a las más diversas explicaciones acerca de las técnicas y de los procedimientos, visitando los museos y las iglesias rurales donde se conservaban los restos del glorioso periodo de la pintura románica catalana. En 1989 se trasladó a vivir a Nueva York, pero también en este lugar ha continuado haciendo una obra muy personal, ajena a los vaivenes de las modas, una obra enraizada en la historia de la pintura, en el respeto por el trabajo concienzudo y bien hecho, la atención a los materiales y el carácter físico del objeto, su aspecto tangible y sus cualidades táctiles y texturales, circunstancias que rápidamente evocan el informalismo y la pintura matérica, pero que en Lleó ha conducido a un tenso equilibrio entre figuración, síntesis abstracta, pasión por la geometría y, más recientemente, presencia de una tridimensionalidad en sus composiciones. Admirador del pintor Ellsworth Nelly y de los escultores Martin Puryear, Isamu Noguchi y Christopher Wilmarth, Lluís Lleó no es precisamente un pintor que use la ironía, ese comodín tan socorrido de la posmodernidad, sino un creador que nos recuerda la obra reflexiva y contundente de los primitivos italianos o de Piero della Francesca, aunque el contenido y el propósito sean por completo distintos. El otro punto de unión es la autenticidad, la serena y firme verdad que se desprende de todas sus creaciones. Las que ahora presenta en Málaga son sencillamente magistrales, además de poseer una desconocida originalidad. El rasgo más distintivo de estas obras de gran formato, herencia éste último de su contacto con la producción del expresionismo abstracto americano, es la incorporación a una determinada altura del cuadro de un elemento tridimensional saliente hecho con una plancha de acero revestida convenientemente de un enlucido pintado con la técnica del fresco. El revoque envuelve de tal manera la lámina metálica que ésta ofrece como una protuberancia o abultamiento, casi siempre en su lado superior. Este elemento por sí solo, cuidadosamente pintado con capas y capas de apariencia artesanal, incrustado al lienzo pintado al óleo, produce un efecto de lo más sugerente y evocador, como si la extensa superficie generalmente roja y negra de la tela, dinámica ya de por sí, ofreciese una proyección al espacio circundante, una proyección que no es más que un tender puentes de diálogo y vínculos interiores con el espectador, a fin de que se produzca un fecundo entendimiento. Las alusiones figurativas son casi imperceptibles, muy sutiles: perfiles de un rostro masculino que se repite una y otra vez, un singular homenaje a Dalí que se reconoce por el parentesco de ese perfil con una conocida foto del artista ampurdanés, y siluetas de diminutos árboles con las ramas secas, una evocación de esa comarca catalana, pero también una elegante cita histórica del Trecento italiano.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 21 de enero de 2005
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