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Mir y el paisaje catalán Paisajes de Joaquim Mir, uno de los principales representantes del género en la Cataluña de principios de siglo Pintura. Joaquim Mir. Sociedad Económica de Amigos del País. Málaga. Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 18 de junio de 2000. Sólo a partir de mediados los setenta, cuando se publican la monografía de Enric Jardí y un decisivo artículo de Teresa Camps, puede hablarse de una exacta valoración crítica de la obra de Joaquim Mir i Trinxet (Barcelona, 1873-1940), cuyo conocimiento se ha visto considerablemente ampliado y reforzado en los noventa gracias a la publicación de un trabajo inédito de 1968 y de las posteriores investigaciones sobre el pintor de la citada estudiosa, así como a las exposiciones organizadas por el Banco Bilbao Vizcaya (1990) y la Fundación La Caixa (en 1991 y 1997). Casi unánimemente considerado en la actualidad por los historiadores del periodo como el más destacado paisajista catalán, Joaquim Mir, que gozó de merecida fama y popularidad durante todo el primer tercio de siglo, no sólo decayó en la apreciación de la crítica a partir del fin de la guerra civil, menguada opinión en la que probablemente influyó la fidelidad del pintor a la causa republicana, sino que fue asimismo víctima de una imagen estereotipada y precipitada como consecuencia, de un lado, de la falta de rigor en el estudio de su obra hasta los análisis que dieron comienzo a finales de los sesenta, y, de otro lado, del abuso generalizado que hasta entonces se hizo de la biografía que sobre el pintor escribiera Josep Pla (publicada en 1944), valiosa desde un punto de vista literario e interesante por la información que proporciona del carácter y el talante humano de Mir, pero desprovista de rigor científico a la hora de enjuiciar plásticamente la producción del pintor y situarla en su contexto histórico-artístico, definiendo su estilo y las posibles influencias recibidas. Según
puede observarse en los cuadros de la presente muestra, más que un renovador de
la pintura de paisaje, Mir es un artista profundamente personal que
—desde que en 1899 decidiese instalarse en la todavía virgen y
misteriosa isla de Mallorca (donde residió hasta 1904), renunciando ya para
siempre a la vida en la ciudad y abandonando la pintura de contenido social del
periodo barcelonés inmediatamente anterior, cuya más alta manifestación
expresiva había sido sin duda La catedral de los pobres (1897-98)—
hizo del paisaje el eje central de su actividad (aunque también realizó
retratos y bodegones), pintando directamente del natural, pero sin escoger
encuadres artificiales o forzados, observando y analizando atentamente el motivo
que tenía delante de sus ojos, tratando de captar los cambios de luz y la
incidencia de ésta en las cosas, con absoluta lealtad al tono local y
recurriendo o bien al color puro en forma de mancha o bien a la mezcla de
colores para obtener todas las posibilidades del gris. Su pintura, caracterizada
ante todo por la honestidad y perseverancia en el trabajo, por la voluntad de
realidad y de verdad, lo que contradice la opinión que se ha divulgado de él
como pintor intuitivo, tampoco puede propiamente calificarse de impresionista,
ya que no pretendió confirmar ninguna teoría científica sobre el color, como
es el caso de la teoría retiniana según la cual el color se forma en la
retina, sino captar las transformaciones de la luz y del ambiente siendo fiel al
motivo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 3 de junio de 2000
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