Dramas cotidianos disimulados

Fotografía y objetos. Walter Martin & Paloma Muñoz. Buried till Spring.

Galería Isabel Hurley. Málaga. Paseo de Reding, 39. Hasta el 24 de enero de 2009.

 

 

 

El rasgo más característico de las creaciones de Walter Martin (Norfolk, Virginia, 1953) y Paloma Muñoz (Madrid, 1965) es la ironía. Pero también el disimulo, el engaño de las apariencias. Tras sus maquetas y escenarios de resina sintética, en los que actúan diminutos Una de las obras recientes de Walter Martin y Paloma Muñoz.muñecos coloreados, se esconden intensas tragedias cotidianas, dramas íntimos, que sólo quienes los padecen los conocen, pero que no por ello son menos insoportables. En algunos casos, la pareja de artistas se inclina por construir objetos, pequeñas bolas de cristal en las que se encierran de manera hermética esas diversas historias anónimas que el espectador se ve obligado a descifrar cual si se tratara de enigmas. En otros, las mismas bolas de cristal se fotografían exponiéndose una ampliación de las mismas. Por último, también se exhiben fotografías ampliadas de maquetas especialmente construidas para este fin.

La primera aproximación no es consciente de la inquietud que guardan, del desasosiego o del temor que invade a esos seres artificiales que son en realidad un trasunto de nosotros, pero, una vez que el espectador se fija en algunos elementos, en la anormalidad de la escena, empieza a deducir posibles significados. El contenido que encierran estos objetos de cristal es diametralmente opuesto a aquella otra esfera que se le cae de las manos a Charles Foster Kane mientras pronuncia la enigmática palabra «Rosebud», pues mientras que aquí se está aludiendo a la felicidad perdida del mundo de la infancia, Martin y Muñoz enmascaran bajo una apariencia inocente y lúdica el lado sombrío de la existencia contemporánea: el acoso escolar a los más débiles, la esclavitud o el maltrato infantil, el abandono de niños, el despiadado egoísmo de los intermediarios financieros, la impunidad de los psicópatas asesinos, la sospecha ante la indigencia, el aislamiento y la radical soledad.

Lo original, sin embargo, está sobre todo en el modo de presentación. En los capítulos finales de uno de sus más enjundiosos libros filosóficos, La idea de principio en Leibniz, critica Ortega con severidad los aspavientos, gesticulaciones y dramatismos de que hacen gala algunos pensadores, principalmente los llamados «existencialistas», cuando lo cierto es que la filosofía no debe renunciar al rigor y a la hondura de los problemas, pero haciéndolo de manera jovial, alegre, como Jove, esto es, Júpiter. Bajo la imagen de juego infantil, como también lo han ensayado artistas como Baltazar Torres o Pablo Alonso Herraiz, lo que ocultan Walter Martin y Paloma Muñoz es la crueldad del mundo. Esa misma crueldad que, esta vez no escondida, rezuman por todos sus poros los cuentos de hadas infantiles, narraciones en las que los niños descubren que el Paraíso, el «Rosebud» de Foster Kane, se perdió para siempre hace mucho, mucho tiempo.

 

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 9 de enero de 2009