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Una lectura perversa de lo real Pintura, fotografía y objetos. Man Ray. Sala de exposiciones de la Fundación Picasso y de la Sociedad Económica. Málaga. Plaza de la Merced, 13 y Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 2 de julio de 2006. De verdadero acontecimiento cultural, tanto por su calidad como por su amplitud, puede considerarse esta extraordinaria retrospectiva dedicada al fotógrafo y pintor estadounidense Man Ray (Filadelfia, 1890 – París, 1976), una de las figuras señeras de la vanguardia histórica, con la que entró por primera vez en contacto gracias a la legendaria exposición del Armory Show, organizada por Alfred Stieglitz en Nueva York en 1913. Una de las preguntas esenciales para comprender la visión surrealista del objeto durante el periodo de entreguerras es aquella que se interroga sobre el papel que en este cambio radical de visión y apreciación del objeto y de la realidad tiene la fotografía, pregunta a la que puede contestarse que ese papel fue decisivo, correspondiéndole a Man Ray, como pionero de esa visión transgresora de la cotidianeidad, un lugar preferente en el nacimiento de la nueva estética. El propio André Breton reconocía ya en 1921 que «la invención de la fotografía ha descargado un soplo mortal sobre los viejos modos de expresión, tanto en pintura como en poesía». Man Ray concibe la fotografía como una verdadera proyección del pensamiento, como una imagen cada vez más conceptualizada, recorriendo en esto un itinerario paralelo al de su amigo y correligionario dadaísta Marcel Duchamp. El aspecto dadaísta y absolutamente rupturista con la visión tradicional que ofrecen sus fotografías encierra una aparente paradoja, pues él mismo, refiriéndose a ellas, habló del carácter netamente antiartístico de la fotografía, opinión reforzada en su escrito de 1937 «La Photographie n’est pas l’art». Pero, entiéndase que para los dadaístas «antiartístico» era todo aquello que se oponía al arte tradicional, convencional e inamovible del pasado, esto es, sólo la experimentación formal, el aspecto conceptual y el carácter transgresor frente a la concepción establecida garantiza la vitalidad y el dinamismo de una práctica artística. Man Ray lo argumentó de modo transparente: «Una forma de expresión sólo es capaz de evolucionar y de transformarse en la medida en que no es artística». Esta exposición nos ilustra inmejorablemente sobre el ideario estético-fotográfico de Man Ray, por ejemplo cómo se negó a usar el foto-collage, aportando una visión directa, automática e instantánea de la realidad, empleando sólo los recursos propios del medio fotográfico, sin mestizajes e hibridaciones, construyendo la imagen sin trucarla con recursos ajenos a la fotografía propiamente dicha. La cámara fotográfica se convierte para Man Ray en una herramienta indispensable para transmitir el componente onírico y subconsciente que esconde la realidad, haciendo una lectura perversa de lo real donde se manifiesta esa «belleza convulsa» a la que alude Breton. La muestra recoge extensamente los tres principales procedimientos fotográficos empleados por Ray: la solarización, esto es, un velado parcial del negativo que invierte sólo determinados tonos y provoca sobre la imagen un extraño efecto de separación entre figura y fondo, el rayograma, método puro y directo, sin artificio alguno, y la «doble exposición» o «sobreimpresión», una especie de montaje visual que consiste en la obtención de un solo negativo a partir de varias obturaciones. Los tres nos colocan ante un auténtico «automatismo fotosensible». El objeto más inquietante de los expuestos quizá sea El enigma de Isidore Ducasse, realizado originalmente en 1920 y reconstruido en 1971, y que consiste en una máquina de coser envuelta en una manta y atado todo ello con una cuerda, como si fuera un paquete. Man Ray está haciendo aquí, como es evidente, un perturbador homenaje a Isidore Ducasse, el conde de Lautréamont (1846-1870), el joven poeta de Montevideo autor de los Cantos de Maldoror (1869), tan celebrados posteriormente por André Breton y los surrealistas, y a los que dedicó un famoso capítulo de su La literatura y el mal el gran ensayista Georges Bataille, fascinado como los demás, no sólo por la inquietante inmersión en el abismo del mal por parte de un poeta tan joven, sino también por esa frase, repetida hasta la saciedad, contenida en los Cantos, y que viene a decir "bello como el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de operaciones", es decir, una de las primerísimas alusiones, si no la primera, a la absurda yuxtaposición de objetos distintos. En segundo lugar, con este objeto Man Ray se adelanta considerablemente a los objetos empaquetados y envueltos en lona, plástico u otros materiales que desde 1958 empezó a hacer el artista de origen búlgaro Christo Javachev, y que tanta repercusión tendrían en la definitiva configuración del land art. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 30 de junio de 2006
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