|
La pintura dibujada de Xisco Mensua Pintura y dibujo. Xisco Mensua. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 10 de octubre de 2004.
Formado
a principios de los ochenta en la Escuela Eina de su ciudad natal, Xisco Mensua
(Barcelona, 1960) ha ido consolidando desde hace más de un decenio una suerte
de «pintura dibujada», esto es, en la que la línea del dibujo, intermitente y
conceptual, se erige en el vehículo expresivo de su discurso, de tal modo que
la forma dibujada, casi una silueta en la que resulta evidente la extraordinaria
economía de medios, se presenta sobre el blanco del lienzo que le sirve de
fondo, un fondo monocromo en otras ocasiones que no es más que el escenario
abstracto donde transcurre el tiempo, un tiempo asociado siempre a la memoria, a
la autobiografía, a los recuerdos. A través de los quince óleos que componen esta individual de obra reciente, pueden enumerarse con relativa exactitud los rasgos y claves de su pintura. En primer lugar, su pertenencia a la figuración, pero no una figuración realista, obsesionada por el detalle y la imitación de la naturaleza, sino una figuración contaminada conscientemente del lenguaje abstracto, una figuración que se basta con los mínimos elementos, una figuración que sintetiza un discurso precisamente no lineal, ni siquiera narrativo, sino paradójico, irónico, íntimo, un discurso en gran parte relacionado con los mecanismos ocultos del inconsciente. En segundo lugar, la presentación del tema en figuras diferentes pero simultáneas que ocupan cada una un trozo del espacio total de la tela, como si cada una perteneciese a un momento espacio-temporal diferente, aunque, en última instancia cada una sirve de complemento a las otras, pues en el fondo no es más que una versión distinta del mismo asunto, banal, superfluo, intrascendente, o, si se prefiere, sencillamente cotidiano. Esta es la lectura que se desprende de cuadros como Actrices, con la blanca silueta de cuatro muchachas adolescentes recortada sobre el tono salmón del fondo que dibujan otras tantas posturas y actitudes, desde el ejercicio preparatorio del cuerpo hasta el estudio del guión, o bien de la de aquel otro en el que de nuevo cuatro niñas parecen haber sido congeladas en un momento de sus inocentes juegos infantiles. Observándolas, se acuerda uno de las palabras de Lewis Carroll: «...lo que el niño desea por encima de todo es que el mundo en el que vive tenga sentido...», aunque sabemos que ese sentido sólo parece pertenecer al mundo de los adultos. En otro tipo de obras objetos heterogéneos supuestamente inconexos se desparraman por la superficie: una niña que lee atentamente junto a un ojo solitario, un conejo y un trozo de esqueleto; una momia de gato egipcia junto a una flor, un cervatillo, una niña y una joven dormida con una copa en la mano. Ambos ejemplos son suficientes para saber que se trata de ciclos vitales, de imágenes oníricas y recuerdos de cuentos infantiles, de la imposibilidad de volver atrás y de la inevitabilidad de la etapa adulta. En Cathay, en cambio, asoma la melancolía, la evocación poética de lejanos descubrimientos geográficos, el nebuloso recuerdo de paisajes visitados en la imaginación. Muy similar es National Geographic, pero aquí se pone de manifiesto un último recurso plástico de Xisco Mensua, la superposición de imágenes, no como el texto de un palimpsesto, sino al modo de los dibujos de algunas cavernas prehistóricas, como el célebre del brujo o cazador, disfrazado de animal, de la gruta de Trois-Frères, lugar maravilloso de la memoria que parece sustituir al lugar de propiedades mágicas donde se propiciaba la caza, pues al fin y al cabo de lo que se trata es de dar alcance a las remembranzas, no olvidar esos episodios del pasado que dan consistencia a la vida y ayudan a enfrentar la muerte.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de septiembre de 2004
|