|
Cristina Martín Lara ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS Desde el comienzo de su actividad artística a mediados de los noventa, la obra de Cristina Martín Lara (Málaga, 1972) se ha caracterizado por el uso de la fotografía y más recientemente del vídeo, por la inclinación a concebir proyectos que a su vez pueden particularizarse en series expositivas alrededor de un tema central, por la intermitente presentación de sus trabajos en forma de instalaciones y, lo más importante sin duda, por la pulsión irreprimible de expresar a través de su obra experiencias interiores, un mundo subjetivo e íntimo que también se encuentra indisolublemente conectado con la naturaleza y con la realidad social. En rigor, la obra entera de Cristina es una única obra que se expresa de maneras distintas, del mismo modo que su lenguaje cambia y evoluciona con el transcurrir de los años y la acumulación de experiencias vividas. Ese tema capital es el cuerpo, más bien el ser total de la persona, el ser material y el ser espiritual, con su fragilidad, sufrimiento, incomunicación y soledad en que en muchas ocasiones se ve precipitado. Desde hace algún tiempo, el principal recurso del que se vale Cristina en su investigación del modo en que pueden transmitirse o comunicarse las emociones interiores es el mundo de los sueños, pero no los sueños estudiados por Dement y Kleitman que se acompañan de movimientos oculares rápidos y no rápidos, esto es, los sueños paradójicos y ortodoxos que interesaron a los surrealistas históricos, sino los sueños despiertos, es decir, aquellos en los que quien los sueña es el único protagonista, que, de este modo, fantaseando en un espacio irreal e imaginario, da rienda suelta a sus deseos insatisfechos. Precisamente por la dificultad de la comunicación intersubjetiva, es por lo que Cristina recurre a lo que ella llama «prótesis de comunicación», substituciones artificiales que desbloqueen y superen el solipsismo estético en el que fácilmente se sumerge el creador. En ese mundo de los sueños en el que ella trabaja, las fronteras entre lo real y lo imaginario son borrosas, así como la distinción entre lo racional y lo irracional, lo lógico y lo absurdo. De ahí la profunda carga metafórica de sus últimas actuaciones, en las que recurre a fragmentos fotográficos de una proyección en soporte vídeo, presentándonos a nueve personajes masculinos, vestidos con un traje de plástico transparente, que se sumergen en las frías aguas del lago Wannsee, cerca de Berlín, el mismo escenario donde tuvo lugar en una lujosa villa de sus orillas una célebre conferencia de jerarcas nazis el 20 de enero de 1942 para organizar de manera efectiva la «solución final» contra los judíos. La apariencia perturbadora y fría de las fotografías de Cristina no deriva sólo del plomizo cielo berlinés, sino del espectro del diseño del asesinato en masa industrializado que parece cernirse sobre los personajes. En esta serie de la que hablamos, Wenn ich nur wüsste woran das liegt I… / Si yo supiera a qué se debe…I, la autora recurre a otras dos de sus constantes estéticas: de un lado, la sutileza poética, la evanescencia, la ingravidez, la belleza que parece estar besada por la muerte, una muerte que suena como un eco lejano e inquietante; de otro lado, la ambigüedad, la incertidumbre, la ausencia de conclusiones definitivas, perceptible en esos personajes vestidos con una segunda piel que los protege débilmente del amenazador mundo exterior y de los que no sabemos si volverán sobre sus pasos, hacia dónde se dirigen, en ese caminar casi incorpóreo sobre la superficie de las aguas. La mejor síntesis del trabajo creativo de Cristina son las palabras que dan título a una de sus instalaciones más conseguidas, Se podría con mis lágrimas lavar las sábanas de mi cama, poética interpretación del salmo 6, ese que dice «baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama», palabras del anciano rey David que inevitablemente traen a nuestra memoria el capítulo de La agonía del cristianismo de Unamuno titulado «Abisag la sunamita», la muchacha que con su cuerpo daba calor al aterido cuerpo de un David moribundo, calentándolo con besos y abrazos, un pasaje que, cual fecundo río subterráneo, atraviesa la reflexión sobre el cuerpo de la obra entera de Cristina Martín Lara. Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 7 de enero de 2005 |