Entrevista a Rogelio López Cuenca

 

Enrique Castaños Alés. MÁLAGA. Premio Andalucía de Artes Plásticas en 1992, Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959), quien desde hace años viene distinguiéndose por la variedad  de lenguajes, materiales y técnicas empleados en su trabajo, nos propone en su instalación No(w)here de la galería del Colegio de Arquitectos de Málaga, una lúcida reflexión crítica sobre el carácter multicultural del espacio común europeo y sobre el poder engañoso de la imagen como sustituto de la realidad.

¿Debe seguirse algún tipo de itinerario para leer su exposición?

— A excepción quizás de las cuatro primeras estaciones de la línea imaginaria de metro que propongo, la muestra está concebida no para seguir un recorrido unidireccional, sino como una tela de araña donde unos signos remiten a otros signos en una interrelación constante. Es como proponer continuamente trampas a la lectura, poner en duda nuestro juicio.

La variedad de lenguajes empleados, ¿es una alusión al creciente mestizaje de la sociedad actual?

— Por supuesto. Cuando yo uso aquí el árabe estoy diciendo que esta lengua forma parte de Europa a través de los emigrantes que llegan y se instalan en ella, aunque también advierto de la xenofobia y la resistencia por parte de los poderes estatales a admitirlos. De otro lado, también estoy indicando que hay múltiples niveles de lectura de la realidad, lo que trasladado a la muestra significa que no hay un lector único, total, de la exposición. Esta apreciación me parece realismo.

Eso de que no puede haber un lector total parece remitir a la idea marxiana de que la verdad absoluta no existe.

— Efectivamente, otra metáfora de la muestra es que la lectura tiene que ser colectiva, que tú solo eres insuficiente, que es lo mismo que decir que también lo eres para hacer una lectura omnicomprensiva de la realidad.

¿Significa eso que el artista es también un sujeto colectivo?

— Sí, claro. En esto no se distingue mucho el artista del hablante, entendido éste como el usuario de unos códigos, sean de la naturaleza que sean. No puede uno imaginarse un lenguaje privado. Digo lengua como cualquier otro tipo de producción de significados que socialmente puedan intercambiarse.

Pero usted ha hecho en alguna ocasión una distinción entre lengua y habla.

— Exacto, no me parece real esa visión platónica de que existe una lengua ideal y nosotros como hablantes hacemos actualizaciones imperfectas. Es justo lo contrario: los hablantes hablan, de ahí se sacan unas normas y se va configurando una lengua ideal. Los hablantes siguen hablando y nombrando a las cosas según sus necesidades. Poco a poco vas adoptando una posición relativista respecto a la lengua, frente a la actitud de los propietarios institucionales del lenguaje.

Sus trabajos llevan tiempo interesándose por la política, en cuanto conjunto de manifestaciones de la «polis», de preocupación por la cosa pública.

— El arte que yo llamo político no puede estar definido por lo que habitualmente entendemos por contenidos políticos, esto es, los relacionados con la cultura de los partidos políticos, a pesar de que a mí como ciudadano me preocupen determinadas cuestiones políticas inmediatas. Aquí, por ejemplo, hay una reflexión crítica acerca del espacio de la «polis». Incluso si se hace una reflexión intimista, también aparece un contenido político. Me importan mucho las maneras, el cómo digo las cosas. Lo que ocurre es que esas maneras también son políticas, del mismo modo que el lugar elegido para la actuación también forma parte de una actitud política.

Sus propuestas, de otra parte, parecen dinamitar la tradicional clasificación de los géneros artísticos.

— La verdad es que veo un tanto ficticias esas construcciones biográficas de algunos artistas que dicen que hasta un determinado momento fueron pintores, y después autores de instalaciones. A mí, por ejemplo, me gusta usar la pintura con regodeo, tampoco inocentemente, porque estás constantemente sugiriendo, haciendo preguntas acerca de lo adecuado de ese medio para el tema que tienes entre manos.

¿Se enmarcaría en ese contexto el empleo que hace en su obra del apropiacionismo?

— El apropiacionismo, esto es, robar el concepto de autoría de la obra, lo practicaron los situacionistas con una clara intención subversiva, pero también estaba presente en el «collage» o en la poesía de Ezra Pound. Lo que quiero decir es que no hay un único autor que esté dirigiendo la nave de la narración, sino que todo son fragmentos. En nuestra época esto está más presente por la propia fragmentación de los discursos en los medios de comunicación. Ahora mi apropiacionismo está hecho con naturalidad, no con ese matiz revolucionario de antes. Y haciendo alusión a ese carácter colectivo y material del lenguaje.

¿Puede el arte todavía hoy servir para transformar la realidad?

— Decía Wittgenstein que imaginar el lenguaje es imaginar una forma de vida. El lenguaje da forma al mundo. En una sociedad como la actual donde la imagen de la realidad es un sustituto de la propia realidad, entonces trabajar como hace el artista sobre la representación de la realidad es trabajar ya en la realidad. La finalidad del arte es precisamente poner en evidencia la falsificación de esa representación.

Publicada originalmente en el diario Sur de Málaga el 15 de noviembre de 1998

Para más información, consúltese la web de Rogelio López Cuenca   www.lopezcuenca.com