Ambivalencias de la fortuna

Lourdes Murillo reflexiona sobre el azar y la contingencia en relación con la propia experiencia personal.

Pintura. Lourdes Murillo.

Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 6 de marzo de 2001.

 

La obra de Lourdes Murillo (Badajoz, 1964) ha tenido casi desde sus primeras exposiciones individuales a comienzos de los noventa una particular relación con el ejercicio cotidiano y la materialidad de la escritura, cuyos más intensos ejemplos quizá sean esas cajas en forma de estuche conteniendo lápices o plumillas verticalmente dispuestos, a modo de un abigarrado bosque de uniformes objetos enhiestos que sin duda remiten a un mundo de recuerdos, al gozoso descubrimiento de la sensualidad física que encierra el acto de trazar signos sobre una superficie de papel. Pero junto a este recurso poético a la evocación y la memoria, la producción de Lourdes Murillo se ha distinguido también por un obsesivo horror al vacío, por el empleo de una estética de la repetición, por la estructuración geométrica de las composiciones y el minimalismo de las formas. La mayoría de esos rasgos pueden observarse en una de las piezas que mejor definen ese período y que hasta cierto modo lo culminan, La realidad y el deseo (1999), donde también se recurría a la dualidad y complementariedad de los opuestos.

Este mismo concepto de dualidad también está presente en los objetos más logrados y esenciales de la actual exposición, de idéntico criterio formal a  algunos de los ofrecidos en la muestra celebrada el año pasado en Parma, donde se expuso la obra mencionada. La primera de estas duplicidades es radicalmente plástica: la uniforme mancha oscura, profundamente negra, que el ojo cree percibir a una cierta distancia, se hace pastosa y diferenciada, caligráfica y enmarañada, a medida que nos acercamos y descubrimos el fondo oculto de rojo que la acción de la punta del pincel ha hecho salir a la superficie, un garabato sinuoso e infinito que es también metáfora de nuestra huella antropológica, de nuestro pálpito de vida. Oposición entre el blanco y el negro, referencia al lenguaje binario del cosmos, estos cuadros hacen también alusión a los imprevisibles límites del azar, a los vaivenes y caprichos de la fortuna, representada aquí como un péndulo que oscila entre dos posibilidades distintas, entre dos territorios ignotos que marcan nuestro destino. Las almas hermanas separadas y condenadas a no encontrarse nunca (líneas paralelas) que veíamos en la muestra de Parma en esa bella composición titulada Una, otra lágrima (2000), ahora se han fundido en una sola, una única existencia sometida a la incertidumbre del tiempo (En vilo, 2000). En otro de los cuadros, Suspensión, la indecisión se ha trocado en equilibrio, en punto de reposo y de calma, en armónico encuentro entre el mundo del instinto, de la pasión y del deseo (el espacio de abajo, terrestre), y el ámbito elevado del espíritu (el espacio de arriba, celeste). Pero donde Lourdes Murillo realiza su contribución más experimental y, por tanto, más arriesgada, es en Dominó, una pieza de gran formato que apela en tono divertido a la ironía (a partir de las interjecciones y onomatopeyas escritas en los cuadritos que simulan ser las fichas del juego), y donde sobre todo se reflexiona acerca del concepto de espacio plástico, simultáneamente abierto y cerrado como las oportunidades que el azar pone en nuestras manos.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 17 de febrero de 2001