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Espacios del alma La inmaculada belleza de la obra de Machimbarrena se asienta en un poso de melancolía Pintura y escultura. Álvaro Machimbarrena. Colegio de Arquitectos de Málaga. Paseo de las Palmeras del Limonar, s/n. Hasta el 30 de abril de 1999. La obra que Álvaro Machimbarrena (San Sebastián, 1958) expone por vez primera en esta región del sur, transmite la inusual sensación de lo que se dice tanto por una íntima necesidad poética de salir a la luz como de ser expresado de manera sucinta y esencial, sin concesión alguna a esa retórica hueca y artificial de que adolece muchas veces el lenguaje descriptivo del arte de nuestra época. Dividida en tres series temáticas aparentemente distintas entre sí, una cuya protagonista es la gacela, otra centrada en el tálamo y la que toma como referencia ese espacio de abertura hacia el exterior que es la ventana, la obra de Machimbarrena, realizada con lienzo, óleo, madera, yeso, hierro y cristal, ofrece una articulación profunda y secreta cuyos puntos de conexión son la exploración del espacio como ámbito escondido de la propia subjetividad y esa inmaculada blancura de las piezas que nos remite a la idea de pureza y honestidad de la expresión artística. Obra en apariencia frágil, imbuida de la melancolía de un espíritu posromántico, sus refinadas y sutiles paradojas contienen los lejanos ecos del pensamiento de Lao-Tzu: «Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa, y es el vacío lo que permite habitarla / Lo más blando del mundo vence a lo más duro / La mayor plenitud es de apariencia vacía, pero su acción es inagotable». Las obras en las que, encerrada en una urna de cristal, yace o surge furtiva una pequeña gacela blanca detrás de una delgada lámina de madera también blanca, se nutren sin duda de esa delicada simbología que desde tiempos remotos ha hecho de la gacela un animal emblemático del alma o de la sensibilidad humana. Frente a la tradición de la antigua India, donde la gacela era ante todo un símbolo de velocidad que, por ejemplo en el tantra, se corresponde con el elemento aire, y frente a la iconografía búdica donde las gacelas evocan el primer sermón de Buda, aquí nos hallamos inmersos en el centro de una corriente iconográfica, la semítica, donde la gacela es símbolo de belleza y de agudeza visual, de esa penetrante mirada que en el siglo XII Guillermo de Saint-Thierry le atribuyó en su comentario al Cantar de los Cantares. Símbolo de belleza y de ideal espiritual que Machimbarrena lleva a su máxima expresión en esa gacela de tamaño natural hecha con fibra de vidrio y que parece yacer muerta (¿la belleza víctima de la bestialidad, del desprecio al sentido estético del mundo?) en un enorme paralelepípedo a modo de túmulo funerario. En las
otras piezas en las que Machimbarrena construye con yeso, madera, algodón y
arena un lecho con diminutas almohadas, la simbología es distinta pero
complementaria: la cama como símbolo de la regeneración en el sueño y el
amor, aunque también como el lugar de la muerte. Inscrito en la simbólica de
conjunto de la horizontalidad, el lecho es también en la tradición cristiana símbolo
del cuerpo, de un cuerpo purificado que se abre con todos sus sentidos a los
espacios recónditos del alma y de la vida interior del artista en su inefable búsqueda
de la belleza y la verdad del arte. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de abril de 1999
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