El cuerpo ausente

Subjetiva, luminosa y espiritual, Cristina Martín Lara explora los límites entre lo real y lo imaginario

Fotografía. Cristina Martín Lara.

Centro Cultural Provincial. Málaga. C/ Ollerías, s/n. Hasta el 11 de febrero de 2000.

La obra de Cristina Martín Lara (Málaga, 1972), ya sea a través de la pintura, la fotografía o la instalación, pues los tres son los medios expresivos habituales de esta joven creadora con estudios de Medicina y licenciada en Bellas Artes en 1997, se ha caracterizado tanto por su interés en explorar la propia subjetividad y las imprecisas fronteras entre lo real y lo imaginario, como por su preocupación hacia los aspectos comunicativos del producto estético, en cuanto destinado a su recepción por un potencial espectador. Ambos rasgos, a los que sin duda habría que añadir un cierto minimalismo en los recursos empleados, resultan particularmente evidentes en la actual muestra, continuación del proyecto iniciado el año pasado con Sueños despiertos, un conjunto de instalaciones vinculadas entre sí donde no sólo se acudía en ocasiones al uso de elementos físicos, aunque sometidos a un propósito visual de desmaterialización e ingravidez de la corporeidad de las substancias, sino donde también eran perceptibles algunas referencias artísticas externas, como por ejemplo la presencia de la angustia, el aislamiento y el análisis del proceso hodierno de desindividuación que distingue los trabajos de Tony Oursler.

Cristina Martín Lara. Onirograma (1999). 90 x 60 cms.Las fotografías que ahora presenta bajo el título de Onirogramas, subrayan aún más aquella dimensión espiritual, asimismo a partir de medios físicos materiales, esto es, haciendo visible lo invisible. Las imágenes, cuya secuencia cíclica está tanto en relación con el carácter circular del ciclo vital individual como con la insondable idea nietzscheana del eterno retorno, se desarrollan en espacios acotados en los que la luz, símbolo de la vida y del conocimiento, ordena el caos y hace reconocibles a los objetos. De entre estos destaca un camisón femenino inmaculadamente blanco del que emana una brillantísima luz interior, luz también del espíritu que se opone al inframundo y al dominio de la tiniebla. Las imágenes se complican, de un lado, con la progresiva división de esa prenda de vestir nocturna, probable alusión a la dualidad cósmica o, mejor aún, al alma escindida que al final de su recorrido recobra la unidad y vuelve a encontrarse consigo misma; de otro, con la imperceptible presencia del espejo como único medio con el que poder realizar algunas de las fotografías expuestas, símbolo y reflejo en este caso de la verdad, la pureza y la conciencia, pues la autora también nos quiere hacer partícipes de su conciencia artística y de la autonomía estética, de la inmanencia de su obra. La filiación onírica de la serie, en último lugar, se desprende de su apariencia irreal y fantasmagórica, producto de la imaginación y del sueño, donde se entremezclan las imágenes que se nos representan cuando soñamos despiertos, las alucinaciones hipnagógicas, esto es, las vívidas imágenes que se experimentan al caer en el sueño, y los sueños oníricos propiamente dichos. De igual modo que la privación de soñar puede conducir a la locura y la muerte, la ausencia del arte, parece querer decirnos Cristina Martín Lara, haría de la vida algo inicuo e intolerable.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de febrero de 2000