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Obra gráfica de Millares Grabado. Manuel Millares. Museo del Grabado Español Contemporáneo. C/ Hospital Bazán, s/n. Marbella. Hasta el 25 de mayo de 2002. Con motivo de una exposición colectiva de
cuatro miembros del grupo El Paso celebrada en la sala Gaspar de Barcelona en
enero de 1959, decía Juan Eduardo Cirlot a propósito de la obra de Manuel
Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1926 – Madrid, 1972) que apreciamos en
ella «al puro enamorado de la belleza que se atreve a citarla en los parajes más
espantosos para gozar con contradicciones increíbles...», y el propio Millares
había escrito un poco antes que el arte de su tiempo no tenía nada que ver con
la prudencia, que estaba sumido en una completa contradicción y le era muy difícil
encontrar «la vía ideal hacia el supremo armónico». No
sólo contemplando la parte más conocida y difundida de su producción, como
son las arpilleras y los cuadros con cuerdas, jirones y telas recosidas, se
corroboran las palabras que acabamos de citar, sino también con la mucho menos
divulgada obra gráfica, pues, de igual modo que ocurre con todos los grandes
creadores, el conjunto de su obra constituye un continuo ininterrumpido e
indisociable. Tenemos una nueva oportunidad de comprobarlo con la interesante
muestra que dedica estos días a ese apartado el Museo de Marbella, con piezas
realizadas entre 1965 y 1971. Bien se trate de litografías, serigrafías,
aguafuertes o grabados en los que se emplea la punta seca, en la mayoría de
estas obras predomina un tema sobre cualquier otro, a saber, el cuerpo humano
lacerado y sufriente, el cuerpo descoyuntado, o bien los homúnculos, los sucedáneos
de hombre, dramáticas expresiones todas ellas que reflejan la exasperada visión
que Millares tenía de la realidad, su honda angustia de raíz existencialista. Grabados
de trazo firme, intenso, subrayando las gruesas líneas negras de los contornos
de las figuras, combinando técnicas distintas en la misma plancha,
proporcionando zonas de sombra a través de una tupida red de líneas que se
entrecruzan, contrastando las áreas de negro con los espacios blancos para
resaltar así más aún el drama, obteniendo, en fin, un delicado y suave
aterciopelado en los grabados hechos con punta seca. La obra gráfica de
Millares, como la de todo el resto de su producción, es la de un testigo lúcido
y exigente de un siglo instalado con espeluznante prodigalidad en la barbarie y
el horror. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 13 de mayo de 2002
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