|
Paul McCarthy disecciona las neurosis colectivas Instalación, vídeo, escultura y dibujo. Paul McCarthy. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 20 de febrero de 2005. Conocido internacionalmente a
partir de mediados de los noventa y, sobre todo, desde su retrospectiva hace
cuatro años en el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, Paul McCarthy
(Salt Lake City, Utah, EE. UU., 1945) es lo que, desde el impacto provocado por
Joseph Beuys, en determinados círculos se denomina «artista de culto», una
especie de creador casi desconocido del gran público pero que tiene una cohorte
de seguidores incondicionales desparramados por el mundo, los cuales siguen con
verdadera devoción y admiración cada uno de sus nuevos planteamientos. En
realidad, a McCarthy le ha alejado durante mucho tiempo de los circuitos
internacionales su dedicación constante a las acciones y a las performances
en la gran urbe californiana, donde lleva enseñando en su Universidad desde
hace treinta años, así como su paciente dedicación al dibujo, una disciplina
esencial para conocer su proceso de trabajo y su disección analítica de los
miedos, angustias, deseos reprimidos y neurosis que asuelan al hombre contemporáneo,
bombardeado obscenamente por la publicidad y la multiplicidad indigerible de imágenes. De hecho McCarthy, que
nunca ha ocultado la influencia recibida del surrealismo, del assemblage,
especialmente de Rauschenberg, del movimiento Fluxus y del expresionismo
abstracto, sobre todo Pollock y De Kooning, ha sido un artista tradicionalmente
vinculado al Action art y a
la expresión que proviene de las profundidades del subconsciente. Sin embargo,
lo que escandaliza en él es la provocación y el desparpajo con el que, usando
iconos, elementos, objetos y situaciones provenientes del ámbito doméstico y
familiar, en concreto del universo de la clase media americana, desmonta y
destroza no tanto los sacrosantos tabúes de lo políticamente correcto y de lo
respetable, como la inmundicia pornográfica, por manipuladora, de la publicidad
de consumo, a la que responde con imágenes asimismo pornográficas y procaces,
porque en el fondo ese ansia de consumo proviene de la insatisfacción del
deseo, de la incomunicación, de la ausencia de relaciones, no hace falta que
fraternales, sino por lo menos cálidas, tolerantes y respetables entre los
seres humanos. Y, además, lo hace no sólo de una manera desvergonzada y muy
promiscua desde el punto de vista de las referencias genitales de muchas de sus
imágenes, sino de modo violento, especialmente en sus performances y
acciones, de las que hay constancia en vídeo, en las que el propio artista actúa
compulsivamente, como estimulado por un frenesí incontrolado que le lleva a
producir y producir imágenes e incluso a aparentar autolesionarse. En esta su primera
exposición en España, bastante completa y sin duda fascinante para todos
aquellos que se sienten espiritualmente cercanos a una cierta transgresión en
el arte de la posvanguardia, con independencia de que el propio sistema y la
institución arte sean perfectamente capaces de digerirlo sin problema alguno,
es más, incluso de patrocinarlo y darle difusión como una muestra más de «apoyo
a la cultura» y a la «libertad de expresión», Paul McCarthy toca todos los
registros y todas las técnicas, desde la escultura, la pintura, el collage y el
dibujo hasta la instalación, el vídeo y la fotografía. Entre todas las obras
expuestas destacan, en primer lugar, los dibujos, que han discurrido de modo
paralelo a las performances del autor y que pueden agruparse en tres
apartados complementarios: los dibujos de estructuras, con un contenido
puramente reflexivo e intelectual; los dibujos de contenido infantil, onírico o
erótico; y los dibujos en los que interviene la totalidad del cuerpo del
artista, al decir de Eva Meyer-Hermann, excelente comisaria de la muestra, como
si se tratara de una performance física. Lo más impactante de
la muestra quizá sea la instalación Tokio Santa, que son los restos de
la «performance» del mismo título que llevó a cabo en una galería de Tokio
en 1996, y que aquí, además, se completa con un vídeo de aquella actuación
visionado a través de cuatro pantallas simultáneas. Vestido de Papá Noel, el
propio McCarthy da rienda suelta a una desaforada, violenta,
compulsiva y sanguinolenta producción de imágenes encerrado en un local cuyas
cristaleras permiten que los transeúntes puedan contemplar lo que el artista
está haciendo. La sangre es en realidad ketchup, empaquetándose finalmente
todo y dejando sólo a la vista del público unos cuantos dibujos, absurdos,
sucios, en los que el artista ha usado cualquier recurso, y todo ello ejecutado
con una careta de goma y un disfraz de Papá Noel con una abertura por la que se
asoma casi continuamente el pene. Los regalos cuidadosamente envueltos de la
instalación, son la última esperanza de los insatisfechos deseos colectivos. Otra magnífica pieza
es Yellow table, un gigantesco tocador con un espejo doble encima,
pintado todo enteramente de amarillo, y acompañado de tres enormes dibujos de más
de cinco metros de altura que tienen su origen en una serie de performances
realizadas en 1974. Las referencias a Alicia en el País de las Maravillas
y a Los viajes de Gulliver, son muy explícitas en la mesa, por la que
podemos pasar por debajo sin podernos nunca poder mirarnos en ese espejo, al que
miramos en contrapicado, con lo que se acentúa nuestra impotencia, o bien se
activa un punto de vista infantil, para poder percibir el mundo de otra manera.
Los dibujos, de contenido erótico que a veces roza el travestismo, también
hablan de inhibiciones sexuales. El Pirate project, con unos magníficos dibujos que sin duda tienen una deuda contraída con Rauschenberg y con Basquiat, culmina en una escultura de un barco pirata, entre irónica, humorística y procaz, cuyo capitán vemos representado en aquellos dibujos escondiendo en sus entrañas dudosos héroes provenientes del mundo de la publicidad. En cuanto a la escultura que representa a Michael Jackson, en la que se exageran algunas partes del cuerpo de la conocida estrella pop, como un pie que se alarga con forma de falo, es no sólo rabiosamente kitsch, sino una deliberada caricatura de ese icono de la cultura de masas. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 3 de diciembre de 2004
|