El modernismo catalán como identidad cultural

Escultura, pintura y orfebrería. Modernismo catalán.

Sala de Exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 31 de mayo de 2007.

La eclosión del Art Nouveau en Europa, concretamente en Bélgica, donde dos de sus primerísimas muestras son la Casa Tassel de Víctor Horta, de 1892, y el Hôtel Otlet, de Octave Van Rijselberghe y Henri Van de Velde, de 1894, ambos en Bruselas, supuso, Lluís Masriera i Rosés. Proyecto para una pieza de joyería. Sin fecha. Acuarela, tinta y lápiz sobre papel. 32 x 24,5 cm. Colección particular. Vic. además de una renovación originalísima de las formas artísticas, inspiradas en la naturaleza, con profusión de arabescos y de líneas curvas y sinuosas, uno de cuyos más característicos ejemplos es el arabesco con forma de «golpe de látigo», supuso, decimos, la poderosa reacción de la arquitectura frente a los historicismos y su relativa subordinación a la ingeniería durante buena parte de la centuria, y, sobre todo, la manifestación de una vocación de arte total, según la vieja aspiración romántica de integración de las artes, esto es, donde, en un edificio, no sólo el espacio, sino principalmente la decoración exterior, el mobiliario y el diseño general de los interiores respondiese al nuevo espíritu juvenil y libre, como se decía en Alemania y en Italia.

En España, el principal foco modernista, que es como se llamó el nuevo lenguaje entre nosotros, fue, con mucho, Barcelona. A pesar de las derivaciones hacia las clases medias y trabajadoras, el modernismo catalán estuvo esencialmente apoyado por una burguesía industrial y ciudadana que reacciona frente a la crisis del 98 y que, al mismo tiempo, ve en él un signo de identidad cultural a través del cual canalizar el incipiente espíritu regionalista, expresado todavía en el movimiento de renovación cultural de la «Renaixença», al que seguirá el «Noucentisme». La figura más destacada y original, con diferencia, es Antonio Gaudí, quien, al igual que otros eminentes artistas modernistas catalanes, como Joan Llimona, Josep Llimona y otros creadores pertenecientes al Cercle Artístic de Sant Lluc, es exponente de un acendrado catolicismo. Este hecho es una circunstancia que, por desgracia, incomoda y molesta profundamente hoy al nacionalismo radical catalán: el sólido espíritu religioso cristiano que atraviesa toda la producción de estos catalanes universales.

La muestra de Málaga ofrece un modesto y sucinto panorama general de esa renovación plástica, aunque suficiente y pedagógica. En pintura, superando el realismo anecdótico de la Escuela de Olot y conectando con los intereses temáticos del impresionismo francés, sobresalen Rusiñol, Casas, Anglada Camarasa, Mir y Joan Llimona. De este último hay un precioso paisaje todavía en el espíritu de Émile Bernard y la Escuela de Pont-Aven. Extraordinario el amplio espacio vacío de la plaza en El torero, de Ramón Casas. Como curiosidad, hay un Paisaje urbano de Carles Casagemas, que seguro debió influir en el Dalí de 1920-22. La escultura tuvo un desarrollo más lento, quizás por su inicial vinculación con la arquitectura. Clará, Clarassó, y, sobre todo, Josep Llimona, son los nombres fundamentales. La pureza y perfección formal de una pequeña Figura femenina de este último, son admirables. En cuanto al diseño de joyas, son bellísimas las piezas expuestas de Lluís Masriera.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de abril de 2007