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La intensidad del pequeño formato Enrique Castaños
Aun
sin ser probablemente la primordial, no cabe duda que la característica más
visible que ofrece la primera contemplación de los objetos de Santiago Mayo es
su reducido tamaño. Esta notable pequeñez de la escala, en absoluto
desconocida pero sí poco habitual en las propuestas artísticas contemporáneas,
sobre todo entre las más recientes, apareció en la producción de Mayo a
partir de 1993, después de un período en el que trabajó con grandes formatos.
La mejor explicación a tan insólita y sorprendente decisión, determinante en
más de un sentido de toda su labor plástica desde ese momento, nos la ha
proporcionado el propio artista cuando declara que la reducción de tamaño está
determinada «por el campo de visión abarcado por la mirada, de manera que las
obras solicitan una distancia de contemplación medida en pasos»[1].
Colocados en las paredes de la galería, los objetos de Mayo nos recuerdan la
visión que tenemos de los objetos y cosas del paisaje cuando los observamos
desde lejos, diminutas formas volumétricas más o menos cercanas a la línea
del horizonte que se van sucediendo ante nuestros ojos. En este caso nuestra
percepción del objeto está determinada por la distancia, y sólo si podemos
distinguir sus rasgos esenciales podremos reconocerlo y reconstituirlo en
nuestro cerebro, aunque nos resultará imposible percibir sus detalles
concretos. El artista gallego, por el contrario, nos obliga a acercarnos al
objeto y observarlo a muy corta distancia, dejando así resbalar y detenerse la
mirada en la cálida y palpitante textura de las superficies. La
disminución de la escala en estas obras, de otro lado, se halla íntimamente
vinculada, lo cual quizás pueda parecer paradójico, a otros dos atributos
esenciales: la intensidad expresiva y la monumentalidad. No por ser pequeños
estos objetos carecen de expresividad, sino que más bien la destilan
concentrada en una dosis muy alta. Esta condensación de valores de que es
susceptible lo pequeño, ya había sido advertida por Gaston Bachelard en su
maravillosa La poética del espacio: «Poseo el mundo tanto más
cuanta
mayor habilidad tenga para miniaturizarlo. Pero de paso hay que comprender que
en la miniatura los valores se condensan y se enriquecen. No basta una dialéctica
platónica de lo grande y de lo pequeño para conocer las virtudes dinámicas de
la miniatura. Hay que rebasar la lógica para vivir lo grande que existe dentro
de lo pequeño». Ahora bien, la pequeñez por sí misma no asegura, sino que
contiene potencialmente, aquella energía propia de la concentración de los
sentimientos, manifestándose éstos en realidad a base de gestos, de huellas de
la mano y de la acción concreta del hombre, como cuando Santiago Mayo deja
rastros visibles del paso del pincel por la superficie de sus lienzos, o como
cuando pinta también con óleo sus diminutas esculturas. Esta última acción,
precisamente, el pintar con óleo tanto sus cuadros como sus esculturas, es, a
mi juicio, el principal punto de conexión entre ambas manifestaciones, caminos
complementarios de un único proyecto artístico. Cuando en aquél mismo libro
Bachelard escribe que «el geómetra ve exactamente la misma cosa en dos
figuras semejantes dibujadas a escalas distintas» y que «lo lejano fabrica
miniaturas en todos los puntos del horizonte», que «las aldeas perdidas en el
horizonte son entonces patrias de la mirada», no sólo nos está indicando que
«los planos de casas a escalas reducidas no implican ninguno de los problemas
que proceden de una filosofía de la imaginación»[2],
sino que está haciendo un canto al territorio de la imaginación del poeta, que
no es otro que el de la geografía de la ensoñación, circunstancia que en
Santiago Mayo se nos ofrece, como si dijéramos, invertida, pues él nos
aproxima a lo que percibimos en la distancia, sin alterar la escala, y una vez
que lo tenemos delante ya no podemos resistir la tentación de escrutarlo, de
analizarlo en todos sus pormenores, y es entonces cuando nos damos cuenta de
aquella cálida presencia antropológica, de los vestigios accidentados de la
intervención del artista. El
carácter monumental de algunos de los objetos escultóricos de Santiago Mayo,
por el contrario, deriva tanto de las referencias arquitectónicas que contienen
como de la especie de silencio metafísico que las envuelve. En este sentido,
hay una filiación espiritual con las naturalezas muertas de Morandi y con las
arquitecturas metafísicas de Giorgio de Chirico. Resultan ejemplares a este
respecto piezas como Gea (Terrón), de 1999, y El pozo del clavo,
de 1998. La primera es un minúsculo cubo rematado por una cupulilla, alusión
clara a la arquitectura popular islámica y también mediterránea, mientras que
la segunda contiene elementos volumétricos recurrentes en su producción, desde
el paralelepípedo que sirve de base hasta el depósito hueco y el prisma
rectangular en forma de torre situados encima. Las
obras que acabamos de comentar, junto con los cuadritos en los que pinta la
superficie de un solo color o bien divide el plano en dos partes coloreadas con
tonos distintos, proporcionan datos suficientes para poder deducir otras de sus
principales fuentes nutricias, el constructivismo y el expresionismo abstracto.
Tiene razón Javier
Barón cuando afirma que los cuadros realizados en 1997,
1998 y 1999, invariablemente de 30 x 30 centímetros, recuerdan en su esquema
compositivo algunas obras de Rothko, aunque se distancian de la meditación
trascendente del destacado miembro de la Escuela de Nueva York[3].
En realidad, como es fácil observar en los cuadros monocromos, la relación más
directa de Santiago Mayo con el expresionismo abstracto es con el nuevo concepto
creado por Pollock de all-over painting, esto es, un tipo de pintura
abstracta que en lugar de crear diferencias estructurales entre las secciones
separadas de la obra, procedía a cubrir de pintura el lienzo entero, sin división
en partes y de manera bastante uniforme, introduciendo así un tipo de
extensiones no jerárquicas y suprimiendo los límites del cuadro, que podría
prolongarse por sus cuatro lados hasta el infinito. Aquí se termina la
semejanza, pues no hay en el pintor gallego signos de violencia gestual o empleo
de la técnica del dripping (goteo o chorreado de la pintura). En los
cuadros divididos en zonas, generalmente dos mitades iguales, aunque también
hay otros en los que las franjas de color tienen diferentes tamaños, la
estructura compositiva de orden geométrico se ve atemperada por el ritmo y
movimiento de la pincelada, el empaste de la materia pictórica, casi de
cualidades topográficas, la imprecisión de la línea divisoria entre las zonas
y la presencia del color, que les da a los cuadros un aspecto de paisajes o de
naturaleza muerta subjetivizada. Comentando el titulado Bodegón, un
cuadro en negro y gris de 1997 en el que resulta evidente la referencia a Zurbarán,
pero en donde también podrían percibirse sorprendentes analogías con Acero
y chatarra de Gustavo Torner (1962), Javier Barón reproduce en el catálogo
citado estas palabras de Mayo: «La naturaleza muerta es un paisaje interior. El
paisaje visto en detalle entra en la escala de la naturaleza muerta. Es un
paisaje entendido como espacio reducido a conceptos matemáticos: horizontales,
verticales y proporciones dimensionales»[4].
Reducidos a sus mínimos elementos, estos paisajes de Santiago Mayo son puras
abstracciones del espíritu, sutiles referencias a la naturaleza y a los
recuerdos almacenados en la memoria. En cuanto a la vinculación con la tradición
del constructivismo, perceptible sobre todo en algunas esculturas, se establece
en Mayo a partir de la recepción de una idea, la del valor conceptual del
elemento y la de la sublimación del fragmento, cuya primera formulación
corresponde a los dadaístas y a los cubo-futuristas rusos. Estos autores, además
de ser los primeros en tomar conciencia de la fuerza virginal de la materia,
otorgarán a la forma parcial, al fragmento, una existencia autónoma similar a
la de las formas completas. Desde ese momento, que enlaza filosóficamente con
el enfoque ontológico de Heidegger, «el elemento en su estado mínimo de
existencia (formal y material) bastará para llenar el contenido de una obra de
arte»[5].
Del mismo modo, continúa diciendo más adelante Nakov, «que el fragmento de
una materia podía significar todo un mundo, asimismo una cantidad mínima de forma
elemental (el Cuadrado negro de Malévich) significaba la pintura (el
plano pictórico)». La comparación de algunas obras de Santiago Mayo con la
serie de 12 cubos del Alfabeto espacial (1915-17) de Petr Miturich y con
algunos elementos aislados de el ensamblaje de Kurt Schwitters titulado El
cuadro de los bolos, Merzbild 46a (1921),
resulta a estos efectos bastante ilustrativa. Todavía hay un tercer aspecto de la producción plástica de Mayo que, si bien ha sido ya insinuado, creo necesario comentar con cierto detalle. Me refiero al juego de sutiles alusiones metafóricas que sobre determinados pasajes de la memoria cultural de occidente ofrecen sus objetos. En la serie de cuadros de 1999 denominados Églogas, los tonos nos remiten al tema de la naturaleza y de la vida en el campo cantado por Virgilio en las Bucólicas, un paisaje poético que, en el caso de las églogas V y X, donde el genio del autor latino crea la Arcadia, constituye un patrimonio estético de toda Europa. Al igual que ocurre con la poesía pastoril de Virgilio, esa serie de cuadros de Santiago Mayo está por completo exenta de ironía. En El brazo de Jacob, un cuadro pintado enteramente de blanco, además de las referencias espaciales y conceptuales que pudieran hacerse a Malévich, late desde una perspectiva simbólica una posible alusión al conocido pasaje bíblico de la lucha de Jacob contra Dios, en el que expresamente se dice que se prolongó «hasta rayar el alba»[6], o a aquel otro donde se narra el sueño que tuvo ese mismo personaje, en el que vio una escalera apoyada en tierra «cuya cima tocaba los cielos»[7]. En el terreno de las piezas escultóricas, de otro lado, también resulta extraordinaria la sutileza metafórica con que Mayo reinterpreta conocidos pasajes de la mitología clásica. Por sólo mencionar algunas de las más conseguidas, repárese en Atlas, un frágil objeto hecho con óleo sobre madera, un trozo de tela, una diminuta bombilla y cable en el que la lamparita encendida sugiere la condición de astrónomo que ciertas especulaciones tardías atribuyen a Atlante, y donde la forma abovedada del trozo de tela puede aludir tanto a la bóveda celeste que, por orden de Zeus, el desgraciado hijo de Urano tuvo que soportar sobre sus hombros, o a la montaña emplazada en el África Septentrional con la que Heródoto identifica al gigante. O la titulada Eos, construida con idénticos materiales, cuya luz entrevista en el horizonte sintetiza prodigiosamente la naturaleza de la diosa como personificación de la Aurora. O, por último, Venus, quizás la más explícita de todas, pero asimismo poseída de una quebradiza y finísima elegancia. [1]
Declaración recogida por Fernando Huici en el texto que escribió para el
catálogo de la exposición individual de Santiago Mayo en el Centro Gallego
de Arte Contemporáneo (mayo-julio de 1999). [2]
Cfr. Gaston Bachelard, La poética del espacio, Madrid, Fondo de
Cultura Económica, 1998, págs. 184-219. [3]
En el catálogo de la exposición colectiva Figuraciones del norte,
celebrada en el Centro de Arte Joven de Madrid en diciembre de 1999. [4]
Recogidas de unas declaraciones de Santiago Mayo a E. Vozmediano, Diario
16, Madrid, 9 de diciembre de 1996. [5]
Cfr. Andrei Nakov: «La revelación elemental», en Dada y
constructivismo, Madrid, Centro de Arte Reina Sofía, 1989, páginas
13-24. [6]
Génesis, 32, 25. [7]
Génesis, 28, 12.
The intensity of the small format Even
though it is probably not the main one, the most visible feature of Santiago
Mayo’s objects that can be perceived at first sight is certainly its small
size. This remarkable smallness of the scale, not unknown at all although
unusual in today’s artistic works, particularly among the latest ones, has
been present in Mayo’s production since 1993, after a period of time in which
he worked with large formats. The best explanation to such an amazing
and surprising decision, determining in more than one sense all his
plastic work from that time, has been given to us by the artist himself when he
declares that the reduction of size is determined «by the field of vision
encompassed within sight, the works therefore require a distance to be observed
measured in steps»[1].
Placed on the walls of the gallery, Mayo’s objects remind us of the vision we
have of the objects and things of the landscape when we observe them at a
distance, tiny volumetric shapes more or less close to the plane of the horizon
appear before us. In this case our perception of the object is determined by the
distance, and only if we can distinguish its main features we will be able to
recognize it and reconstitute in our mind, although we will not be able to
perceive its particular details. On the contrary, the Galician artist forces us
to come closer to the object and observe it at a very short distance, glancing
and staring at the warm and lively texture of the surfaces. On
the other hand, the reduction of the scale in these works, though paradoxical
as it may seem, it is closely linked to two other fundamental qualities:
the expressive intensity and the monumentality. These objects, although small,
do not lack of expressiveness, but on the contrary this one is revealed in a
highly concentrated way. This condensation of values which small things
are susceptible of, had already been observed by Gaston Bachelard in his
wonderful The poetics of space: «The greater my ability to miniaturize
the world the greater the chances I have to own it. But we also have to
understand that in miniature, values are condensed and enriched. It is not
enough a platonic dialectics about large and small things to know the dynamic
virtues of miniature. We have to go beyond the logic to experiment the large
thing that exists within the small». Nevertheless, the smallness on its own
does not assure, although it potentially possesses it, that typical energy of
the concentration of feelings which are actually expressed through gestures,
hand marks and through the particular action of man, in the same way as when
Santiago Mayo leaves visible signs of the use of the paintbrush over the surface
of his canvas, or as when he
also paints in oils his tiny sculptures. This last action of painting in
oils his pictures as well as his sculptures is, in my opinion, the main link
between both expressions, complementary ways of a single artistic project. When
in that same book Bachelard states that «the geometrician sees exactly the
same thing in two similar shapes drawn with different scales» and that
«distance makes miniatures in all points of the horizon», that «lost
hamlets in the horizon are homelands of our
look», he is not only telling us that «levels of houses at reduced scales have
none of the problems coming from a philosophy of the imagination»[2]
but on the contrary he is praising the poet’s
field of imagination, that
is the field of the geography of fantasy, a factor that in Santiago Mayo is
given to us, let us say, reversed,
as he shows us closely what we perceive at a distance, without altering the
scale, and once we have it before us we can not resist the temptation of
examining it, analysing it in detail, and it is then when we notice that warm
anthropologic presence, of the irregular traces of the artist intervention. The
monumental quality of some of Santiago Mayo’s sculptural objects derives from
the architectural references they are pervaded with as well as from the
metaphysical silence which surrounds
them. In this sense, we can see an spiritual influence coming from Morandi’s
dead natures and Giorgio de Chirico’s metaphysic architectures. As an example,
Gea (Cube), from 1999,
and The well of nail, from
1998 are considered to be model pieces. The first one is a tiny cube topped with
a small dome, clear reference to the traditional Islamic and Mediterranean
architecture, while the second one has some recurrent volumetric elements in his
production, from the parallelepiped used as a base to the hollow deposit and the
rectangular prism resembling a tower placed above it. The
works we have just commented, together with the small pictures in which he
paints the surface in a single colour or he divides the plane into two parts
coloured in different shades, give us enough information to be able to trace
pieces from his main influential sources, constructivism and abstract
expressionism. Javier Baron is right when he states that the pictures made in
1997, 1998 and 1999, always in 30 x 30 centimetres, remind us of some of
Rothko’s works in their composite scheme, although they differ from the
transcendent meditation of the outstanding member of New York School[3].
In fact, as we can easily see in the monochrome pictures, Santiago Mayo’s
closest relation with the abstract expressionism has to do with the new concept called all over painting
created by Pollock, that is, a kind of abstract painting which instead of making
structural differences among the separate sections of the work, it
covered with paint the whole canvas quite homogeneously, making no partial
divisions, introducing thus a kind of non hierarchical extensions excluding the
borders of the picture, which could be extended beyond its four sides until the
infinite. That is the only similarity, as in the Galician painter there are no
signs of gesture violence or use of the dripping technique. In the
pictures divided in areas, usually two similar halves, although there are other
pictures in which the colour strips are of different sizes, the geometric
structural composition is tempered by the rhythm and movement of the brushstroke,
the pictorial matter paste, of almost
quite topographic qualities, the impreciseness of the dividing line between the
areas and the presence of colour, giving the pictures an outlook of landscapes
or of subjective dead nature. As
regards the so called Still life, a picture in black and grey from 1997
in which the reference to Zurbarán is evident, but where we could also
appreciate surprising analogies with Gustavo Torner’s Steel and
scrap (1962), Javier Barón quotes
the following words from Mayo in the mentioned catalogue: «The
dead nature is an interior landscape. The landscape observed in detail is
in the scale of the dead nature. It is a landscape considered a space reduced to
mathematic concepts: horizontal, vertical and dimensional proportions»[4].
Reduced to their minimum elements, these landscapes from Santiago Mayo are pure
abstractions from the spirit, subtle references to the nature and reminiscences
stored in memory. As for the connection with the constructivist tradition,
particularly seen in some of his sculptures, it becomes rooted in Mayo from the
acquisition of an idea, the conceptual value of the element and the sublimation
of the fragment, whose first formulation correspond to the dadaists and the
Russian cubist-futurists. These authors, besides being the first in being aware
of the virginal strength of matter, give the part form, the fragment, an
autonomous existence similar to that of the whole forms. From that time, which
philosophically links with Heidegger’s ontological approach, «the element in
its minimum state of existence (formal and material) will be enough to fill in
the content of a work of art»[5].
Furthermore, Nakov adds a bit ahead «that the fragment of a matter could
represent a whole world, and a minimum quantity of elemental form (Malévich’s
Black square) represented painting (the pictorial plane)». The comparison
of some works from Santiago Mayo with the set of 12 cubes
from Petr Miturich’s Spatial alphabet (1915-17) and with some
isolated elements from Kurt Schwitters’ assembly called The picture of
skittles, Merzbild 46a (1921), is in this sense quite illustrative. There
is still a third aspect of Mayo’s plastic production that, although it has
already been hinted, I consider it necessary to comment it in a deeper way. I am
writing about the number of subtle metaphorical references about certain periods
of the western cultural memory which his objects offer. In the set of pictures
of 1999 called Eclogues, the shades refer to the subject of nature and
life in the countryside sung by Virgil in the Bucolics, a poetic landscape which,
in the case of the V and X eclogues, where the Latin author’s wit composes the
Arcadia, represents an aesthetic heritage of all Europe. Like Virgil’s
pastoral poetry, that set of pictures from Santiago Mayo has no irony at all. In
Jacob’s arm, a picture painted entirely in white, besides the spatial
and conceptual references which could be made to Malévich, from a symbolic
perspective there is a possible
allusion to the famous biblical passage of Jacob’s fight against God, in which
it is expressly said that it went on «until the break of day»[6]
or to that one where the dream that character had is told, and where he saw a
ladder standing on the ground «whose top reached heaven»[7].
Regarding the sculptural pieces, on the other hand, it is remarkable the
metaphoric subtleness with which Mayo reinterprets famous passages of the
classic mythology. Among some of the most outstanding ones, we have
to mention Atlas, a fragile object painted in oils on wood, a
piece of fabric, a cable and a tiny light bulb which, lit, suggests the
autonomous quality that some late speculations give Atlante, and where the
vaulted form of the piece of fabric may make reference to the vault of heaven
that, by command of Zeus, Urano’s unfortunate son had to bear on his shoulders, or to
the mountain located in Northern Africa with which Herodotus identifies the
giant. Or the so called Eos, made with similar materials, whose light
seen indistinctly in the horizon synthesizes in an incredible way the goddess
nature as a personification of Aurora.
Or, finally, Venus, perhaps the
most explicit of all, but at the same time having a fragile and very
sophisticated elegance. Traducción de José María Valverde Zambrana [1] Quotation taken by Fernando Huici in the text that he wrote for the catalogue of Santiago Mayo’s individual exhibition held in the Galician Centre of Contemporary Art (May-July 1999). [2] See Gaston Bachelard, The poetics of space, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1998, pages 184-219. [3] In the catalogue of the collective exhibition Figurations from the north, held in the Youth Art Centre in Madrid in December 1999. [4] Taken from Santiago Mayo’s opinions expressed to E. Vozmediano in Diario 16, Madrid, 9th December 1996. [5] See Andrei Nakov: «The elemental revelation», in Dada and constructivism, Madrid, Queen Sophia Art Centre, 1989, pages 13-24. [6] Genesis, 32, 25. [7] Genesis, 28, 12.
Publicado originalmente en el catálogo de la exposición de Santiago Mayo celebrada en la sala de arte de la Universidad de Málaga en junio-julio de 2000 |