Dualidad de contrarios

Pintura. Chema Lumbreras.

Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 16 de junio de 2003.

 

Sin abandonar, ni mucho menos, los contenidos simbólicos y ciertos aspectos narrativos de la pintura que siempre le han interesado, pero sí distanciándose de determinadas preocupaciones sociales que le caracterizaron en épocas anteriores, especialmente en la segunda mitad de los ochenta y a principios de los noventa, los últimos trabajos de Chema Lumbreras (Málaga, 1957) son, por un lado, casi ejercicios de pintura pura, en los que la atención se centra en el tratamiento del espacio, en las armonías cromáticas y en el modo de aplicar la materia pictórica, y, por otro lado, se vinculan a la tendencia conceptual, pues no sólo la obra se despoja casi completamente Chema Lumbreras. " Las flores del mal " , 2002. Óleo sobre lienzo. de cualquier anécdota o referencia literaria, sino que lo que predomina en ella es una idea abstracta, un concepto, un pensamiento, aunque, eso sí, pleno de tensión.

La exposición contiene dos tipos de cuadros estrechamente relacionados entre sí e incluso complementarios. De una parte hay dos lienzos de gran tamaño que están más en una línea de autonomía de la pintura, donde están claras las referencias conscientes al Manet del Déjeuner y al Monet de Giverny, esto es, a una pintura hecha para los sentidos, acuosa y diluida, en la que también hay esos chorreones tan del agrado de Chema Lumbreras y en los que es fácil predecir un recurrente homenaje a lo gestual y al expresionismo abstracto, pero donde sobre todo se palpa una no por más silenciosa menos elocuente admiración por la estética oriental, por la pintura china y japonesa, con amplios vacíos y un extraño sentimiento de quietud y de comunión con la naturaleza, muy evidente en ese azaroso díptico en el que late el célebre haiku de Matsuo Bashô (1644-1694): «Un viejo estanque; / se zambulle una rana, / ruido de agua».

De otra parte están los lienzos que pueden calificarse de más conceptuales, aunque el espléndido cuadro titulado Las flores del mal debe considerarse una obra de transición entre ambos planteamientos. Lo que vemos en aquellos cuadros son pastillas, que pueden perfectamente ser confundidas con crisálidas, y que observados así, con todo su impacto visual directo, parecen puras abstracciones, conceptos genéricos e indeterminados. Pero si los miramos con atención distinguimos en ellos, semiescondidos por entre los montones de píldoras, ratoncitos con aspecto de hombrecitos, con lo que se completa la dualidad de contrarios que trata el pintor de simbolizar en estas composiciones: el elemento que sana y la muerte, como esa evocación ambivalente de Apolo en la Ilíada como dios rata que envía las enfermedades y que al mismo tiempo las cura.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 2 de junio de 2003