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Coherencia y compromiso en la obra de Lucio Muñoz ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS Con la muerte, el pasado domingo, de Lucio Muñoz desaparece uno de los más importantes pintores abstractos españoles de la segunda mitad del siglo que declina, al tiempo que un artista riguroso y comprometido (con la pintura) cuya producción constituye sin duda un ejemplo de coherencia estilística difícilmente igualable. Nacido en Madrid el 27 de diciembre de 1929, Lucio Muñoz cursó estudios, a principios de los cincuenta, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde, entre otros, tuvo como profesor a Eduardo Chicharro hijo, fundador del postismo y figura clave de la vanguardia madrileña de posguerra, al que, según sus reiteradas declaraciones, siempre consideró como su verdadero maestro, y cuya relación, de otro lado, explica en parte cierta veta simbolista y surreal presente en toda su obra. También a aquellos años de formación se remonta su profunda y legendaria amistad con el conocido grupo de realistas madrileños afectuosamente llamado «dinastía de los López», integrado por el pintor Antonio López García, los hermanos, ambos escultores, Julio y Francisco López Hernández (el primero, junto a Antonio López, compañeros suyos en San Fernando), María Moreno, Isabel Quintanilla y Amalia Avia (que ingresaron poco después en la citada institución y se casarían, la última en 1960, respectivamente, con Antonio López, Francisco López Hernández y el precoz informalista ahora fallecido). Quizás, como sugirió Francisco Calvo Serraller con motivo de la completísima retrospectiva que le dedicó el Reina Sofía en 1988, la primera organizada por el Centro a un artista español vivo, esta peculiar circunstancia biográfica puede haber sido, de un lado, una de las razones de que Lucio Muñoz no formara parte de El Paso, al fin y al cabo integrado por creadores pertenecientes a su misma generación y con los que compartió no pocas afinidades en el amplio campo, tan fértil entonces, del expresionismo abstracto (si bien convendría precisar que su vinculación a la tendencia fue anterior a la fundación del mítico grupo —concretamente de 1956, que es cuando regresa a España después de haber permanecido, gracias a una beca concedida por el Gobierno francés, un año en París, durante el cual tuvo oportunidad de mantener un estrecho contacto con las experiencias vanguardistas más avanzadas del momento—, y, por tanto, en ningún caso cabe entenderla como concebida para aprovecharse de los éxitos internacionales cosechados por la plataforma); de otro, que fuera destilándose entre los arriba mencionados (a cuyo círculo pertenece también el pintor Enrique Gran, compañero de promoción en San Fernando y, entre ese grupo de amigos, el único junto a Lucio Muñoz en orientar su trabajo por la senda abstracta), una común sensibilidad artística, manifestada, en el caso de nuestro artista, en una especial manera, hondamente española, de sentir físicamente la materia, en un austero y sobrio dramatismo, ajeno a cualquier efectismo retórico, y en una exquisita delicadeza, según revela el tratamiento concedido al casi exclusivo soporte (el otro, el papel, lo utilizó principalmente para realizar una asombrosa obra gráfica, en la que destacó como un virtuoso excepcional), la madera quemada, que usó durante más de cuarenta años. A
principios de los noventa, Málaga, a través de la Fundación Picasso, lo invitó
a pronunciar una conferencia en la que pudimos ver brillar su cálida humanidad,
su sencillez natural, su profundo conocimiento, avalado por muchos años de
intensa experiencia personal, del complejo universo artístico, y su
desinteresada y ardiente defensa de las innovaciones introducidas por las
promociones más jóvenes. Todavía en fecha reciente, el pasado otoño, se
produjo el postrero acercamiento a nuestra ciudad de la obra de Lucio Muñoz,
cuando la galería Marín Galy incluyó varias piezas suyas, una de ellas de
gran formato y de técnica y concepto poético extraordinarios, en una colectiva
de la que dimos cumplida cuenta en estas mismas páginas. Confiemos en que el
alto contenido estético de su trabajo y su actitud insobornable sirvan de
ejemplo permanente para esas nuevas generaciones de artistas que tanto lo
cautivaron a lo largo de todos los periodos de su vida.
Publicado originalmente en el Diario de la Costa de Málaga el 18 de junio de 1998
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