Un museo con personalidad propia

ENRIQUE  CASTAÑOS  ALÉS

La incontestable certeza, después de la reciente presentación pública del proyecto, de que Málaga dispondrá desde el comienzo mismo del próximo milenio de un Museo consagrado monográficamente nada menos que a Pablo Picasso, sin duda el más universal de sus hijos, pero por encima de todo el artista que de manera definitiva cambió el modo de mirar de sus contemporáneos, transmitiéndoles la hermosa y revolucionaria enseñanza de que la verdadera obra de arte germina y fructifica en el seno de los espíritus libres, es un acontecimiento de tan extraordinaria magnitud cultural, social y económica, no sólo para Málaga y la comunidad andaluza, sino para España e incluso el conjunto de Europa, que en parte redime la incredulidad de quienes hasta hace muy poco no tenían confianza en la viabilidad de la empresa.

Palacio de los condes de Buenavista (siglo XVI), sede del Museo Picasso de Málaga. Torre de la fachada.Sólo conociendo desde dentro el complejo mundo del arte contemporáneo, esto es, sólo siendo conscientes de la práctica imposibilidad de adquirir hoy obras de Picasso, y no tanto por las cifras astronómicas que alcanzan cuanto por la inexistencia de ellas en el mercado, se está en condiciones de valorar en su justa medida la extrema generosidad de la donación efectuada por Christine y Bernard Ruiz-Picasso, una soberbia colección que entre las piezas donadas y las cedidas por un plazo de diez años reúne 182 obras que atraviesan de manera casi completa el arco cronológico vital, y por tanto estilístico, así como las múltiples técnicas con las que incansablemente trabajó e investigó el genio. Habrá quienes, de modo malicioso, pretendan establecer comparaciones con otras importantes colecciones públicas y privadas de obra picassiana. Con impertérrita seguridad yo les respondería con dos argumentos que me parecen fundamentales. El primero, que muy difícilmente otros museos con obra de Picasso pueden presumir de la acusada personalidad con la que éste sale a la luz, pues, como muy bien han precisado la directora del proyecto, Carmen Giménez, y uno de los miembros del Patronato de la Fundación Museo Picasso de Málaga, el historiador de arte Eugenio Carmona, este Museo es el Museo de Christine, pero también es el Museo de Bernard, quien lleva tiempo haciendo tan suyo el proyecto como su madre. Más exactamente: que este es el Museo de la familia de Picasso, lo cual significa nada menos que, con independencia del alto valor artístico de la colección inicialmente donada o cedida, y cualquier experto sabe que lo tiene en grado muy considerable, una vez se inaugure, no sólo podremos contemplar en él con carácter periódico muchas otras piezas que poseen la nuera y el nieto de Picasso, sino que, si las cosas se hacen bien, y estoy convencido de que la Junta de Andalucía continuará haciéndolas, existen bastantes probabilidades de que otros miembros de la familia se sumen a la maravillosa iniciativa de los actuales donantes, circunstancia que por sí sola haría de Málaga, aún más si cabe, un referente de primer orden mundial respecto de la proteica producción picassiana. El segundo, que debido al impagable acierto de que el Museo nace con la decidida vocación de ser un organismo vivo, loable exigencia de Christine que se halla en justa correspondencia con la idea que sobre el arte tenía Picasso, y la prueba más evidente de este aserto son las salas para exposiciones temporales con que va a ser dotado, con absoluta certidumbre podremos disfrutar en él del préstamo de importantes obras del pintor repartidas por museos y colecciones de todo el mundo, ya que contaremos con el requisito previo y esencial para que aquél sea posible: una magnífica colección permanente.

Málaga tiene ahora una razón de enorme trascendencia para desprenderse de ciertos complejos y encarar con optimismo el futuro, aunque sin bajar la guardia y defendiendo con inteligencia, tesón y unidad muchas otras carencias en materia de equipamiento cultural. Las dos que en estos momentos mejor las simbolizan, el incomprensible cierre del Museo de Bellas Artes y la insensata resistencia a ceder el Palacio de la Aduana, estoy persuadido de que, apelando a aquéllas, habrán de resolverse satisfactoriamente en función de la clamorosa demanda de la ciudadanía. Pero no emponzoñemos el paso que se ha dado. Las gentes de Málaga tenemos estos días un motivo por el que sentirnos inmensamente orgullosos: Pablo Picasso, el hombre-niño, el demiurgo del siglo, vuelve a la ciudad que lo vio nacer.

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 29 de julio de 1998