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Litografías de Miró Grabado. Joan Miró. Centro de Exposiciones de Benalmádena. Hasta el 9 de junio de 2002. Siempre se ha reconocido la posición extraordinariamente original de Joan Miró (1893-1983) en el seno del surrealismo, en el que ni se adscribió con la entrega militante, pongamos por caso, de Masson a la práctica de la pintura automática radical, ni tampoco se orientó hacia, como algunos erróneamente han supuesto, el ejercicio de la forma abstracta pura, ni mucho menos, como fue en gran medida el caso de Dalí, hacia la figuración de dibujo academicista. Miró, y sin que esto suponga menoscabar el valioso experimentalismo de profundas raíces inconscientes de Masson o el indiscutible genio del gran pintor de Cadaqués, fue un creador de formas muy sutiles, dependientes tanto de la abstracción como de la figuración, pero en última instancia expresión de un mundo íntimo muy peculiar, poblado de una miríada de seres elementales diminutos de formas redondeadas más humorísticas que amenazantes, aunque también hay sonoras muestras de dramatismo en su ingente y variada producción. Aparte de los signos más fácilmente identificables, como pueden ser las estrellas y los astros, las líneas, los cabellos y muchos otros, lo que todavía sigue despertando nuestro interés es el increíble sentido plástico de sus composiciones, su alteración del espacio y la portentosa riqueza cromática conseguida tan sólo con unos cuantos colores puros. Con
esa misma entrega apasionada, trabajó Miró en su obra gráfica, de la que
constituye un capítulo fascinante la producción litográfica, actividad en la
que se inició en los años treinta, pero en la que terminaría logrando unos
resultados paradójicos y sorprendentes. Las piezas que integran esta exposición,
pertenecientes a la espléndida colección de la Fundación ‘la Caixa’,
corresponden a ese periodo que ocupa el decenio de los setenta y primeros
ochenta, llamando especialmente la atención, en primer lugar, el vigor y la
energía del trazo, la arrolladora creatividad de un hombre de más de ochenta años,
y en segundo lugar el cuidado y la seriedad con que Miró acomete el trabajo
litográfico, participando activamente en todo el proceso de elaboración, desde
las primeras huellas sobre la plancha o la piedra, hasta la prueba bon à
tirer (lista para la estampación), intercambiando opiniones entre medio con
los artesanos del taller, haciendo las oportunas correcciones, anotando de su
propia mano cuantas indicaciones fuesen necesarias para el correcto acabado de
la pieza. Y en cada una de esas pruebas la obra va enriqueciéndose, creciendo y
modificándose su forma negra, para finalmente, una vez concluida, ir añadiendo
el color, ese cromatismo incontaminado tan característico de Miró, un artista
inconmensurable que nos pone en contacto con la secreta poesía del mundo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 20 de mayo de 2002
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