La subjetividad espectral de Cristina Martín Lara

Fotografía. Cristina Martín Lara.

Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 8 de enero de 2005.

La joven creadora Cristina Martín Lara (Málaga, 1972), que en trabajos anteriores había en gran parte considerado la fotografía como un medio expresivo con el que reinterpretaba la realización independiente y autónoma de sus piezas-instalaciones, elige ahora el soporte vídeo como una forma de fotografía en movimiento con la que expresar el cúmulo de pensamientos subjetivos, imágenes interiores y recuerdos que afloran a su mente y conforman su actual estado espiritual, pero, aunque el vídeo en el que se recoge todo lo más sustancial de esta muestra puede naturalmente ser contemplado por el espectador, la autora ha preferido colgar en las paredes de la galería unas pocas imágenes fotográficas sobre aluminio, las estrictamente indispensables, para enfrentar a ese mismo espectador a fragmentos de información, pues, del mismo modo que en los sueños, como ella misma nos aclara, las imágenes se ofrecen inconexas e incompletas, aquí también el espectador tendrá que reconstituir lo que ve, darle forma y sentido según su propia experiencia.

Esta bella, sutil y poética obra fotográfica ha sido hecha en un paraje natural entre Berlín occidental y Potsdam cargado de dramáticas resonancias históricas, el lago Wannsee, en cuyas orillas, en una lujosa villa, se celebró el 20 de enero de 1942 una conferencia de jerarcas nazis para organizar de manera efectiva la «solución final» contra los judíos, en palabras del historiador Cristina Martín Lara. "Si yo supiera a qué se debe...III / Wenn ich nur wüsste woran das liegt...III", 2004. Fotografía sobre aluminio. 150 x 100 cm. Ian Kershaw «un peldaño clave en el camino hacia el terrible desenlace genocida». Algo de inquietante y perturbador transmiten las imágenes de Martín Lara, una belleza fría, espectral, fantasmagórica, y no sólo por la buscada luz plomiza y el cielo encapotado de finales de septiembre en Berlín, sino también por ese espectro invisible que se intuye, a pesar nuestro, del macabro diseño del industrializado asesinato en masa de seres humanos, el acontecimiento más terrible y horroroso de la historia del mundo.

La polisemia de la obra de Cristina admite múltiples lecturas. Sin embargo, conviene precisar lo que vemos. Nueve personajes masculinos desnudos, cubiertos con un traje de plástico transparente, avanzan desde la orilla, de espaldas a la cámara y al espectador, y se introducen en las aguas del lago, hasta, después de cierto tiempo, unos ocho minutos, desaparecer casi completamente en el horizonte. El punto de partida de la secuencia es la zona posterior de la cabeza del personaje central, pegado casi literalmente a la cámara, sujeto que, junto con los demás, va lentamente despegándose y avanzando por las aguas, pero, de tal modo, debido a la escasa profundidad del lago, que pareciera como si todos flotasen o anduviesen sobre la líquida superficie. El traje podría interpretarse como una segunda piel, de igual manera que, aunque unidos, no se comunican entre sí, siendo aquella prótesis lo único que les vincula. Una segunda piel que es portadora de significado: estos individuos parecen impedir que salga hacia fuera lo que tienen dentro, así como que entre dentro de ellos lo que hay en el exterior.

Inquieta la desolación que les rodea, la incertidumbre de si volverán sobre sus pasos, la pérdida de identidad, que podría relacionarse, ya que nos encontramos en Alemania, con el célebre cuadro de Friedrich; pero aquí no estamos ante sujetos hegemónicos de la dominación, como el caminante vestido con desaliñada levita burguesa del pintor romántico, sino ante sujetos frágiles, desvalidos, vulnerables, que no se reconocen entre sí ni tampoco parecen reconocerse a sí mismos porque su yo, su identidad está fragmentada, o bien porque viven un sueño, una situación irreal, que es otra manera de referirse a la muerte. En el fondo, sobre estas extrañas imágenes, gravita la presencia de la muerte, mejor dicho, de la nada, del vacío, como si los hombres tuviesen desorientado su espíritu o se les hubiese perdido el alma.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 3 de diciembre de 2004