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Los dibujos de Manuel Mingorance Acién hasta 1950
© Enrique Castaños
La importancia del dibujo en el conjunto de la producción de Manuel Mingorance Acién ha sido reconocida por todos los críticos y comentaristas que se han ocupado de su obra. En la actualidad, hay inventariados casi nueve mil en la amplísima donación que el artista tan generosamente ha hecho al Ayuntamiento de Málaga, la ciudad en la que nació en 1920. De ese enorme legado, hemos seleccionado para esta muestra de carácter monográfico —la primera de una extensa serie de ellas que irá dando a conocer lo más representativo de su trabajo— una treintena de dibujos realizados desde 1932-33, la fecha más temprana a que se remonta la obra objeto de la donación, hasta 1950, cuando el pintor acababa de terminar en la madrileña Escuela de Bellas Artes de San Fernando los estudios que había iniciado cinco años antes. Para ese momento ya estaban definidos los rasgos esenciales del dibujo en Mingorance, así como el elenco de temas que le ocuparán en el futuro. El dibujo ha sido una actividad central en Mingorance, cardinal, con autonomía e independencia respecto de la obra pictórica. Hay muchísimos dibujos que son bocetos de los cuadros, pero también hay muchísimos más que viven solos, que se hicieron solamente por el placer y la necesidad de hacerlos, por el entrenamiento y disciplina mental que suponen. El propio Mingorance ha dicho en más de una ocasión que él comenzó en cierto modo a pintar por el imperioso deseo de trasladar el dibujo a formatos más grandes, cosa que sobre todo puede comprobarse en uno de los apartados más singulares de su producción, a saber, los carboncillos sobre lienzo, cuadros algunos de grandes dimensiones que son estrictamente dibujos cuyo tema único es la figura humana. Esa misma técnica en piezas de gran formato ya la había empleado con indiscutible maestría Matisse antes de 1918. En cuanto a los temas de la obra de Mingorance, para 1950 ya estaban todos prácticamente decantados: retratos, autorretratos, escenas costumbristas, paisajes, escenas religiosas, desnudos femeninos, temas mitológicos y de ascendencia filosófica, anatomías y figuras. El dibujo más tempranamente fechado de la donación, de 1932-33, representa a un joven de pie, con una pierna cruzada sobre la otra, apoyado en la rama de un tronco de árbol. Aunque son evidentes algunas incorrecciones propias de la juventud del pintor, sorprende el equilibrio compositivo, con la figura desplazada hacia la izquierda del papel, pero con el brazo derecho y parte del árbol invadiendo la zona derecha, a fin de ocupar adecuadamente el espacio. La figura, ligeramente inclinada, ofrece los dos brazos doblados y un fuerte pronunciamiento de la articulación del codo; el peso se reparte entre la pierna derecha, firmemente plantada en el suelo, y el brazo izquierdo, sobre el que descansa el cuerpo. De tan sólo un año posterior es una acuarela de tema costumbrista, un violinista pobre, repitiendo esa temática tan cara a Picasso durante su periodo azul, tonalidad que también Mingorance aplica en amplias zonas del fondo. De finales de los años treinta se han seleccionado también otros dos dibujos muy interesantes, una cabeza de anciano y una cabeza de Cristo con la corona de espinas. La cabeza de anciano, de perfil y con gorra con una pequeña visera, está maravillosamente modelada a base de sombras, estando casi difuminadas las líneas, lo que no disminuye la clara comprensión de la forma. Con el ojo muy abierto mirando con atención sorpresiva algo que parece suceder delante suya, presenta una poderosa silueta en la frente y en la nariz que contrasta con la suavidad lineal del abultado bigote y de la barba. Este apunte revela ya sin duda ninguna al consumado dibujante. La cabeza de Cristo, en cambio, con expresión patética, no está resuelta con la misma claridad formal. En 1940 hace varios excelentes dibujos de su querido hermano Antonio. En uno de ellos, realizado con lápiz azul, lo retrata de frente, con el pelo peinado hacia atrás, la frente ancha y despejada, las cejas pobladas, los ojos mirando con decisión hacia delante, la nariz de facciones perfectas, los hermosos labios y la suave barbilla a modo de óvalo. Es un retrato que transmite nobleza de espíritu y limpieza moral. En otro dibujo, en el que el mismo personaje está visto de perfil, el desaliño del pelo y del atuendo, la mirada soñadora, son indicadores de aptitudes creativas. Antonio Mingorance, con quince años, era un prometedor compositor. De él se conserva un cuaderno con alrededor de veinte composiciones musicales para piano y para piano y orquesta que Manuel Mingorance también ha donado al Ayuntamiento de Málaga. Antonio, además, poseía una voz maravillosa, muy apta para el canto. Desgraciadamente todo esto se truncó de pronto, pues Antonio Mingorance falleció con quince años a principios de agosto de 1940. Uno de los dibujos más impresionantes del legado es aquel en el que vemos a Antonio muerto en el féretro, como si estuviese dormido, un dibujo hecho con grafito que Manuel Mingorance ha querido acompañar con recortes de prensa de la época en los que se recogen noticias del primer aniversario del fallecimiento de tan joven promesa musical y los recitales programados a modo de sentido homenaje. En 1944, tiene lugar un acontecimiento que va a marcar de manera decisiva la carrera artística y profesional de Manuel Mingorance y de Félix Revello de Toro, dos de los pintores más relevantes nacidos en Málaga en el siglo veinte, aunque la carrera de ambos, en buena medida debido a ese suceso, transcurriese desde entonces fuera de su ciudad natal. Las vidas de los dos pintores se cruzaron por vez primera con motivo de la Beca de Pintura para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid convocada por el Ayuntamiento de Málaga en 1944, siendo Alcalde entonces Manuel Pérez Bryan. Mingorance ha relatado en diversas ocasiones de manera pormenorizada las fortuitas circunstancias del suceso y la extraordinaria generosidad de Revello, origen de una sincera y entrañable amistad entre los dos. Durante un fin de semana Mingorance leyó por casualidad el anuncio de la convocatoria de la Beca en el diario malagueño La Tarde, comprobando con pesar que estaba ya fuera de plazo y que el primer ejercicio se realizaba el lunes siguiente. Gracias a las gestiones del escultor Adrián Risueño, le dejaron participar en los dos primeros ejercicios, unas pruebas escritas, pero al llegar al tercero y fundamental, la realización de una composición pictórica, resultó irremediable consultar a Revello si estaba de acuerdo en que Mingorance participase en igualdad de condiciones, aun no habiéndose inscrito en el plazo fijado. Revello no sólo aceptó a su competidor, sino que entre ambos germinó una complicidad y se prestaron una tal ayuda mutua en la ejecución del ejercicio del examen, que desde entonces la amistad entre los dos artistas ha permanecido incólume. La Beca de Escultura fue declarada desierta, pues no se presentó nadie, y lo que se decidió fue desdoblar la de Pintura, yendo los dos a Madrid, donde se matricularon en San Fernando en 1945. Mingorancepermaneció desde entonces en la capital, si bien Revello acabaría presentándose a las oposiciones a Catedrático de la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja de Barcelona, concurso que ganó en 1956, residiendo desde entonces en la Ciudad Condal, donde se dedicó por completo a la pintura a partir de 1973, cuando decidió abandonar la docencia. Entre los dibujos donados por Mingorance, hay un dibujo suyo y otros dos de Revello que sirvieron de boceto preparatorio para el cuadro respectivo con el que ganaron la mencionada Beca. Los bocetos, el de Mingorance hecho con grafito y sanguina y los dos de Revello sólo con grafito, van firmados y fechados, y por la parte posterior del de Mingorance hay una cuidadosa anotación suya en la que también nos informa del título, Escribidme una carta, Sr. Cura, un tema todavía decimonónico y narrativo en el que, sin embargo, ambos muestran unas notables cualidades como dibujantes, construyendo las figuras con seguridad de trazo y, en el caso de Mingorance, inclinándose por la forma cerrada. Nada más que hay que reparar en la figura de la muchacha y del sacerdote, sentada una enfrente de la otra, cerrando a modo de paréntesis la composición, cuidando el equilibrio entre las masas por todo el espacio, esto es, que a la mesa camilla del primer plano corresponda el pequeño altar del fondo y al brasero el canasto con frutas del primer término. A un soberbio Autorretrato de 1945 en posición de tres cuartos, ataviado con corbata, con el pelo rizado suavemente ondulado y portando unas lentes de cristal circular parecidas a unos quevedos, hay que añadir varios dibujos de 1950. En primer lugar, un Retrato del obispo de Sigüenza, casi completamente de perfil y con la misma montura de lentes del Autorretrato. En segundo lugar, un magnífico Estudio con tres manos, modeladas a base de sombras, con los dedos un tanto puntiagudos y visibles uñas recortadas. La Misa en Sigüenza es un evidente boceto de una composición mayor, un cuadrito encantador, de trazo rápido y figuras esbozadas, casi simples manchas que otorgan todo el volumen, en el interior de un espacio simétrico. El recuerdo de Goya acude aquí pronto a la memoria. Por último, un sobrio y conciso apunte hecho con tinta de la bahía de Nápoles, de inspiración rembrandtiana en su economía de trazo, con la silueta de las montañas al fondo, una fortificación a la izquierda, poderosa masa volumétrica de forma casi cuadrada, y unas compactas y pequeñas rocas a la derecha, dejando que la superficie del mar cubra la zona inferior, en abierto contraste con el cielo limpio y despejado de la mitad superior. Publicado originalmente en el catálogo de la exposición Manuel Mingorance Acién. Dibujos, 1932-1950, celebrada entre noviembre de 2009 y enero de 2010 en la sala de exposiciones Mingorance Acién del Distrito Centro de Málaga. |