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Cuerpo, materia y muerte El artista jerezano Jesús Marín Clavijo reflexiona sobre la autonomía de la realidad corpórea del hombre .Instalación, escultura y fotografía. Jesús Marín. Sociedad Económica de Amigos del País. Málaga. Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 15 de diciembre de 1998. El aspecto central del trabajo artístico de Jesús Marín (Jerez de la Frontera, 1964) en los diez años transcurridos desde su primera individual, ha sido la reflexión en torno a la proyección y relación del hombre con el espacio cotidiano y con la naturaleza que le rodea, vínculo e interdependencia que, según refleja su propuesta hasta ahora, se han caracterizado por una permanente conflictividad, ejercicio de la simulación y caída en un estado alienatorio en el que se extravía la conciencia del yo y se hace artificial su contacto con el mundo natural. Para llevar a cabo su investigación, cuyo resultado es una fragmentaria estética antropológica a un tiempo material y crítica, pero también atravesada por una dimensión espiritual no trascendente en sentido religioso, Jesús Marín ha empleado todo tipo de materiales y de técnicas, preferentemente articulados en forma de instalaciones, aunque tratando siempre de adecuar el lenguaje y la representación del discurso al carácter intrínseco de los problemas planteados, de modo que éstos puedan ser expresados con la mayor libertad y rigor analíticos. Asimismo, su obra se ha distinguido por haber explorado de manera original el símbolo y los recursos propios de la cosmovisión barroca. Violentamente sacudido por el sobrecogedor Cristo Muerto de Holbein el Joven que conserva el Museo de Basilea, una pintura de extraordinaria precisión anatómica donde la figura alargada y de perfil del cadáver de Cristo está verdaderamente muerta, sin esperanza alguna de resurrección, donde el espíritu parece haber escapado para siempre del cuerpo, Jesús Marín reflexiona con insólita hondura en Oscuro cuerpo resplandeciente acerca de la realidad material autónoma del cuerpo del hombre, de la entidad corpórea muerta y yacente del hombre desprovista de alma y sin hálito alguno de vida, un despojo putrefacto de células y órganos que tiene en la laminada imagen, compuesta a base de neumáticos de automóvil, de Cuerpo fragmentado un contundente símbolo de la agresión que sobre la naturaleza del hombre ejerce la civilización industrial. Sin embargo, estas obras, cuyo valor estético depende exclusivamente de los materiales utilizados, de la ejecución técnica y de la fuerza expresiva que transmiten, a pesar incluso de la declaración de intenciones de su autor, no poseen una lectura fácil ni unívoca. Danzas para un coloso en llamas, por ejemplo, es una instalación donde además de la evidente huella corpórea hecha con parafina a modo de metáfora de la acción que le ha precedido, encontramos alusiones al mito de la creación, a ese instante efímero y eterno a la vez en que el demiurgo-artista insufla vida con la llama de una vela a su criatura. También Cadáver moderno y Cuerpo ascético, hechos con alambre de hierro retorcido con una asombrosa habilidad en su perfil anatómico, ofrecen paradójicamente una idea ascensional que parece liberar al cuerpo de su pura materia física.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de diciembre de 1998
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